En resumen, ninguna "esperanza" con Obama.
Pero estas posiciones, por muy bien fundadas que
parezcan, no son infalibles. Aun cuando presentan un grado de
coherencia suficiente relativo al estudio histórico de lo que ha sido
el imperio estadounidense hasta la fecha, o simplemente de lo que han
sido siempre los imperios a través de la historia, los hechos
atribuidos por tal vía al devenir de Obama, hasta tanto no se
produzcan, nadie estará en condiciones de asegurarlos. Se trata de
teorías.
Éstas, claro está, son importantísimas, pero aun
así sólo debemos tomarlas por lo que son: proyecciones, estadísticas,
tentativas racionales de predicción. Ahora bien, la infalibilidad de
las teorías en las ciencias sociales no ha alcanzado todavía el nivel
de eficiencia –de utilidad– que han alcanzado las teorías en el terreno
de las ciencias dichas puras. Por mucha "fundamentalidad", por
ejemplo, que haya logrado darle Marx a su analítica socio-política de
la historia, él mismo no alcanzó a predecir el advenimiento de la
Comuna de París (la cual estimó ser, a pesar de ello –a posteriori–, la
expresión revolucionaria más cabalmente comprendida en su propia teoría
de la emancipación de la clase oprimida).
Vale la pena detenerse un momento en la ironía
implícita de este ejemplo. Como es sabido, el levantamiento de
París constituyó la confirmación de la dialéctica histórica marxista,
pero el propio Marx no pudo preveerlo. Más aun, Marx había anticipado
su improbabilidad. Fue sólo luego –post scriptum– que gratamente
sorprendido hubo de advertir su error y aceptar la realidad de la
sublevación. En realidad la sublimó y la celebró, y puso ampliamente en
ella sus esperanzas.
Pero, como la historia es escurridiza –y su
complejidad alucinante–, enseguida ocurrió otra "singularidad", es
decir, una eventualidad que no se correspondía nuevamente con la
teoría. La Comuna, a continuación, fracasó. La razón: haber adoptado la
tendencia que desde un punto de vista teórico constituía lo que Marx
estimaba un paso necesario (de inevitable inclusión) en las
revoluciones: el Estado.
La Comuna, en el corto lapso de tiempo que duró, se
fue rápidamente burocratizando, es decir, fue
adoptando tempranamente una estructura de pequeño Estado en la que
repodujo una forma vertical de administrar la espontaneidad inicial que
le había dado vida al levantamiento, perdiendo así tiempo, energía y
agilidad frente a la inaplazable neutralización final de su verdugo.
Versailles, al asecho, no desaprovechó el lapsus.
La conclusión a sacar de este ejemplo es que, aun
tratándose de Marx, la teoría no es infalible. No alcanzó en este caso
a predecir los hechos, y una vez que éstos ocurrieron, y que
coincidieron felizmente con la teoría, ésta luego no fue suficiente
para respaldar el nefasto devenir de los mismos. El Estado, esa idea
subyacente en la centralización sistémica de la revolución, ese eslabón
tan transitorio como imprescindible según Marx para llegar a la
sociedad comunista (donde ya no habría necesidad del mismo), vendría a
ser la razón misma del fracaso de La Comuna.
Así, el más admirado ejemplo de sublevación popular
conocido por Marx también sería, irónicamente, el más corto de la
historia, y ello por haber tomado (sin saberlo) el camino aconsejado
por Marx...
Las teorías, en ciencias humanas, no tienen el
mismo nivel de exactitud que tienen en las ciencias... exactas (de algo
les vendría el nombre a éstas). Aun echando mano de lo mejor que
pudiéramos encontrar en materia teórica dentro el ámbito socio-político
(como lo es –hasta prueba de lo contrario– sin duda el marxismo), hay
que reconocer que las predicciones no son el lado fuerte de las
ciencias humanas. No constituyen lo esencial de sus conquistas.
Y no es porque utilicemos como modelo de
interpretación de la realidad histórica el mejor que tengamos a nuestra
disposición (que en la ocurrencia sería el marxismo), que podremos
exigirle a este modelo –ni a ningún otro– lo que no es capaz de
ofrecernos. Es un asunto de honestidad intelectual.
Por lo tanto, aún hay una vía que queda abierta: la de la evolución espontánea trascendental
en la historia, hecha de singularidades que producen saltos
cualitativos que luego –y sólo luego– la teoría o los análisis
circunstanciales tratarán de alcanzar. Negar esta posibilidad es pecar
de dogmatismo, o de simple arrogancia neuronal.
Es comprensible que desde el punto de vista
revolucionario de los sectores históricamente afectados por la
injerencia y el vampirismo del imperio estadounidense, Barack Obama,
próximo Presidente del mismo, no goce entre nosotros de una dócil
credibilidad, ni mucho menos nos inspire una confianza esperanzada como
la que surtió efecto entre sus paisanos electores.
No obstante, reconocer los límites de una
aplicación, en socio-política, de la teoría según la cual A sería igual
a B porque toda letra que venga del alfabeto es, ante todo, letra, no
constituye un crimen. ¿No vale más pensar que existen, tal vez, otras
posibilidades de interpretación de la realidad que clavarnos a
semejante madero?
De todos modos, lo impredecible es una condición
inmanente de la realidad. Por muchos esfuerzos que hagamos no
lograremos jamás abarcar totalmente la complejidad del presente y
reducirla a nuestro modelo interpretativo. Mucho menos a nuestros
deseos.
Por lo tanto, no condenar a Obama antes de tiempo no parece tampoco un crimen.