El regalo del Papa

Como cristiano de mediana monta y a pesar de haber cumplido con todas las normativas de nuestra religión materna y paterna, admito que tengo muy poca formación en esta materia. A duras penas me aprendí el Padre Nuestro. Sus paganas versiones onomatopéyicas y las paráfrasis que he descubierto del mismo en los senderos de la poesía me llevan hacia otros reconocimientos. También a duras penas memoricé el Ave María, canto éste que celebro con fervor porque el canto a la Virgen María es realmente conmovedor: “Dios te salve María, llena eres de gracia”. Me costó mucho confrontar esta base religiosa contra los argumentos de muchos autores de literatura de tendencia izquierdista y la de mis amigos comunistas de la Escuela de Letras en la Universidad de Los Andes de finales de la década de los ochenta, ateos confesos, ortodoxos e incrédulos pero con gran entrenamiento en las discusiones de la fe, desde Mahoma y Buda (epíteto de Siddharta Gautama) hasta Jesús de Nazaret, a quien según no se le dijo Cristo hasta trescientos años después de su  resurrección.

Mis camaradas contraponían los dioses de nuestras culturas ancestrales autóctonas a los de aquellas occidentales y de  más allá, y de un salto se encendía la llama de la discusión, las defensas y las acusaciones. Alguien que estudiaba historia traía a la memoria la historia: “Hasta el día 1 Ganel (es decir, 20 de febrero de 1524), los pueblos mayas-quiché rendían culto a las piedras y al sol, pero un castilán malvado (léase, un malvado español colonizador) llamado Tonatiub Avilantaro según el cronista, masacró los pueblos de Xepit y Xetulul, empeorando cada vez sus atrocidades hasta que quemó a los reyes Ahpop y Ahpop Camahay el día 4 Qat (léase 7 de marzo de 1524)”. Y ciertamente, el camino hacia el cielo cristiano está empedrado de sangre por donde se le mire. Otros compañeros de la ULA que estudiaban carreras de ciencias se iban hacia los monos, la evolución de las especies y Darwin. Y a veces hasta empeoraban el rumbo.

Por eso reconforta, o al menos se siente un airecito reivindicativo, que en pleno siglo XXI, lejos de aquella Inquisición feroz y de la Reforma de Martín Lutero y la Contrarreforma del Papa Pío IV y el ya famoso sacramento de la confesión de los pecados (cabe recordar aquí aquel mandamiento de NO ROBARÁS, compatriota que robas y entorpeces la marcha honesta y transparente de nuestro proceso revolucionario bolivariano y chavista, en serio), que el nuevo Papa, llamado Francisco el argentino, alias Jorge Mario Bergoglio, saque de las misteriosas y boyantes arcas de la Ciudad del Vaticano cien mil dólares para socorrer el drama de los hermanos mexicanos, caídos en desgracia por fenómenos de la naturaleza. Estirando un poco más el brazo, pudieron ser cien mil euros, apreciado Jorge Mario.

Chávez se cansó de socorrer (corrijo, no se cansó, se aprestó, con dignidad, con verdadero humanismo y heroico sentido de la solidaridad) a socorrer hermanos latinoamericanos, antillanos, norteamericanos y africanos caídos en desgracia; siendo la peor —antes de la muerte—, la calamidad del hambre y sus secuelas de enfermedades, padecimientos, dolores y amarguras. Sin embargo, cuánta alharaca mantiene la oposición y gente insensible por el realero que Venezuela y que le regaló a otros pueblos, malgastando la plata del petróleo de todos los venezolanos en eso tan pueril. Me pregunto: ¿El Papa tiene petróleo que vender para después regalar dólares? ¿De dónde sacaría los cien mil? ¿Sería del oro del expolio de la colonia? La oposición no saca la cuenta de cuánto ha recibido la iglesia católica de nuestro petróleo desde 1920 hasta 2013. Esto incluye carros nuevos, gastos de fiestas patronales, manutención, etcétera. En cambio, si un pueblo comunista como el cubano recibe en reciprocidad petróleo a precio solidario a cambio de asistencia médica y convenios de contenido humanista, la plata se malbarata y echa al cesto de la basura. He ahí la paradoja. “La fe mueve montañas”. La solidaridad también.

Del Papa Francisco se ha dicho que fue benévolo con la dictadura argentina. Él lo niega y no pocos argentinos no le creen. Al Papa Juan Pablo II o Karol Józef Wojtyla, el polaco, con dotes artísticas y un carisma universal, lo acusaban de haber sido benévolo con los nazis. Intentaron matarlo pero se ganó al mundo. A mí me simpatizó y llegué a admirar ese don de gente que extrovertía, su sonrisa serena, su capacidad de convocar multitudes, su disposición para globalizarse dando una mirada al mundo real no desde la Biblia sino desde los ojos de la gente de los pueblos desde 1978 hasta 2005, con un gran kilometraje a cuestas. Francisco, como Papa número 266 anuncia la canonización de Juan Pablo II y nos alienta otra esperanza que para los venezolanos vale todo el oro del mundo: La santificación de José Gregorio Hernández. Por lo demás, parece ser un Papa que se toma su rol con humildad, paseando en carros baratos y no en el oneroso papamóvil, durmiendo una noche en Brasil al modo cardenalicio y no al modo papal, entre otros gestos de sencillez y “sabiduría”.

Chávez lucho por José Gregorio Hernández tanto como el doctor José Gregorio Hernández pudo luchar por salvar de la mala salud al Comandante Eterno. Sin embargo, el Papa 265, Benedicto XVI, el alemán retirado, sopena el escándalo de corrupción en el manejo de la COSA (pero que la oposición nuestra no quiso mirar ni atacar ni con la pluma de una paloma mensajera), no pareció importarle mucho el destino justo y celestial del hijo de Iznotú. Pues el Papa Joseph Aloisius Ratzinger, de quien se llegó a decir que era el preferido de Juan Pablo II para que le sucediera y que además se mantuvo cerca de él en todo momento, también se le emparentaba en su pasado con los nazis y su renuncia atrajo sospechas que dada la buena fe de los pueblos católicos, y eso nos incluye, se ha dejado la COSA tranquila (aunque con el mayordomo descarado preso), y éste reposa una especie de jubilación voluntaria desde el 28 de febrero de 2013 en una alegre campiña, aunque los antecedentes de renuncias papales más próximas a su extrema voluntad y no a la voluntad extrema de la muerte datan, según de los tiempos, de Celestino V en 1294 y Gregorio XII en 1415.

Pareciera que el Papa Francisco, por si se le ocurriera renunciar también un día cualquiera, quiere dejar tras de sí una buena impresión y una huella propia, personal. Socorrer a los dolidos, escuchar a los débiles, contener a los poderosos, santificar a los justos y lavar un poco la casa papal porque algo huele mal ahí dentro, le pueden convertir en un nuevo guía. Para muchos lo chimbo es que es de este lado del mundo, de Suramérica, de América Latina, de Latinoamérica, donde los indianos aún debemos ser quemados y asados y no elevados a tan altos honores religiosos. Creo que alguien escribió recientemente un texto sobre este aspecto.

La oposición dijo, juró y “demostró” que Chávez freía niños y comía gente y llevaron las pruebas al Vaticano para venderlo como el Anticristo. Leí en una oportunidad los cálculos que alguien hacía sopesando las predicciones del Apocalipsis con la realidad del proceso revolucionario bolivariano. Algo como esto: “Caerá un poderoso (ajá, cayó Saddam Hussein, no lo tumbaron ni asesinaron, fue que se cayó), un negro gobernará a los Estados Unidos (pum, ahí está el negrito Barack Obama en la Casa Blanca, por fin, la Casa Negra que soñaba transformar Marthin Luther King con la dignidad de su lucha por la igualdad de derechos civiles y las libertades verdaderas), habrá un instrumento que domine el mundo (listo, eso es internet, para nada va ser la Agencia Nacional de Seguridad que develó valientemente Edward Snowden) y caerá un dictador famoso para que llegue el Anticristo (Chávez, obviamente), pues vean que Fidel Castro ya se retiró, cayó, aunque no termina de morirse”.

Como contraprestación, si vale el término, a esa macabra hipótesis de la extrema derecha, Chávez le dio a su pueblo toda la felicidad que pudo, dignificando ancianos y adultos mayores, con lentes, con atención médica, con pensiones y pagos atrasados de jubilaciones; construyó casas para pobres (incluyendo gente de la oposición doblemente pobres, porque aún recibiendo hogares dignos y equipamiento del hogar, computadoras para los hijos y alimentos a precios subsidiados se atrevían a votar en contra del líder socialista por mera manipulación mediática y tozudez); publicó millones de libros gratuitos y enseñó a leer a los analfabetos, promoviendo incesantemente esa pasión suya de leer; rescató al ejército adormecido y rechazado por el pueblo, mal equipado y prácticamente inútil para las batallas y dejó un ejército ampliado, actualizado, en sintonía con las nuevas leyes, la defensa de la democracia, la libertad, la justica, la identidad, la Patria (tal y como pregonan para sí pero acallan para otros, los mismos yanquis, recordándoles que los que es igual no es trampa). Y así sucesivamente. Podría enumerar muchos más logros del Comandante Eterno.

Así se ve que entre Papa y Papa, regalos van y regalos vienen, pero el hambre queda. Por eso es que Chávez somos todos y eso lo saben los pueblos del mundo que están en desgracia natural o política, de dominación económica y de barbarie imperialista, y que los venezolanos tenemos ese mismo corazón de Chávez para ayudar a nuestros hermanos más dolidos aunque la extrema derecha, la oposición apátrida y los traidores de la Patria de Bolívar sueñen con aplicarnos los métodos de la Santa (¿?) Inquisición.

Y usted, Papa Francisco, siga dando buenos pasos y abriendo los ojos porque los caminos hacia el cielo también están empedrados de malas intenciones. Pregúnteselo a la oposición venezolana y algunos de sus compinches de la iglesia católica. Salga del cascarón de las adulaciones y conéctese con los millones de seres del mundo que quieren ver salir desde la Santa Sede el humo blanco de la dignidad, de la solidaridad, de la paz, de la tolerancia, del reconocimiento al derecho a diversidad pluriticultural y multiétnica, al amor sin complejos, a la familia, a la procreación sana, a la defensa de los derechos por la superación individual y social, en libertad y humanismo verdadero. Y todo gesto de ayuda que aporte usted al prójimo desde el fondo de su corazón para aliviar penas y vencer las tristezas, como dice el verso del poeta Gustavo Pereira, será definitivamente recibido como una bendición.



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José del Carmen Pérez


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