A los especialistas de la Revolución

Cuando miramos en nuestro entorno revolucionario "pensante", salta a la vista una voluntad incuestionable, por parte de nuestros llamados cuadros, de profundización teórica e ideológica; es decir, una voluntad de complejización intelectual. Ello, si bien puede que no sea, en términos absolutos, algo reprochable, tal vez sí lo sea en términos relativos, puntuales; es decir, en aras a la proximidad de nuestros intereses inmediatos: los de nuestra lucha práctica.

No pretendo, al decir esto, que debamos actuar ciegamente, o que debamos relegarnos a una peregrinación futura en la que estemos condenados inventar el agua tibia. No se trata para nada de negar la teoría, pues no sería bueno obviar todo lo que hay de asimilable en las experiencias revolucionarias de la historia. Pero el aparato ideológico del pensamiento revolucionario de nuestros días se ha convertido en un complejo laboratorio de especulación, en un "sistema culto" de materias científicas y académicas que convierte a la revolución, precisamente, en aquello en lo que nunca debió convertirse: en una cuasi-contemplación (que hoy se traduce en ciclo de conferencias, debates-encuentros, entrevistas, programas de opinión, o simplemente en un intercambio torrencial de información por correo electrónico, entre otros "privilegios modernos"). Pareciera que hemos caído, a pesar de la famosa advertencia de Marx ("Los filósofos sólo han interpretado el mundo, de diversas maneras; el punto es cambiarlo") precisamente una constante reflexión filosófica sobre el mundo, cuando éste espera de nosotros ser cambiado.

Por esto, debemos aligerar el excesivo abstraccionismo en que ahogamos, ingenuamente, no a la teoría revolucionaria, sino a la revolución misma; habría que desempolvarla, por una parte, de tantos rigores académicos, reducir al máximo la complejidad de sus bases ideológicas. Éstas deberían poder ser contenidas en unos pocos axiomas vitales que doten de una dinámica operativa, pragmática, los cambios sociales necesarios (sin lo cual, por muy refinada que sea la teoría desarrollada por las cabezas pensantes y especializadas de nuestra revolución, jamás lograremos cambiar al mundo).

Nuestro ideal bolivariano debería resumirse, como mucho, en unos pocos principios esenciales y someterse de inmediato a la práctica de los mismos. De nada nos sirve la indagación histórica o la especulación racional en sí mismas si nuestros deseos y necesidad de transformación son sólo un "proyecto del mañana" (es decir, un simple idealismo, un puro romanticismo). Tomando como base una concepción del mundo que en grandes líneas nos satisfaga, y que no necesite de miles de páginas para ser explicada y comprendida por todos, podemos ponernos en marcha hacia nuestro objetivo (sin temor de no saber todo lo que queda por saberse en el Universo —lo cual tal vez sea tan infinito como el Universo mismo—).

Debemos actuar de inmediato, guiados por nuestras básicas convicciones, y dejar la reflexión de los insondables misterios de la vida para los tiempos en que ésta, precisamente, pueda ser vivida más o menos honorablemente (no sobre-vivida, en miseria, como le toca hacerlo en la actualidad a la mayoría de los seres humanos del planeta).

Una audaz definición de principios, pues, se impone de forma eminente a la revolución bolivariana; un consenso estatutario debería rápidamente dejar por sentado "los 4 gatos" (bases) teóricos de nuestra gesta, y pasar la página; esto es, pasar a la acción.

Digo todo esto porque la crisis actual del capitalismo relanza una euforia analítica totalmente redundante, y por tanto inútil en la cual se pierden muchas neuronas. ¿No hemos visto que el imperialismo aborrece las ideas?


xavierpad@gmail.com


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Xavier Padilla


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