La revolución socialista, la deuda social y la democracia participativa y protagónica

La crisis política y económica que vivimos hoy se está dando dentro de una revolución viva. Si la revolución estuviera perdida no habría una crisis. Porque es la revolución quién la provoca, y a su vez las crisis motorizan a las revoluciones. Por otra parte la crisis es del capitalismo que se niega a morir en todas sus formas. Cuesta entenderlo, pero en esta crisis política-económica, los chavistas estamos luchando por vencer nuestras contradicciones en una guerra que se da, sobre todo, en el terreno de la conciencia: en el campo del mensaje mediático, en el de las ideas y creencias, en el terreno de nuestras necesidades, de nuestros deseos, en fin, en todos los espacios de nuestro espíritu, donde nos vemos obligados a resistir, o a  doblegarnos y morir sin ninguna esperanza.

El desabastecimiento y el “sentido común.”

Hoy creemos que nuestras reacciones al desabastecimiento, por ejemplo, son perfectamente naturales, las de cualquier persona en su sano juicio y con sentido común. Que aprovechar la oportunidad de comprar cualquier cosa que se puede agotar en cualquier momento es lo que haría una persona normal. Por eso nos cuesta mucho resistirnos a esas inclinaciones irracionales de acumular, comprar, “saquear” literalmente los mercados. Ese “sentido común” nos hace actuar como una masa enferma, irracional, obligada por las necesidades impuesta por los capitalistas. Pero no lo sabemos. A falta de la orientación socialista, de una “línea política” para una acción clara, de una voz que no diga cuál es el camino; de una dirección política de peso, ahora nos cobijamos sin muchos problemas éticos en el “sentido común”, en la lógica del capitalismo.

La deuda social

Un ejemplo de esta lucha “espiritual” es la que se libra en torno a la idea de “deuda social”. Este concepto no sabemos claramente qué significa de cara a la revolución, pero si sabemos que fue rescatado por Chávez del discurso vacuo y seudo-intelectual adeco. En Chávez pagar la “deuda social” se convirtió entonces en un compromiso, una obligación y una acción de Estado y gobierno, urgente y concreta. El comandante exigió costos, tiempo, supervisión, trabajo, excelencia, para ir creando un sistema de salud de calidad para los más pobres. Así comenzó a rescatar la gratuidad de la educación y aumentar su calidad; además, alfabetizar e igualar las capacidades para el estudio y el trabajo, con contenido político y humanista y para todos; de extender el sistema de transporte público hasta los rincones más retirados donde se encuentran los que menos tienen, e integrarlos a la ciudad,  hacerlos “ciudadanos”; construir viviendas dignas y sumarlas a la ciudad y a sus ventajas, para añadir a sus habitantes con  ellas; incluir a la sociedad a la mayor cantidad posible de la población excluida. Una idea básica, llana, pero honesta y ambiciosa, un reto para cualquier voluntad.

Para Chávez pagar la “deuda social” fue un primer momento de la Revolución que necesariamente había que agotar. Su objetivo más claro fue detener la anarquía nacida de la marginalidad y la exclusión sembrada por el capitalismo en cuarenta años. Chávez intentó pagar esa deuda de la mejor manera posible mediante la creación y el impulso de las misiones sociales. Acompañando cada proyecto de la exigencia precisa de no desatender el contenido revolucionario y socialista, la parte espiritual del hombre, el signo socialista de estas decisiones. Las misiones significaron en un principio, una alternativa distinta y revolucionaria para vencer las obstrucciones burocráticas y los legalismos  burgueses.

Sin embargo, nunca se les dio ese valor revolucionario. En general, nunca se les dio a los modelos propuestos por Chávez el justo valor revolucionario, el carácter político, el valor ideológico, el carácter espiritual, la importancia política, que debieron tener las acciones concretas de gobierno y los debates de la Asamblea Nacional...

La petición de Chávez a sus ministro no era otra cosa que se preocuparan por sus tareas tanto como él lo hacía, que atendieran a la gente como lo hubiera hecho cualquier revolucionario, que sacaran tiempo para el estudio como él lo hacía. Sobre esa base moral que realizaran sus tareas. Al contrario, en la práctica se fraccionó ese contenido, como si se trataran de asuntos distintos, como temas especializados: la política, por un lado, la ideología, por otro, las leyes y normas burocráticas por otro distinto. Y la cultura, más allá. 

La comisión de  Cultura de la Asamblea Nacional

Se pensó siempre a la revolución, y se piensa todavía, en buena parte del “chavismo”, como si se pudiera separar de ella la espiritualidad que la hace posible. Tanto así la confusión respecto a este asunto que en la Asamblea Nacional nuestros representantes le cedieron al enemigo (a Miguel Ángel García, específicamente) nada menos que la Comisión de Cultura, pensando que era la menos importante. Cuando más bien, en  tiempos de revolución son las maneras de vivir, de pensar y de hacer las cosas lo primero que hay que atender y debe ser cambiado. La cultura, como expresión del espíritu, es lo más importante, tanto para el revolucionario, que busca el cambio de esas formas espirituales como para el opositor que reproduce y conserva las existentes.

Hoy, curiosamente, la Cultura como política de Estado, se está descuidando. El gobierno la sigue considerando un asunto especializado que no encuentra una conexión directa con la política revolucionaria. Lo más parecido ha sido ejercer una especie de gestión para el desarrollo de “nuevas formas creativas”, que apuntan a ser más bien nuevos o posibles oficios. No puede ser la única tarea de la revolución, en materia de cultura, subsidiar y darle trabajo a cirqueros, tatuadores, artesanos, y similares, con todo el respeto que se merezcan estos “cultores”. O promover conferencias, seminarios, discusiones elitistas en el celarg. La cultura, en general, debería ser el punto de confluencia de todas las demás actividades generadas por una revolución. Su valor crítico y humanista no se puede reducir ahora. Atrás quedó el debate y la crítica de lo que hacemos y de cómo lo hacemos, la prioridad en la promoción de los estudios humanistas, la difusión de ideas de forma constante y a través de todos los medios a nuestro alcance...

La política comunicacional

Los contenidos teóricos socialistas que deben acompañar a las prácticas políticas se abandonaron a las discusiones entre especialistas. La “forma” o “maneras “de los mensajes, que debían (y aún deben) marcar la diferencia con lo establecido siguen siendo las mismas “formas” o “maneras” dominantes de siempre. Se descuidaron hasta el punto de delegar esa tarea a  funcionarios de poca vocación política y voluntad para hacer ese cambio, como es el caso de Winston Vallenilla, o del Ministro Izarra y el equipo que lo acompañó en el MINCI. En la creencia tonta de que, todas estas tareas que acompañan al espíritu, no eran urgentes -“importantes, sí, más no urgentes”- todo se hizo al revés: se desestimuló la discusión y la crítica eliminando programas dedicados a ello; los canales del estado se confinaron al papel de propagandistas y publicistas; Los mensajes políticos cobraron forma pero al mejor estilo del mercadeo capitalista;  el testimonio y la crítica degeneró en “ensayos” calculados, en “puestas en escena”, en nada que reflejara la realidad o que pudiera sondear el ánimo verdadero del pueblo y del país.

Y la deuda moral, la deuda espiritual, está todavía pendiente, y a Chávez también se la debemos. El estado socialista es quién debe cancelar esa deuda, y se la debe a toda la sociedad.  Y  ¿Por qué esa deuda social no la paga la burguesía explotadora?: Porque la burguesía es el enemigo a vencer. Obligarlo a pagar esa deuda es vencerlo definitivamente en el espíritu, tanto dentro de nosotros mismo  como fuera, en el otro. Vencer a la burguesía es cancelar la deuda social y  la deuda moral en un solo pago.

El golpe de timón y el Plan de la Patria

Si para Chávez los planes de construcción de hospitales, de mercados populares, universidades y escuelas, de viviendas, transporte masivo, se cuentan dentro del pago de buena parte de esa deuda social material, su Plan de la Patria fue una manera de intentar enderezar el rumbo y corregir todas las distorsiones que produjo abandonar el carácter moral y espiritual de la revolución. Porque esas inmensas inversiones se habían hecho dentro de una estructura burocrática viciada de capitalismo, de corrupción, de todo el espíritu y la mala conciencia burgueses

De esta forma presenta Chávez su Plan de la Patria, tomando en cuenta estas preocupaciones como principales:

 “No nos llamemos a engaño – dice el Comandante en el aparte II, párrafo dos, de la Presentación- : la formación socioeconómica que todavía prevalece en Venezuela es de carácter capitalista y rentista. Ciertamente el socialismo apenas ha comenzado a implantar su propio dinamismo interno entre nosotros. Este es un programa precisamente para afianzarlo y profundizarlo; direccionado hacia una radical supresión de la lógica del capital que debe irse cumpliendo paso a paso, pero sin aminorar el ritmo de avance hacia el socialismo” Mas adelante…

…“Vamos pues… a lograr el segundo objetivo histórico; seguir construyendo y cimentando las bases del socialismo bolivariano del siglo XXI para desmontar el humanismo depredador y belicista de acumulación capitalista y trascender la lógica del capital que lo sustenta” , Grandes Objetivos” (El dos, párrafo 7)

El comandante, sabiéndose muy enfermo redactó el plan destinado a ser seguido por sus herederos en el gobierno, “paso a paso, sin aminorar el ritmo de avance hacia el socialismo”. Fue un acto cargado de angustia pero de fe. Y en su fe fue engañado. Esta primera batalla moral, que se debió librar contra la lógica del capitalismo,  o sea,  contra el individualismo, el egoísmo, la acumulación, la ganancia material,  hoy la estamos perdiendo, dentro y fuera, en el espíritu y en la acción quizá inmersos, cegados de dolor por el asesinato de nuestro comandante.

Mientras tanto, la “Deuda Social” se ha transformado, en el primer descuido, en “Deuda Pública” contraída con “prestamistas” nada amables y que nos tiene al borde de la quiebra y en las fauces del enemigo. ¿Por qué, aquello que ha debido ser el camino señalado por el Chávez, “una radical supresión de la lógica del capital”; lo que ha debido ser una base social-material para potenciar a la revolución socialista en su “tenor espiritual”, para integrar a la sociedad en una sola conciencia, terminó siendo un objetivo en sí mismo, una formula, una receta capitalista más; miedo, y una ley mocha de su razón y deber fundamentales?

Democracia Participativa y protagónica

“Los venezolanos debemos sentir, de manera efectiva, que es un hecho real y tangible la democracia participativa y protagónica; y que de forma sustantiva se mantendrá en el poder como forma de lograr la soberanía de la patria de manera irreversible” Chávez, Plan de la Patria, Grandes Objetivos, III, párrafo 1

Un pueblo verdaderamente consultado, convocado a participar protagónicamente por sus “líderes” a decidir junto a ellos en estos asuntos fundamentales, ahora estuviera acompañando con rectitud revolucionaria estas decisiones hasta sus últimas consecuencias. Se hubiera disciplinado, sacrificado con dignidad y orgullo. No habría colas, no habría necesidad de fiestas y verbenas en las marchas, no habría necesidad de distracciones ni disimulos. Pero sí  hubiese más entusiasmo, para defender lo que entendería como propio, como suyo. Hoy estaríamos pagando con trabajo y con gusto cualquier deuda generada por la carencia de viviendas, de los servicios de salud, de escuelas, sabiéndonos corresponsables de nuestro destino como sociedad. Pero el movimiento espiritual que mantuvo a este pueblo unido en el cambio, hasta la muerte de Chávez, hoy se detuvo y regresa, poco a poco, al egoísmo, a la indiferencia, a la resignación; sentimientos instalados desde hace tiempo en nuestra mala conciencia, que yacían dormidos pero que ahora despiertan intactos de su letargo. No nos ha quedado otra cosa que ser testigos desarmados en una guerra a la cual no nos han convocado todavía.

 

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Héctor Baíz

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