Los Hijos de 1989: Resucitando a los muertos venezolanos

El presente que nosotros recibimos viene inevitablemente cargado de residuos del pasado, los sedimentos de la interacción dialéctica entre la acción y el significado, y la Venezuela contemporánea no es ninguna excepción. De hecho, de las muchas líneas dibujadas en la arena antes del éxito reelectoral de Hugo Chávez el 07 de octubre, ninguna es más importante que la que dividió el presente del pasado. Al final, el candidato opositor Henrique Capriles Radonski perdió en gran parte porque, como vástago rico de la élite empresarial venezolana, no pudo quitarse de encima el peso muerto de la antigua Cuarta República (1821-1998) en su esfuerzo por derrotar a la Quinta ( desde 1999). Por el contrario, Chávez tuvo éxito porque, a pesar de los desafíos inevitables de su larga incumbencia en un país en el que la corrupción sigue siendo un fenómeno cotidiano, él logró convencer a la mayoría de los venezolanos de que es el candidato del cambio histórico, si no más aún, de la ruptura total.

Simplemente observando el pasado en el presente, sin embargo, nos da poca orientación acerca de qué hacer con ese pasado. En este caso, el Marx del Dieciocho Brumario parece suficientemente claro en su insistencia de que "la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos," y en su concomitante imperativo para los revolucionarios contemporáneos de "dejar que los muertos entierren a los muertos." Pero la pregunta de hoy es si este es el caso de Venezuela, si el pasado muerto pesa sobre el presente vivo, o si esta historia es algo más ligera y que puede servir de base para futuros despliegues revolucionarios. La historia del presente de Venezuela, pienso, libera al menos tanto como restringe, y como resultado de ello, nuestra tarea no es solo "dejar que los muertos entierren a los muertos," sino la de reanimar esos cadáveres, para dotarlos de voz y permitirles hablar directamente a los nuevos futuros posibles.

Esta tarea de la resurrección radical de la historia desafía muchos de los métodos tradicionales. Bien entendido, el presente venezolano no es el producto de una progresión lenta y lineal cuya verdad se puede extraer de los datos demográficos o indicadores sociales (aunque éstos dicen mucho). Tampoco es la creación heroica de los grandes líderes del pasado, compilado en lo que Foucault llama la "historia tradicional," pero aún más surgido a pesar de tales líderes. De hecho, estas historias triunfales han desempeñado un enorme papel en la consolidación de la década de 1960 de un sistema bipartidista mediada y amortiguador conocido como Puntofijismo, que era impermeable a la insatisfacción masiva y que, siendo incapaz de doblar, sólo podía romperse.

Y lo que hizo fue romperse, de manera espectacular, el 27 de febrero de 1989, cuando las demandas políticas y las fuerzas populares que se habían estado desarrollando lentamente, de forma invisible e intersticial, explotaron en una rebelión conocida como el Caracazo o Sacudón. Después de una campaña electoral crítica los prestamistas internacionales como el FMI y el nuevo Consenso de Washington, el presidente venezolano Carlos Andrés Pérez impuso su programa de ajuste estructural neoliberal, más conocido como el paquetazo. Enfurecido por el impacto inmediato de las reformas, particularmente el aumento de la noche a la mañana del precio del pasaje debido a la liberación de los precios de la gasolina, así como el método engañoso en que se impuso, los caraqueños más pobres y luego los pobres de toda Venezuela, tomaron las calles con disturbios y saqueos por casi una semana. Los desesperados pobres "penetr[aron] violentamente en las ciudades prohibidas," como dijo una vez Fanon, reuniendo un paisaje segregado aunque sólo momentáneamente, y en su saqueos tanto de necesidades como lujos, revelaron la naturaleza dual que Marx asoció a la mercancía, como a su propia intransigente demanda de que pronto "los últimos sean los primeros."

En vez de una Venezuela, hubo de pronto dos, y la dialéctica de la historia previamente congelada se vio obligada a moverse instantáneamente, desencadenando todo lo que ha sucedido desde entonces. Habían transcurrido décadas de luchas previas, pero en 1989 la suerte estaba echada, la imagen armoniosa de la sociedad venezolana había sido irreparablemente destruida, y la insostenibilidad tanto del puntofijismo como del paquetazo neoliberal fue descubierto ante todos. El Caracazo sacudió también la concepción común de quién sería el sujeto histórico de cualquier revolución venezolana, ya que no fue la clase formal trabajadora o los campesinos, sino en gran medida los trabajadores informales y los pobres excluidos a la periferia urbana, menudo denigrados como 'lumpen,' quienes se lanzaron decididamente a las calles, para redimirse "en

relación consigo mismos y con la historia."

Los muertos de 1989 no son una simple metáfora: concretamente, los fallecidos se cuentan entre los 300 y 3.000, la mayoría ejecutados a quemarropa en sus hogares mientras las fuerzas armadas venezolanas dispararon alrededor de cuatro millones de balas en un intento de hacer lo imposible: poner de nuevo al genio en la botella o a Pandora de nuevo en su caja. Los muertos, por supuesto, no enterraron a sus muertos, sino que fueron enterrados por los sirvientes de un orden moribundo. Muchos, como los que posteriormente fueron exhumados de una zona conocida como La Nueva Peste, habían sido arrojados en bolsas plásticas y tirados en fosas comunes. Sin embargo, en contra de los deseos del ancien régime, estos muertos no se quedaron quietos, no estarían en silencio, y tampoco deberíamos desear que se entierren unos a otros en la oscuridad. Más bien, el proceso de desenterrar esos cadáveres, tanto real como metafóricamente, fue un catalizador poderoso para lo que vino después.

Si existiese tal cosa como un momento fundacional de lo que se ha llamado la Revolución Bolivariana, sería este (y no, por ejemplo, el juramento hecho en 1982 por Chávez y sus compañeros de armas bajo el Samán de Güere). 1989 se estableció como un poderoso ejemplo de lucha, pero más concretamente, proporcionó el ímpetu para los que ya estaban conspirando dentro de la Fuerza Armada y sus aliados civiles. No sólo habían actuado y exigido acción la gente que estaba en las calles, sino también eran las mismas tropas-muchos de ellos reclutas pobres y de piel oscura-que recibieron la orden de disparar en sus propios barrios de Caracas y en otras partes. Fue sólo después del Caracazo que, según Chávez: "los militares bolivarianos del MBR 200 analizamos que habíamos pasado el punto de no retorno y decidimos que había que ir a las armas. No podíamos seguir siendo los cancerberos de un régimen genocida. Ese acontecimiento fue un catalizador " La intentona de golpe de Estado de Chávez el 4 de febrero de 1992 fue el resultado directo de 1989, el cual había sido originalmente programado para coincidir con el aniversario de la masacre.

Como un graffiti recientemente visto en Caracas, hecho por el Colectivo Hip-Hop Revolución, pone: "Somos hijos del 89." Y sin embargo, como con todos momento fundacional, incluso los recuerdos más viscerales pueden desaparecer con el tiempo si no están conectados continuamente con el presente. Como resultado, la política radical aparece casi como si estuviese dotada de una media vida como el plutonio, pero mucho más corta: los líderes radicales llegan al poder por la boleta o las balas, y se mueven-poco a poco o rápidamente-de la izquierda al centro, desde atacar al status quo a defendiéndolo fielmente. Venezuela, por el contrario, ha visto la trayectoria opuesta: elegido como un centrista en 1998, Chávez se ha radicalizado poderosamente a través de una combinación de presión desde abajo y el antagonismo de la derecha.

También en este caso, la cuestión de la ruptura es fundamental: en lugar de confiar en un solo momento fundacional que luego se desvanece en la memoria popular, mientras es gradualmente traicionado por prácticas de gobierno, la Revolución Bolivariana ha en cambio, como lo señala el militante de toda la vida Roland Denis quien me explicó en octubre de 2012, "pasado de un evento a otro." De 1989 a 1992, a la elección de Chavez en 1998, y de manera crucial al golpe efímero de la oposición que derrocó a Chávez durante 48 horas en abril de 2002: el recuerdo de la lucha ha sido periódicamente fortalecido de una manera que condensa en sí, no sólo la continuidad de Chávez en el gobierno, sino también su proceso de radicalización y los retos del futuro. Una vez más, nuestra tarea no consiste en liberar al presente del pasado à la Marx, sino en cambio, profundizar las continuidades y hacer que dichos lazos sean no sólo perpetuos sino también palpables.

La historia del presente venezolano ha sido, pues, una historia de ruptura momentánea y decisiva, de 1989, y también de muchos momentos de antes y desde entonces. Se mueve hacia adelante con el impulso de una catapulta, en saltos cualitativos previamente imprevistos e imprevisibles que de repente se convierten en históricamente posibles. Pero en lugar de ceder a esta imprevisibilidad y descuidar las tareas históricas, y en lugar de disolver esta historia en una multiplicidad de momentos micropolíticos sin ningún sentido general, nuestra tarea es captar, por el contrario, la dialéctica que les une y en torno al cual se unen poco a poco, apenas visible, convirtiéndose innegable en un instante.

Todo esto no quiere decir que Marx esté fundamentalmente equivocado, o que no debemos "dejar que los muertos entierren a los muertos" (fue el propio Marx quien criticó a otros para el tratamiento a Hegel como un "perro muerto"). Hay muchas cosas en el pasado reciente de Venezuela que "pesan como una pesadilla" en el presente: la burocracia y la corrupción, un petro-estado centralista, la tendencia arraigada a ver soluciones sólo de arriba-abajo, y la resurrección de algunos muertos en la expensas de otros. Incluso Simón Bolívar, cuyo nombre lleva la Revolución, ha sido resucitado para fines tanto radicales como conservadores. Nuestra pregunta pide en cambio, una respuesta como la famosa de Lenin: "¿Quién, para quién?": ¿Quién está siendo resucitado, y con qué propósito?

O, como el cantante popular venezolano y revolucionario Alí Primera expresó: "Los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos y a partir de este momento es prohibido llorarlos." Nuestra tarea es distinguir entre los cadáveres, enterrando algunos y desenterrando aquellos que resuenan con las demandas de las luchas contemporáneas de una forma muy distinta al duelo. Lo mismo ocurre con Primera, quien durante su vida fue aclamado en los barrios pobres de Venezuela a pesar de estar en la lista negra de los medios de comunicación, y que murió en un accidente de coche misterioso en 1985, mientras la sociedad venezolana se desvió hacia un punto de ruptura. Al igual que las víctimas del Caracazo, Primera también ha sido resucitado como el homónimo de una plaza de Caracas, como la estación de metro de Los Teques, y en una estatua erigida este año en la carretera donde murió o fue asesinado.

Algunos de nuestros muertos simplemente no pueden dejarse enterrados.

 http://caracazomedia.org. Traducido por Nidia González. Publicado originalmente en History Workshop Online.

George Ciccariello-Maher es profesor de 'teoria política desde abajo' en la Universidad de Drexel en Filadelfia. Su libro, Nosotros Creamos a Chávez: una historia popular de la revolución venezolana, sale próximamente del editorial de la Universidad de Duke.


gjc43@drexel.edu



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George Ciccariello-Maher

Escritor y teórico radical. Entusiasta defensor de la revolución venezolana en EEUU. Profesor de Ciencias Políticas en la Drexel University, EEUU. Autor del libro We Created Chavez: A People's History of the Venezuelan Revolution (Nosotros Creamos a Chávez: Una Historia Popular de la Revolución Venezolana).

 gjc43@drexel.edu      @ciccmaher

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