Acción colectiva y sistema

¿Ha sido y es, en lo que queda, el chavismo una acción colectiva? Preguntarlo, no es algo ocioso si pensamos que la gente varía constantemente en su implicación en la acción, algo así como un péndulo que oscila desde el extremo del envolvimiento intenso hasta el polo opuesto de la actitud pasiva o del “aprovechador”. También los intereses varían, de ser individuales a ser colectivos.

Algunos fenómenos colectivos implican una “solidaridad”, entendida como un reconocimiento mutuo de los actores como miembros de la misma unidad social; otros fenómenos no pasan, en cambio, de ser meras “agregaciones”. Por poner un ejemplo, en una huelga de trabajadores prevalece, en general, la solidaridad, mientras que en un pánico entre compradores se manifiesta una conducta agregativa.

Finalmente, es muy importante retener lo siguiente: algunas acciones colectivas comportan una trasgresión de los límites de compatibilidad del sistema de relaciones dentro de los que se desenvuelve la acción. Los límites de un sistema dependen, y se encuentran definidos, por el rango de variaciones que puede tolerarse sin que la estructura estalle. En este último caso, ha de surgir otro patrón de interacción si se desea evitar el caos propio de una desintegración funcional, moral y simbólica, en una palabra, la desintegración de “lo social”.

Pocas dudas existen respecto de que el chavismo, rebasando la persona de Chávez, ha sido, y todavía en parte es, una acción colectiva. La participación de la gente fue muy elevada al comienzo del actual gobierno, así lo fueron las expectativas de un cambio para bien: reforma del Estado, del aparato productivo, de la seguridad social, lucha contra la pobreza, por nombrar algunas.

Con el pasar del tiempo, la acción colectiva chavista fue perdiendo el envolvimiento intenso y pasó al polo opuesto, extremo, de los “aprovechadores”, de aquellos que usaron la acción colectiva para conseguir fines particulares. Igualmente, la solidaridad inicial fue reemplazada por la mera agregación: todo aquel que no estaba conforme con el pasado se añadió al núcleo precedente, en una suerte de “pánico por lo político”. El desplome del tradicional sistema de partidos puede ser interpretado como “compra nerviosa”, por parte de un electorado insatisfecho, de un candidato en gran medida desconocido y que fue conociéndose “demasiado tarde” para evitar una catástrofe social de dimensiones alarmantes.

Creo que hemos llegado al punto de quiebre: la acción colectiva del chavismo transgrede los límites de compatibilidad del sistema de relaciones en cuyo seno se desarrolla la acción. En otras palabras, el chavismo socava las bases de su misma acción colectiva, a la par que dificulta enormemente el desenvolvimiento de una nueva acción colectiva. La nueva democracia en ciernes, que aguarda por el desplome del actual gobierno de matriz autoritaria, puede encontrarse con el gran obstáculo de la desintegración de “lo social”.

En este caso, hay que recuperar, antes que cualquier otra cosa, cierta unidad simbólica, algo que nos reúna, para pasar luego a una integración funcional (de la economía, de lo político, de lo cultural, etc.) y esperar una integración moral que devuelva la confianza entre los actores. Es difícil hacerlo, porque lo simbólico no se controla, sino que “emerge” de la interacción misma y de ello se tiene siempre, por así decirlo, una “conciencia lateral”.

Vale, entonces, decir, que la nueva acción colectiva, sin la cual la acción individual no pasa de esfuerzo vano, frustrante o de mera rapiña, actuará en el marco de un sistema nuevo, que hay que aprender a conocer, que hay que estudiar. Creo que fundaciones, centros de investigaciones y personas particulares deberían promover el análisis de este nuevo marco, so pena de incurrir en otros desaciertos, otras conductas agregativas que nos depararían más “compras nerviosas” y, al final, aunque cueste creerlo, un mayor colapso.

El comienzo de una revolución dentro de la revolución no puede ser postergado. Yo creo que somos muchos los que esperamos un signo claro y contundente para creer que la revolución bolivariana es digna, honesta y pueda convencer los escépticos de izquierda como yo. No soy pesimista pero sí realista. No se trata de purgar, sino de dar el ejemplo. Una auténtica revolución que permitiera poner al servicio capacidades ociosas es una señal que Chávez debe dar con fuerza. Imponiendo orden con paciencia y tratando de entender que también la clase media que lo adversa es víctima de la alienación. Por eso es cómplice de cualquier cosa que destruya por enésima vez la esperanza humana en que el capitalismo sea el único sistema político. Tal vez, la revolución dentro de la revolución pueda hacerle entender pausadamente al país que el principal problema es la desigualdad y que, por tanto, se impone la redistribución, siempre y cuanto no afecte la generación de riqueza. De otra forma, no hay nada que repartir. El socialismo del siglo XXI debe solventar este problema.

Si hasta el momento no he tomado una posición oficial y pública, es porque a mi retiro de la Ucab (2002) dado el autoritarismo de su Rector, y las censuras a la que he estado sometido (prohibido un libro titulado “A la raíz del convivir”, por dignificar el chavismo como objeto de estudio), más el ambiente de hostilidad, no ha correspondido una revolución clara y transparente. Discutir sobre la ética que posee el marxismo respecto del capitalismo es perder el tiempo. Demasiado evidente es la preocupación de toda revolución de ocuparse del propio pueblo en lugar del “tá barato” maiamero. Dejemos el pantano de la Flórida al mercado y concentrémonos en la sociedad de los individuos revolucionarios portadores de valores. Tal vez vuelva joven otra vez. Y disculpen mis ambigüedades. Pero no soy como Richelieu, quien decía: “Por favor, no me saquen de mi ambigüedad que me confunden”. No soy ambiguo, sólo aguardo. Por eso no he votado desde 1998. No soy un “ni ni”, pero tampoco un tonto útil. Se puede conceder mucho a la Revolución en términos de libertad siempre y cuando resuelva el problema de la pobreza. No debe haber más pobres. De otra forma la iglesia siempre tendrá su “opción preferencial por los pobres”. Los pobres son el capital político del Vaticano.

mdesiato2002@yahoo.com


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