Me enteré con gran pesar de la muerte del buen amigo, el Dr. Martin Zapata Fonseca, rector de la Universidad Católica Santa Rosa de Lima. Lo conocí en aquellos tiempos de mi vocación sacerdotal. Él junto al presbítero Juan Carlos Silva y Adán Ramírez fueron impulsores que aquella fe que hoy ha sido transformada en mi alma.
Martín, distinguido sacerdote y apóstol de la educación venezolana, fue un hombre ejemplar. Un amigo incondicional y, lo más importante, un convencido de la lucha social. Siempre creyó que la educación era el camino para liberar a nuestro país de todas las ataduras y las miserias a las que estamos sometidos desde hace tanto tiempo.
Muy al contrario de lo que en su momento pudo haber expresado el señor Cardenal Jorge Urosa, arzobispo de Caracas que, junto al señor Arzobispo Baltazar Porras, se convirtieron en los más recalcitrantes detractores de Martin, creo que este excomulgado sacerdote, recibió para siempre la comunión de su pueblo. Es decir, a diferencia de estos bastardos jerarcas católicos que tanto daño hacen con su prédica divina que defeca demonios, Martin si fue un auténtico servidor del pueblo venezolano desde su trinchera universitaria.
Lamento el adiós de Martin y siento con tristeza que no haya sido reivindicada su lucha en el momento oportuno. Pero sé que hoy, en el lugar que está, recibe un sincero agradecimiento de sus alumnos, de sus amigos, de su pueblo y, además, recibe la garantía de que permaneceremos en el sendero que de buena voluntad él señaló tantas veces.
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