Carta a un profesor universitario y mención a Ismael García

   Los exabruptos en el uso del idioma de personas sin estudios, sin ninguna clase de formación o preparación académica, son plenamente justificables. A una persona así, que no haya tenido la fortuna de asistir a la escuela, que no haya tenido tiempo ni oportunidad de prepararse adecuadamente, se le debe perdonar, y en general se le perdona cualquier equivocación que cometa al expresarse. Tales incorrecciones, en estos casos, son perfectamente comprensibles y excusables. 

   En cambio, la situación varía radicalmente cuando en el error incurre una persona que haya estudiado o que posea algún título académico. En este caso no se debe ser tan magnánimo como en el anterior. Sobre todo, porque no se justifica. A una persona que haya cursado estudios no se le debe pasar por alto el que en ocasiones se exprese tan mal, que pareciera que no los hubiera cursado. El que alguien que haya asistido a un establecimiento educativo diga, por ejemplo, habemos algunas personas; en base a las estadísticas; a nivel de tribuna, yo me recuerdo; estuvieron involucrados en la jugada, una curul, listado en vez de lista, sumatoria, en vez de suma  etc., es altamente preocupante. Y lo es, no por lo que al individuo en cuestión se refiere, por cuanto cada quien es libre de rebuznar todo lo que quiera. Lo es, es preocupante, repito, porque pone claramente de manifiesto la deplorable calidad de una educación que está muy lejos de ser, pese a la enorme cantidad de dinero que en ella se invierte, la que el país requiere para su progreso social y económico. 

   Otra clase de persona a la que tampoco, y tal vez menos, se le debería perdonar esta clase de incorrecciones, son los locutores, animadores, narradores y comentaristas de radio y televisión. Con esta gente se debería ser particularmente inflexible y actuar sin ninguna clase de contemplaciones. Ello se debe a que burradas como las de Argenis Darienzo, por nombrar uno de esta dañina fauna, no se quedan en el estrecho ámbito de sus amistades, sino que los relinchos tienen un alcance y una resonancia mucho mayor. Hecho sumamente nefasto, porque al influir en los hábitos lingüísticos de quienes los escuchan, consagran estupideces que, una vez arraigadas, resulta muy difícil, por no decir imposible, erradicar. 

   En este sentido, los locutores en general deben saber que la palabra es su instrumento de trabajo. Y por consiguiente, la calidad del mismo dependerá  en buena medida de las herramientas que empleen para realizarlo. Es similar al caso del carpintero que en sus actividades utilice serruchos amellados, cepillos defectuosos o metros mal calibrados o incompletos. El resultado es obvio: sillas cojitrancas, mesas pandeadas y torcidas, etc. Por eso, para los locutores responsables, para los que no son unos aventureros y respetan y aman entrañablemente la profesión, como el compañero de ustedes, que en uno de estos días recitó los famosos versos de Antonio Machado, es vital cuidar con esmero la palabra. Utilizarla apropiadamente en el orden y en el momento preciso. De allí que quisiera felicitar a ese preocupado señor y pedirle que nos siga deleitando con sus emotivas declamaciones.


Estas reflexiones se me han ocurrido a propósito de las transmisiones del béisbol en las cuales usted participa en calidad de comentarista. Al respecto, yo debo ser franco y decirle que debido a la pésima calidad de nuestra radio, la que además de ser extremadamente vulgar y chabacana se caracteriza por una ignorancia supina, yo nunca la escucho. Sin embargo, en esta oportunidad, debido a problemas de salud que me han obligado a guardar cama, he tenido que hacer de tripas corazón y apelar, como alterno recurso de distracción –el otro e la lectura-, al transistor. En realidad no son muchos los programas que oigo. Para ser franco, el único que escucho es la descripción del béisbol a través de Radio Aeropuerto. Y perdóneme la sinceridad, amigo Profesor., pero lo que he escuchado en esas transmisiones no ha sido, con la ilustre excepción señalada, muy alentador que se diga. Entre otros motivos, porque allí, al igual que en las otras emisoras, también se atropella brutalmente el español. 

   Ahora, en vista de mi forzada inactividad, me he puesto a pensar sobre las causas de este inquietante problema, y he llegado a la lamentable conclusión que el mismo se debe a la negligencia con la que los locutores asumen su trabajo. O peor aún, al desprecio que se tiene en el medio radial por la buena habla. Pero sea la negligencia o el desprecio por el idioma la causa inmediata de los horrores que constantemente se escuchan por la radio y la TV, lo cierto es que, en el fondo, en el origen de esta calamidad, se encuentra la ignorancia. Es la ignorancia, y ninguna otra cosa lo que obliga a los locutores a expresarse en la forma en que se expresan, sin tener mucho en cuenta si se entiende lo que dicen ni el daño irreparable que le causan a la población venezolana. 

   Se trata, sin duda, de algo muy distinto de lo que ocurría en épocas anteriores. “Pancho Pepe” Cróquer, por ejemplo, fue, entre otras muchas cosas, un narrador deportivo que llegó a alcanzar la cumbre más elevada de la popularidad. Y no fue sólo por el privilegiado timbre de su voz ni mucho menos por su figura apolínea, que desde luego no la tenía. Pancho Pepe, como cariñosamente le decían, conquistó esa posición de ídolo, se ganó el respeto, el cariño y la admiración de todos, esencialmente porque fue quien tuvo el mérito de inaugurar en Venezuela el tipo del narrador culto. Porque a diferencia de los de hoy, que son una vergüenza, él fue, junto con sus discípulos, que los tuvo, un trabajador del micrófono que, además de manejar impecablemente  el idioma, se interesó vivamente por las cuestiones de la cultura. Y así, no tenía nada de particular que después de haberle oído narrar un rudo encuentro –match, diría el narrador de ese circuito- de boxeo, se escuchara declamando, con una sensibilidad insospechable, versos de Juan de Dios Pesa, Federico García Lorca, Gabriela Mistral, Amado Nervo y, muy particularmente, aquellos versos de Miguel Otero Silva  dedicados a Yolanda Leal, candidata en un certamen por el reinado del deporte en Venezuela, y que tantas pasiones desató en todos los estratos de nuestra sociedad. Algunos de esos versos, que valen la pena recordar, dicen así: “Yolanda de Venezuela/mi pueblo te necesita/por morena y por bonita/y por maestra de escuela.  

El strike de tu sonrisa/cruzó su curva en mi pecho/y yo me quedé maltrecho/ y abanicando la brisa. Corredor con mucha prisa/mi corazón sin cautela/ salió en busca de tu escuela/ y tu sonrisa profunda/lo puso fuera en segunda/Yolanda de Venezuela.    

Quién fuera rolling sin pena/para tu pie acanelado/quién fuera flay elevado/para tu mano morena/en la tribuna más llena/donde Juan Bimba más grita/con tu voz de agua bendita/proclamando la victoria/para cubrirte de gloria/mi pueblo te necesita. 

Cuando para mi desgracia/te alargué la mano tersa/tú me volaste la cerca/con el jonrón de tu gracia/. Reina de mi democracia/soberana de Pagüita/en la clara nochecita/de tus ojos retrecheros/me anotaste nueve ceros/por morena y por bonita. 

Fuiste línea disparada/hacia tu pueblo, de frente/y en ti tu pueblo valiente/logró su mejor jornada. Así quedaste engarzada/ en manos de Venezuela/manojito de canela/reina la más majestuosa/ por morena y por hermosa/y por maestra de escuela”. 

   Versos como estos y como otros muchos de laureados vates del Parnaso castellano, recitaba el recordado “Pancho Pepe”, demostrando con ello que la cultura y el deporte no tienen que ser conceptos antagónicos y excluyentes.

   Lo mismo ocurre con Alí Kann. Y que nadie diga que la popularidad de la que goza el llamado “Principe”, se debe a que su hermosura física sea la misma de un apuesto efebo ni porque sea una réplica fiel y exacta del fenicio Apolo. Tampoco, por supuesto, porque engole ridículamente la voz ni porque adopte poses d estrella de cine. Su gran prestigio, especialmente entre los aficionados al hipismo, se debe simplemente a su escrupulosa manera de usar el idioma. Al respecto, recuerdo que una vez, para referirse a las muchachas que montan caballos en la Rinconada, le dio por llamarlas “yoquetas”, un barbarismo que no decía nada en ningún idioma. El padre Bartola lo escuchó –quizás porque tal vez se jugaba ocasionalmente algún cuadrito- y, en uno de sus amenos e instructivos artículos en El Nacional de la primera etapa, se lo hizo notar con su fina y punzante ironía. Alí Kann, partidario escrupuloso del buen decir y tal vez por aquello de que “lo cortés no quita lo valiente”, no sólo rectificó empleando en lo sucesivo el término “jineta”, sino que agradeció también públicamente las observaciones del distinguido gramático. Pruebe usted a hacerle alguien de aquí una observación parecida, para que vea que es entonces cuando más se emperra y cuando más se jacta de ser un animal. Signo inequívoco de que efectivamente lo es.

   En estos tiempos, en el Zulia, la situación es completamente al revés. Tanto, que no creo que exista otro lugar en Venezuela, que ya es mucho decir, donde la lengua sea tan brutalmente ultrajada. Y entre los que trabajan con usted, mi amigo, es el que más destaca en este infame y vil culturicidio. Este locutor, llevado por su ridícula anglomanía, pretende convertir nuestro idioma en un vulgar y asqueroso “spanglish” Y no sólo eso, sino que también acostumbra decir, entre otra serie de disparates, “en relación al manager”, en lugar de “con relación al manager” o “en relación con el manager”; “motivado al accidente”, en lugar de “debido o a causa del accidente” y otros rebuznos más. Y en cuanto a usted, amigo Profesor, perdóneme la sinceridad, pero también le he escuchado algunas impropiedades que estoy seguro de que se deben más al descuido y a la negligencia que a la propia ignorancia. Por ejemplo, usted dice: yo me recuerdo, queriendo significar que se ha acordado o recordado algo. Yo no voy a incurrir en la imperdonable pedantería de decirle en qué consiste la diferencia entre yo me recuerdo y yo recuerdo, que es como debe decirse. Pues estoy seguro que bastaría con que usted hiciera un pequeño análisis de la frase –al fin y al cabo es un destacado universitario-, para que inmediatamente se diera cuenta de su improcedencia, es decir, para que se percatara de que en este caso el verbo recordar no es reflexivo y que por lo tanto no exige el complementario acusativo me. El otro dislate en el que incurre es cuando expresa: “anotaron una carrera, ella fue limpia”. A propósito de esta expresión, sería conveniente informarle que en nuestra lengua los pronombres “ella”,  “ésta”, “él” y “éste”, entre otros usos que se les dan es para evitar ambigüedades, o cuando no se quiere repetir el nombre de una persona o cosa que se ha mencionado anteriormente,  sea el antecedente.. Por ejemplo, “Gualberto quiere a Concha, pero ella no lo puede ver”. En este caso, como es fácil apreciar, ella reproduce a Concha. Otro ejemplo, “le escribí una carta a Petra, pero ella no me ha contestado”. Como puede verse, si no se hubiera empleado en ambos ejemplos el pronombre ella, entonces se habría tenido que recurrir de nuevo a los sustantivos propios Concha y Petra. Lo que hubiera dado lugar a una oración demasiado monótona. “”Gualberto quiere a Concha, pero Concha…”. “Le escribí una carta a Petra, pero Petra…”. En la frase “anotaron una carrera, ella fue limpia”, el pronombre no sólo es antiestético, sino, además, completamente innecesario. Por consiguiente, con decir: “anotaron una carrera limpia” es suficiente, puesto que en la misma no existe ninguna posibilidad de confusión o ambigüedad. Lo demás es querer hablar demasiado “fisno”. 

Comenatario al margen:                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  Copia de esta carta se la envié al conocido lingüista y afamado columnista de un diario de la capital, Profesor Alexis Márquez Rodríguez. ¿Con qué finalidad lo hice? Con la finalidad de pedirle su autorizada opinión acerca del punto de vista de la Profesora Caridad Oriol Serre, según la cual el verbo “forzar” es un verbo regular. Pero, además de eso, a fin de que tuviera más elementos de juicio en qué apoyar sus consideraciones sobre el tema planteado, le envié copias de las páginas del libro de la mencionada Profesora, donde ella, de una manera inequívoca, utiliza como modelo del verbo “forzar”, la primera conjugación, o sea, amar, que como se sabe es regular. 

   Lo que yo aspiraba del Profesor Márquez era que, como lo sostenido por la filóloga española me parecía algo sumamente extraño –de hecho a mí me sorprendió enormemente-, le dedicara la mayor parte de sus observaciones, no a mí, que en esto soy apenas un simple “asomao”, sino al objeto de mi consulta y,  particularmente, al supuesto carácter regular del verbo “forzar”. Pero lamentablemente no fue así. Y en su artículo “El verbo forzar”, del 22-12-96, hizo todo lo contrario: “me arrió la caña a mí” y a la autora la eximió de toda responsabilidad en este dislate; demostrando con ello que una vez más razón tiene el refrán que dice  que al perro más flaco se le pegan las garrapatas.  En efecto, en relación con la señora Oriol, mostrando una condescendencia inusual en él, el articulista caraqueño la excusó alegremente diciendo que su pifia había sido producto de una simple errata. Al respeto dice lo siguiente: “Se trata, obviamente, de una errata, y si en efecto la autora considerase a “forzar”, como verbo regular, seguramente no daría como su modelo a “amar”, sino tal vez a “orzar”, etc.” Aquí hay dos cositas que es necesario destacar. En primer término, la palabra obviamente. Y la pregunta obligada es ¿dónde está lo obvio? Lo obvio es el testimonio escrito que está a la vista, y que demuestra que lo indicado por la autora no fue una errata, sino una tremenda metida de pata con todas sus indeseables implicaciones, lo demás es especular, lo que no tiene nada de pedagógico. Lo otro se relaciona con la expresión tal vez, equivalente a quizás, o sea, conjetura, suposición etc. En este sentido ¿tiene derecho el Profesor Márquez, por mucha que sea su autoridad en el domino de la lengua, a estar emitiendo opiniones con base a suposiciones? ¿a guiarse para emitir un juicio por lo que a él le dé la gana de suponer y no por los hechos concretos y reales cuyas contundencias no se pueden ignorar? Pero bien, la cuestión es que, mientras a mí me sacudía de lo lindo, a la dama en cuestión ni con el pétalo de una rosa..  

   Y ya para terminar, quisiera citar otros comentarios de Márquez escritos en el mencionado artículo y referidos a la misma carta al amigo Profesor. Efectivamente, en el segundo párrafo de dicha columna su autor asienta lo siguiente refiriéndose a mí.: “En la mayoría de los casos de que habla en su carta tiene razón. Sin embargo, queremos llamar la atención acerca de la dureza de los términos que usa al hacer crítica sobre el mal uso de la lengua. Ese tono tan agresivo y hasta desconsiderado en ciertos momentos es contraproducente y hace más mal que bien. Estos asuntos deben tratarse de una manera sosegada, en procura de que el interesado, antes de sentirse ofendido y maltratado, más bien agradezca el señalamiento de sus errores, y de esa manera se gane su voluntad hacia su corrección”.  

   ¡Qué modosito, no! ¡Qué tierno! Si hasta dan ganas de llorar. Pero veamos ahora como el Profesor practica lo que predica. En su columna, del 26-2-95, titulada “La formación de los locutores”, en el cuarto párrafo asienta las siguientes delicadezas: “La verdad es que la actuación de los locutores en la emisoras de radio y TV se ha venido convirtiendo en una verdadera calamidad, en la doble acepción de este vocablo, como “Desgracia o infortunio que alcanza a muchas personas, y como persona incapaz, inútil o molesta”. No hay día en que no escuchemos de ellos –que no de todos, por supuesto- los más absurdos, atrabilarios y hasta cómicos disparates, productos, unos, de la más supina y universal ignorancia, y otros del más elemental desconocimiento del idioma que se pretende hablar”. En el párrafo siguiente, continúa: “…poderosos enemigos de la enseñanza del lenguaje, unos porque su propia ignorancia del idioma los convierte en peligrosos factores de deformación lingüística de los futuros egresados, otros porque sienten un olímpico desprecio por todo cuanto tenga que ver con eso que suele llamarse el buen decir”.  

Ismael García:

   En la oposición venezolana, esa especie de fétida gusanera, existe una numerosa fauna de degenerados, de sujetos tan moralmente despreciables y asquerosos, que desacreditan y deshonran hasta el gentilicio venezolano que tan cínicamente usurpan y envilecen. Se trata de unos individuos –mujeres y hombres- tan depravados que se les debía amarrar las trompas y los conductos testiculares, según sea el caso, para evitar que su maldita estirpe se siga reproduciendo y dañando la genética nacional. 

   Uno de estos mugrosos y repugnantes personajes es, por supuesto, el inefable Ismael García. Esta sabandija, este animal rastrero es tan inmundo, que debía ser casi una obligación de todo venezolano auténtico escupirle la cara donde quiera que se encuentre. Porque hay que ver a qué grado de vileza e indignidad ha podido caer esta inmundicia viviente como para llegar al extremo de irle a pedir dinero, a pedirle dinero, repito, a un país enemigo del nuestro para conspirar contra Venezuela en beneficio del amo extranjero. Yo creo que Ismael García y todos los que como él se desvelan por vender la Patria, no es el producto de un parto normal sino invertido. Y para terminar con este deshecho, quién esto escribe piensa que ante la gravedad de los hechos protagonizado este sujeto, y que constituyen un claro delito de traición a la Patria, la Asamblea Nacional debía fijar posición al respecto. Porque es inconcebible que un descastado como este esté ocupando una curul en la máxima expresión de la nacionalidad, representando no los intereses del pueblo que lo eligió sino los de una potencia extranjera. 

Mi más profundo respeto y admiración a la señora María Teresa Castillo, ex-esposa del inolvidable Miguel Otero Silva. Pero no se vaya usted a creer que ese respeto y esa admiración se debe a ese hecho, al hecho de haber sido esposa del gran MOS. Porque ahí donde usted la ve, fue una mujer que combatió en la calle, desafiando todos los riesgos y peligros que eso implicaba, la terrible tiranía de Gómez. Tanto es así, que a raíz de la huelga petrolera que se produjo aquí, la primera en su tipo y que fue ferozmente reprimida por los genízaros del sátrapa, participó en un mitin realizado en la plaza bolívar de esta ciudad en apoyo a las demandas de los huelguistas.


alfredoschmilinsky@hotmail.com


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Alfredo Schmilinsky Ochoa


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