Violencia e inseguridad: algunas coordenadas socio-políticas

La violencia constituye uno de esos referentes que hoy por hoy ocupan lugar estelar en el tapete comunicacional de nuestro país. Basta sentarse en cualquier plaza, café o espacio de interacción social, para apreciar que no pasan unos cuantos minutos antes que la agenda de interlocución se dedique a precisar las mil y un tragedias que están consustancias con el asunto de la violencia y los terribles costos (psíquicos, políticos, económicos, etc.), asociados a la inflación de tal fenómeno. Una sociología mínima basta para apreciar los impactos e intensidades con los cuales se reviste tal particular en el quehacer contemporáneo de los venezolanos y venezolanas.

Ahora bien, en el marco de la importancia creciente que ha ocupado la violencia en nuestro país, valga la ocasión para señalar que uno de los elementos con los cuales está profundamente asociado tal evento es con el eje-problemático de la inseguridad inter-personal, toda vez que la espiral creciente de robos, homicidios, etc., que se han objetivado en nuestro patria en las últimas dos décadas, han llevado a fusionar el binomio violencia-inseguridad como uno de los estigmas más férreamente marcados en la epidermis de nosotros los venezolanos, al punto de constituir una patología social cuyas implicaciones quizás no hemos aún logrado precisar en sus más claras magnitudes.

Basta inquietarse sobre las razones por las cuales un niño de tan solo 12 o 13 años de edad ya se ha iniciado en el campo de los rituales delictivos para apreciar las derivaciones (de todo tipo), que se desprenden del respectivo particular. Ante ello, los venezolanos y venezolanas del siglo XXI enfrentamos, sin duda alguna, uno de nuestros más desafiantes retos.

A la luz de lo anterior, se hace imperativo entender que el asunto de la dupla-violencia-inseguridad interpersonal exige el concurso de la mayor cantidad de esfuerzos posibles para cambiar, en el mediano plazo, las connotaciones que en la actualidad le son inherentes, lo cual demanda considerar los aspectos que están íntimamente asociados al problema en cuestión y cuyo abordaje/tratamiento resulta capital en pro de subyugar los tentáculos de un acontecer cuyos estragos resultan simplemente intolerables. Dicho lo precedente, consideramos conveniente precisar, desde todas las trincheras intelectivas posibles, aquellos puntos neurálgicos que no pueden desatenderse al momento de situar el matrimonio violencia-inseguridad, y gracias a lo cual podremos obtener no sólo una detallada radiografía del indicado entramado, sino también, unos definidos campos de actuación sobre los cuales podemos depositar los más importantes esfuerzos.

En función de lo anterior y atendiendo de momento unos explícitos trazos de valor socio-político (los de naturaleza económica, mediática, ideológica, etc., bien pueden ser abordados en oportunidades venideras), consideramos que a los fines de auscultar la llave violencia e inseguridad del modo como se viene tipificando en Venezuela, se deben considerar, cuando menos, una serie de aspectos vinculantes con las observaciones que acto seguido pasamos a enunciar:

1.- Desde el punto de vista político, se hace necesario digerir la expresión “el gobierno ha fracasado en el campo de la seguridad ciudadana”, pues, sin generar mayor hipersensibilidad político-ideológica, tal afirmación urge reconocerla. En tal sentido, digerir la indicada sentencia significa aceptar y comprender que si bien se han adelantado iniciativas interesantes en los últimos dos lustros en materia de seguridad ciudadana, no por ello se puede negar que los resultados no corresponden con lo esperado. Entre el texto (lo propuesto en términos de políticas, planes, etc.) y el contexto (lo objetivado en materia de ocurrencia de delitos), se han erigido abismales puntos de desencuentros, gracias a los cuales la inseguridad constituye uno de los fundamentales vértices de tensión a lo interno de la sociedad venezolana.

2.- Desde el punto de vista partidista igualmente se hace menester re-significar la sentencia “el gobierno ha fracasado”, toda vez que si bien es cierto que buena parte de la trayectoria gubernamental de este país en los últimos 15 años ha presenciado hegemónicamente la impronta del chavismo, no por ello la oposición política puede negar que en términos de gobiernos regionales y/o municipales sus experiencias de gobernabilidad han arrojado pírricos resultados en el campo de la seguridad ciudadana, lo cual puede apreciarse fácilmente, desde el punto de vista histórico, si nos detenemos a revisar los índices delictivos (de los últimos 10 años), en los 5 principales estados del país donde el robo y los homicidios arrojan las cifras más alarmantes y en los cuales tanto el chavismo como la oposición han ocupado posiciones de poder. Sincerar el asunto de la violencia e inseguridad inter-personal pasa por abandonar las banderas político-partidistas que se han tejido sobre el mencionado aspecto, y gracias a las cuales se ha hecho (casi) imposible trabajar concertadamente sobre tal asunto de interés nacional en términos de gobierno-oposición.

3.- Desde el punto de vista socio-institucional, no se puede continuar alimentando el virus de la impunidad. En tal sentido, mientras las instituciones del Estado venezolano no arremetan sin pudor alguno contra la impunidad y se mantenga esa suerte de percepción según la cual la gran mayoría de los delitos quedan impresos en la sociedad sin generar ningún tipo de sanción a su ejecutante, entonces difícilmente las cosas podrán cambiar en los contornos de la seguridad ciudadana. Más aún, cuando a propósito de la afirmación anteriormente señalada se ha nutrido cierta incredulidad e indisposición por parte de la ciudadanía a denunciar las acciones delictivas que sufre, lo cual reviste al tema en cuestión de una doble condición de inoperatividad; primero, ante un Estado cuya morfología impide atender, sancionar, responsabilizar, etc., efectivamente las acciones delictivas (por no contar con los componentes jurídico-penales requeridos), y segundo, ante una ciudadanía que a través del silencio se convierte en la principal cómplice o coartada para que la delincuencia y los delincuentes no rindan las cuentas que por sus actuaciones deberían rendir. La impunidad constituye un factor-clave para entender la economía del delito en Venezuela y en tal sentido, se deben direccionar ingentes esfuerzos.

4.-En el trasluz socio-comunitario y de cara al espíritu preventivo que caracteriza a las políticas públicas en el área de la seguridad ciudadana a través de iniciativas como la Gran Misión a Toda Vida Venezuela o la Reforma del modelo policial, se hace imprescindible reconocer que ante el gran peso que se le asigna a las comunidades en el campo de la activación, organización, participación, etc., en lo correlativo a la materia de la seguridad ciudadana, lo que se viene haciendo palpable es una gran atmósfera de miedo o desafección ante las variadas iniciativas que desde distintos ángulos gubernamentales se vienen impulsando, toda vez que si bien el poder popular se ha expresado efectivamente en otras arenas socio-políticas, a partir de la constitución de Consejos Comunales, Comunas o afines, no menos cierto resulta que las cosas cambian en tales laboratorios de participación cuando la seguridad ciudadana se aborda como asunto central. A partir de lo anterior, el fantasma de las represalias por parte de los delincuentes, así como otra serie de situaciones nocivas que resultan de conocimiento público y notorio, constituyen verdaderos diques que por ahora frenan u obstaculizan el protagonismo de las comunidades sobre el indicado particular, lo cual nos obliga no solo a revisar la débil musculatura política que existe en tal sentido, sino también, el rol fundamentalmente estatal que deben adquirir las políticas de seguridad ciudadana hasta que algunas cosas hayan suficientemente madurado en el ámbito socio-comunitario. La intensidad del problema sobrevenido obliga a tomar como conditio sine qua non tal especificidad.

Dicho lo precedente, cerramos las presentes líneas subrayando que no se puede alimentar la posibilidad de una Venezuela menos violenta y más segura si no nos detenemos a considerar los efectos generados por cada uno de los cuatro puntos señalados previamente, así como del diseño de frescas hojas de ruta (política, gubernamental, etc.), que de una u otra manera incorporen los aspectos que se desprenden de cada una de las observaciones realizadas.

Entendemos que con ello no estamos visualizando los engranajes gracias a los cuales desaparecerá de nuestros paisajes cotidianos (por fin), el hiriente filo de la violencia e inseguridad, empero, por lo menos estamos convencidos que el hecho de tomar en consideración cada una de las coordenadas socio-políticas señaladas puede contribuir fecundamente a los fines de navegar hacia unos muelles resolutivos mucho más plausibles que los que hoy por hoy socialmente apreciamos. ¿Qué dice usted, gentil lector?


cinco-venezuela@hotmail.com


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Rafael González G.


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Rafael Gustavo González Pérez

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