Como es su rutina,
la oposición apátrida en Venezuela descontextualiza discursos, apela
a voces de autoridad y camufla sus empresas desestabilizadoras tras
lo que sea. Todo con tal de reinstalar su hegemonía y usurparles todas
las conquistas sociales, económicas y políticas a las mayorías.
Al citar sólo un fragmento
entresacado del Discurso de Angostura pronunciado por Bolívar en 1819,
la oposición descontextualiza y encubre varios elementos centrales,
indispensables para entender lo que realmente nos quiso expresar el
Libertador. Revisemos, cuando menos, cómo principia el Discurso de
Angostura: “Señor. ¡Dichoso el ciudadano que bajo el escudo de las
armas de su mando ha convocado la soberanía nacional para que ejerza
su voluntad absoluta!”
Bolívar lo deja muy
claro, y lo recalca con interjecciones: un ciudadano, amparado en una
cierta capacidad armada para defenderse, convoca al pueblo para que
juntos ejerzan una voluntad absoluta en favor de su soberanía. Bolívar
piensa al pueblo en estrecha aleación con el ejército. Es un ejercito/
pueblo. Un todo social. Una suerte de “guerra de todo el pueblo”.
Un tipo de colectivo con una nueva conciencia de clase para sí.
Veamos asimismo este
otro fragmento revelador del Discurso de Angostura: “Un justo celo
es la garantía de la libertad republicana, y nuestros ciudadanos deben
temer con sobrada justicia que el mismo magistrado que los ha mandado
mucho tiempo, los mande perpetuamente”.
¿Qué preocupa realmente
a Bolívar? Le inquietan tres cosas: 1) que un magistrado electo por
el Congreso (no por vía popular, pues para entonces no existía el
voto directo) decida los destinos de todo el país; 2) que este magistrado
se entronice en dicha alta posición, plegándose para lograrlo a los
intereses de la clase racista y mantuana de la época, de la que seguramente
provendría (y que es la que lo elige para el cargo en elecciones de
segundo grado), y 3) que dicho magistrado se emplace en el poder “perpetuamente”,
esto es, sin posibilidad ninguna de que el pueblo soberano lo pueda
remover por elección. De allí nace eso que Bolívar rotula como: “la
usurpación y la tiranía”.
Cabe preguntarse entonces,
para Bolívar ¿de dónde proviene la legitimidad? Como se evidencia
en múltiples ocasiones, para él la legitimidad de un mandatario —y
de un gobierno— solamente se deriva de la libre voluntad colectiva:
“La aclamación libre de los ciudadanos —escribe— es la única
fuente legítima de todo poder humano”.
La aclamación libre, esto es, mediante acuerdo mayoritario —y, por lo demás, resonante— constituye para Bolívar el mecanismo no sólo ideal sino único, capaz de conceder legitimidad a cualquier poder en el terreno de lo humano. Por el contrario, cabe preguntarse ¿qué significa entonces para Bolívar un gobierno que ejercite la “tiranía”?. Veamos: “Aunque la guerra —escribe Bolívar— es el compendio de todos los males, la tiranía es el compendio de todas las guerras”.
Para Bolívar, la tiranía no deriva tanto del ejercicio de un arbitrio personal excesivo sobre los asuntos públicos cuanto que de un estado continuo e ignominioso de acorralamiento civilizatorio. Deriva de un estado de vasallaje colectivo con respecto de un estado colonial/ imperial. La tiranía supone para Bolívar un estado de guerra en potencia. La tiranía es un estado latente de guerra aunque en situación de aparente inmovilidad de quienes la soportan. Bolívar justifica en este caso la guerra, pese a estar conciente de que esta es el compendio mismo de todos los males. La emancipación es pues para Bolívar condición sine qua non para poder realizar a la postre otra batallas que permitan al colectivo acceder a mejores condiciones para realizar una vida colectiva emancipada, ética, satisfactoria, plena. Tal ideario de Bolívar podría resumirse en la frase: “Debe hacerse en cada momento, lo que en cada momento es necesario” (José Martí). Una idea martiana que en buena medida es sinónima a la de Mahatma Gandhi cuando propugna desplegar la guerra anticolonial mediante el uso conciente de la no violencia. Pero aclara asimismo muy bien que, en caso de que algún patriota no consiga librar la lucha anticolonial por la modalidad no violenta, debe apelar a todas las vías violentas a su alcance, ya que la máxima violencia es la de consentir que se perpetúe el yugo colonial.
Precisamente por ello,
por la clarividencia de ver "lo que en cada momento es necesario”
es que Bolívar también entrevé que la prolongación en el tiempo
de una guerra intestina en Venezuela y América del Sur podría paradójicamente
servir a la causa mantuana, incluso después de alcanzada la liberación
de parte de Suramérica del imperio español. Por ello Bolívar asume
concluyentemente: “Aunque me cueste la vida voy a impedir la guerra
civil”. Desde luego, como se sabe, Bolívar en definitiva no consigue
conjurarla. Pero hizo sin duda lo imposible por evitarla.
Resulta interesante
en este punto ver que Bolívar no conjetura un modelo de gobierno sin
más a la medida de sus pensamientos, (como habría sido natural en
razón de su formación, naturalmente signada por los modelos europeos.
En lugar de ello, Bolívar afirma un particular ejercicio de la soberanía
de raíz palmariamente vernácula. Un peculiar ejercicio de la soberanía
en historia, es decir, una soberanía tornadiza, dialéctica, culturalmente
situada y extraída de la raíz popular de los que llama “una nueva
especie humana”. El mejor modo de gobierno debe residir entonces en
un complejo y lento aprendizaje hijo de la praxis de una soberanía
que al igual que nuestra compleja identidad Bolívar sabe híbrida,
en chisporroteante e incesante formación. Más que en un estado teórico,
hipotético del ser ciudadano, Bolívar avizora un devenir del sujeto-pueblo
en dueño colectivo de su propio destino. Pueblos aprendices de soberanía.
Pueblos aprendices y forjadores de su propio destino. Pueblos vivos.
Sujetos-individuales y sujetos-pueblo siempre despiertos en y para encarar
con acierto cada coyuntura concreta de su historia:
“Cada pueblo —nos
dice el padre de la patria— será libre a su modo y disfrutará de
soberanía, según la voluntad de su conciencia”.
Diez
zancadillas de la oposición y diez lecciones de Bolívar
1. La oposición venezolana
hoy día machaca que habiendo recibido el Presidente Chávez un voto
mayoritario desfavorable en la pasada convocatoria a referéndum celebrada
un año atrás, que iba encaminada a modificar parte de la constitución,
no se puede ahora convocar al pueblo a que elija si realizar o no hacer
una enmienda constitucional. Entre otras objeciones, la oposición arguye
que no es permisible hacer una misma cosa dos veces. Pero veamos ¿qué
nos decía Bolívar al respecto?: “Las cosas para hacerlas bien —decía—
es preciso hacerlas dos veces: la primera enseña la segunda”.
2. La oposición llama
a impedir a toda costa la proliferación “excesiva y onerosa” de
eventos electorales. Pero veamos qué nos dice textualmente Bolívar
sobre dicho argumento: “Las repetidas elecciones son esenciales en
los sistemas populares... ”
3. La oposición afirma
que Chávez ya tuvo demasiado poder y que el pueblo debe ahora probar
otro mandatario para cumplir con el enunciado constitucional de la alternabilidad
democrática. ¿Qué nos enseña Bolívar sobre este particular?: “No
basta vencer, es preciso conservar”.
4. La oposición aduce
que Chávez y el gobierno bolivariano han tenido el poder por 10 años,
y que ya eso es más que suficiente. Que el gobierno luce cansado y
envejecido. Pero ¿qué nos expone Bolívar sobre el qué hacer y el
hasta dónde hacer? Advierte claramente: “Nada se hace cuando aún
falta qué hacer”.
5. La oposición vaticina
sobre los riesgos, peligros y calamidades venideros producto de la crisis
financiera estadounidense y mundial; y convocan en coro “a jubilar
de una vez a Chávez y a su incapaz gobierno”. Pero ¿que nos enseña
Bolívar sobre las situaciones comprometidas?: “Yo nunca me retiraré
delante de los peligros”. Y esta otra: “Con valor se acaban los
males.”
6. La oposición llama
a “salir de Chávez” pues dizque: “ya muchos venezolanos no lo
quieren y no pocos lo detestan”. Pero ¿qué nos lega Bolívar sobre
una coyuntura en no poco parecida?: “Mi vida: blanco de odios implacables...”
7. La oposición censura
a Chávez por “aferrarse al poder” y por no querer transferirlo
“a las nuevas generaciones”. Detalles más, detalles menos, llaman
a que un mandatario debe auto-jubilarse a tiempo y dejar las riendas
del país a las nuevas generaciones de “jóvenes y pujantes gerentes”
“chicos altos, rubios y debidamente formados” en “prestigiosas”
universidades (sobre todo privadas y extranjeras). Llaman a que Chávez
abandone sus altas responsabilidades de mandatario de un país en revolución
que ha confiado —y que continúa confiando mayoritariamente en él.
¿Qué nos transmite Bolívar sobre los términos de la responsabilidad
de un líder de cara a un complejo y delicado proceso de emancipación?
Y ¿qué nos enseña en torno a las tentaciones de capitulación?: “Llamarse
jefe para no serlo es el colmo de la miseria”. Y esta otra: “De
la capitulación no se saca otra cosa que entregar hasta los dispersos
y perder hasta el derecho de defenderse”.
Cabe, no obstante preguntarse
entonces ¿por qué Bolívar una vez sella la libertad de las provincias
españolas en Suramérica e instaura las respectivas repúblicas, por
qué en repetidas oportunidades, entrega el mando a otros próceres
de la independencia de menor rango y genio que él, descartando seductoras
ofertas de ser presidente vitalicio y hasta monarca?. Bolívar renuncia
y entrega uno tras otro el mando de las repúblicas que libera por diferentes
razones, alguna de las cuales él mismo condensa en frases como estas:
“Aborrezco mortalmente
el mando porque mis servicios no han sido felices, porque mi natural
es contrario a la vida sedentaria, porque carezco de conocimientos,
porque estoy cansado y porque estoy enfermo”. Y en otra ocasión Bolívar
llega incluso a escribir: “Persuádase usted que no sirvo sino para
pelear, o, por lo menos, para andar con soldados, impidiendo que otros
los conduzcan peor que yo”.
Desde luego Bolívar
está claro de que la situación desesperada del país posterior a la
cruenta guerra de independencia y el empoderamiento de una nueva elite
mantuana hace inviable que las heridas y convulsiones intestinas se
puedan cicatrizar sino tras el paso de las décadas. Por ello Bolívar
se convence de que el momento histórico que vive demanda de él no
un trabajo de escritorio cuanto que el de asumir con arresto y desprendimiento
el inclemente destino de los campos de batalla. Bolívar no sólo está
al tanto de las limitaciones de sus conocimientos administrativos sino
que entiende y asume cuál es su papel en el cimiento de una historia
gloriosa de emancipación suramericana. A sabiendas de todas las consecuencias
que entraña, Bolívar valora que su papel es ser líder de la emancipación
continental y no mandatario de repúblicas. Y no porque subvalore la
administración del Estado, cuanto porque sin una entrega total suya
a los más altos intereses de su pueblo suramericano, la libertad precaria
de un puñado de repúblicas quedarían siempre en riesgo de desmoronarse
frente al inminente reagrupamiento de las fuerzas realistas. Además,
Bolívar sabe su vida revolucionaria indisociablemente ligada a una
vorágine de huestes y contra-fuerzas de cuyas turbulencias no le va
a ser posible escapar. “La revolución —llega incluso a referir—
es un elemento que no se puede manejar. Es más indócil que el viento”.
8. La oposición convoca
a Chávez a que capitule sobre el argumento falaz de que el pueblo ya
le ha propinado dos derrotas al hilo. La oposición insta al presidente
y al gobierno bolivariano a rendirse. Pero veamos qué nos dice el Libertador
sobre el asunto. Lo primero es que Bolívar al igual que el Che, un
siglo después, recomienda no bajar nunca la guardia ante el Imperio.
No retroceder ni mucho menos resignarse frente a los multiformes discursos
y habilidosas prácticas imperiales. Bolívar remacha, así: “El cielo
es prodigioso con los que combaten por la justicia y severo con los
opresores”. Y en otras ocasiones confirma resoluciones de este talante:
“Mi espada y mi autoridad se emplearán con infinito gozo en sostener
y defender los derechos de la soberanía popular”; “La patria es
preferible a todo”; o “El que abandona todo por ser útil a su país,
no pierde nada, y gana cuanto le consagra”.
Para Bolívar la lucha
contra el Imperio español (y luego contra el (estadounidense y sus
lacayos) es una batalla hasta morir. Bolívar no figura obtener para
sí una jubilación. Mucho menos, una tregua a costa del sufrimiento
de la patria y de una nueva postración colonial o neo-colonial de sus
ciudadanos. Resuelve por tanto que: “Es imperturbable nuestra resolución
de independencia o nada”. Y exhorta así: “Formémonos una patria
a toda costa y todo lo demás será tolerable”. La patria a toda costa,
esa es su consigna. Y constituye este el legado a cuya actitud de batalla
tenazmente nos convoca.
9. Tras el llamado
a cerrar la vía a la reelección presidencial continua la oposición
llama al pueblo venezolano a que se deje de esperar eficiencia de los
gobernantes locales y regionales bolivarianos y, más bien, que “se
atreva a probar”, a ensayar otras alternativas. Como si ya siglos
de ensayos funestos no fueran suficientes. Veamos qué nos dice Bolívar
al respecto. Bolívar fue un apostador. Un hombre de grandes jugadas.
Apuestas hasta morir. Por eso concluyó: “¿Que importa que yo perezca
para que viva un pueblo?” Precisamente por ello prefiguró: “Cuando
yo perdiera todo sobre la tierra, me quedaría la gloria de haber llenado
mi deber hasta la última extremidad, y esa gloria será eternamente
mi bien y mi dicha”. Este es el precepto ético que nos lega ý al
que nos convoca el padre fundador: llenar nuestro deber patrio hasta
nuestra última extremidad.
10. Como se ha visto,
Bolívar habría estado de acuerdo con que el pueblo ejerza hoy su soberanía
“a su libre modo” y que decida libremente sobre las mejores formas
para dar sentido a sus destinos públicos: “según la voluntad de
su conciencia”. Más claro no pudo hablarnos. Se desprende de esta
línea de pensamiento —y de acción de Bolívar— que él habría
apoyado el voto universal, directo, secreto, el voto de la mujer, los
referenda presidenciales y de otros cargos de elección a mitad de periodo
y habría estado de acuerdo con que el pueblo votara y decidiera soberanamente
sobre si le parece convenirte o no la moción de reelección continua
del presidente de la república.
Conclusión:
Bolívar nos dejó
un legado que es a la vez un mandato de atrevimiento. El de ser y de
hacernos libremente como ciudadanos “a nuestro libre modo”. Retomando
la conseja de su maestro Don Simón Rodríguez según la cual “O inventamos
o erramos”, Bolívar fue siempre un inventor, un hombre tenazmente
abierto, permeable, dispuesto a re-fundar la política desde nuestro
particular modo, asumiendo como único norte el libre y clamoroso arbitrio
de la decisión ciudadana. Siempre a objeto de construir un mundo hecho
de un presente y un futuro nuestro, tanto política como culturalmente.
Un presente esperanzado y épico con potencia de realizar un futuro
patriótico, siempre disconforme. Bolívar estaba seguro de que tal
empresa nacional sólo se realizaría asumiendo un por definición modo
de ser y de hacer colectivo profundamente democrático. Destino épico.
Destino colectivo. Destino creativo. Destino libertario. Son estos precisamente
los ingredientes de Bolívar para forjar un mundo más humano y más
digno. Un mundo más fértil y mejor:
“¡Felices aquellos
—insistía— que creen en un mundo mejor! Para mí, este es muy árido”.