Cuando se escriba la historia de los cambios
sísmicos que ocurren hoy en la economía mundial, el fracaso en julio de
2008 de los intereses corporativos y de algunos gobiernos en ampliar la
Organización Mundial del Comercio (OMC) a través de la Ronda de Doha
pasará a ser un momento decisivo.
Fue en esta ciudad a orillas del lago, donde
los negociadores tiraron la toalla después de siete infructuosos años
tratando de ampliar un conjunto particular de políticas
corporativistas, a las cuales la mayoría de los gobiernos ya le habían
dado un "no", una y otra vez (en Seattle en 1999 *, México en 2003, y
en Ginebra en 2006).
El Director General de la OMC, Pascal Lamy, intentó un impulso de
última hora para concluir un acuerdo de Doha pidiendo una reunión
exclusiva, sólo por invitación, para el mini ministerial de alrededor
de 30 de los 135 países miembros de la OMC, en Ginebra el mes pasado.
Esto a pesar de amplias divergencias en las posiciones políticas dentro
de las áreas de negociación y a pesar de que la administración Bush no tiene autoridad para firmar cualquier posible acuerdo.
Y como si no fuera suficiente abrogación del
proceso democrático el excluir a cuatro quintas partes de la membresía
de la OMC de las negociaciones de la notoria "Sala Verde", cuando las
conversaciones fallaron en converger entre esos 30 países, Lamy
continuó las negociaciones con apenas siete miembros,
incluyendo a casi todos los países del mundo desarrollado pero
irónicamente excluyendo por completo a todos los países de África en
una ronda a la que sus proponentes todavía descaradamente llaman la
"ronda del desarrollo". Muchos países en desarrollo como Bolivia y Kenya, e incluso el anfitrión, Suiza, plantearon importantes preocupaciones con el procedimiento en relación a su exclusión de la reunión, pero sus preocupaciones fueron desestimadas por Lamy.
Si se les hubiera permitido a los países
africanos participar en las deliberaciones secretas, ellos hubieran
exigido resoluciones sobre cuestiones como la reforma de los subsidios al algodón de EE.UU.
las cuales impulsan a que 20,000 productores estadounidenses
sobreproduzcan algodón, resultando en la erosión de los ingresos de 10
millones de agricultores africanos en países como Benín, Burkina Faso,
Mali y Chad. Estos subsidios sacan a muchos de estos agricultores del
negocio y reducen ingresos claves para los presupuestos de salud y de educación para los pobres. Algunos observadores han puesto en relieve la firme posición de los africanos
en las cuestiones de desarrollo cuando se les permitió participar en la
mesa de negociaciones en el pasado. Por eso muchos han argumentado
ahora que el deseo de los países ricos de evitar las cuestiones clave para África, como el algodón,
es la verdadera razón del colapso de las negociaciones. Pero esta parte
de la historia parecería demasiado fea para ser publicada en la prensa
estadounidense.
La reciente cobertura de los medios en Estados
Unidos del fracaso de las conversaciones se ha centrado en las
posiciones de negociación de diversos países, sobre todo culpando a India y a China.
Pero cuando uno profundiza en las cuestiones subyacentes, está claro
que lo que está en juego en las negociaciones es mucho más que
simplemente el "comercio", y que el colapso se debió a fuerzas mucho
más grandes que las posiciones de cada uno de los países. En
particular, se debió a las cuestiones que rodean las crisis globales de
alimentación, clima y finanzas, así como la falta de avances en el
desarrollo debido a la incapacidad de las políticas neoliberales para
promover efectivamente el crecimiento o la reducción de la pobreza.
Dado los cambios en la dinámica política internacional, así como en las
agendas globales, el colapso en las negociaciones en curso tendrá
repercusiones de gran alcance más allá de la OMC.
Soberanía alimenticia o crisis alimenticia
Tomemos por ejemplo la agricultura, que ha sido
el tema citado por la mayoría de las explicaciones sobre el colapso de
las negociaciones. India, con el apoyo de la inmensa mayoría de los países en desarrollo,
luchó dentro de la OMC por el derecho a que se le permitiera proteger a
sus agricultores, la seguridad alimenticia, el desarrollo rural y en
contra de la vulnerabilidad a la volatilidad de los mercados de
productos básicos. Los aumentos repentinos de productos extranjeros subvencionados
han devastado tanto a los productores agrícolas locales, los cuales
representan las tres quintas partes de la fuerza de trabajo en una
población de 1.100 millones de personas, de los cuales se dice que más
de 100.000 campesinos se han suicidado en los últimos años. Sin
embargo, los negociadores de EE.UU. no permiten las protecciones y
exigieron un mayor acceso a los mercados de los países pobres para sus
exportaciones agroindustriales, mientras que se niegan a reducir los
límites aplicados a las subvenciones internas a dos veces por debajo de su tasa actual .
No es una coincidencia que las conversaciones
se derrumbaron por temas relacionados a la agricultura, en un año
cuando países, desde Haití hasta Pakistán, y desde México hasta
Camerún, han visto disturbios desatarse a causa de los precios de alimentos.
Aunque los precios de los productos alimenticios están,
afortunadamente, registrando un pequeño descenso, la crisis alimenticia
está erosionando la lealtad a los dogmas de libre comercio
en la agricultura. Muchos países en desarrollo que antes podían atender
a sus propias necesidades alimenticias dependen ahora en gran medida de
las importaciones. Dos tercios de los países en desarrollo son ahora
importadores netos de alimentos. Décadas de políticas de ajuste
estructural dictadas por el FMI y el Banco Mundial, junto con los
“acuerdos de libre comercio", así como las políticas de la OMC, han
obligado a los países en desarrollo a reducir los aranceles. Esto,
combinado con altos niveles de subsidios permitidos en los países
ricos, ha aplastado la capacidad productiva de muchos países en
desarrollo. Las políticas de la OMC también han contribuido a la
erosión de la granja familiar en Estados Unidos y otros países ricos.
La expansión adicional de la OMC no resolverá, y por el contrario, agravaría la crisis alimenticia, a pesar de las afirmaciones de Lamy.
Otro factor clave en juego en las negociaciones
de Ginebra ha sido la continua movilización de la sociedad civil global
en contra de la expansión de estas políticas fallidas. Por ejemplo, los
agricultores de India han venido organizando protestas masivas durante
los últimos años contra la OMC. Su ira fue afilada al ser testigos de
la dura presión que su gobierno enfrentó durante las conversaciones,
que incluyó al menos tres llamadas personales del Presidente Bush al
Primer Ministro Manmohan Singh durante las negociaciones. Los
agricultores de Indonesia,
India, Filipinas, Brasil y otros países presionaron a sus
representantes en Ginebra, mientras que mantenían a la sociedad civil
en sus países enterada sobre el estado de las negociaciones. Juntos
presionaron a sus gobiernos a resistir las exigencias que van en contra
del desarrollo y contribuyeron a asegurar la victoria del colapso.
Tumbando la escalera del desarrollo
Una dinámica similar surgió en el otro pilar
fundamental de las negociaciones de Ginebra, en relación a los
aranceles sobre bienes industriales. Los aranceles son esencialmente
impuestos que pagan las empresas a los gobiernos extranjeros por el
privilegio de vender sus productos y obtener una ganancia en otro país.
El uso estratégico de los aranceles ha sido una estrategia fundamental
de cualquier política de industrialización. Los gobiernos aumentan los
aranceles para brindarle protección a las industrias nacientes de la
competencia extranjera y para promover el empleo y el desarrollo
nacional y luego, cuando las industrias son competitivas, reducen estos
aranceles para que los consumidores ahorren dinero. Como ilustra el economista de Cambridge, Ha-Joon Chang,
EE.UU. y el Reino Unido tenían los aranceles más altos del mundo al
principio del siglo pasado, durante el periodo de industrialización de
estos países. Ahora, los países ricos están esencialmente diciendo,
“Haz como yo digo, no como yo hice”, argumentando que los países en
desarrollo deben reducir sus aranceles porque ahora los países ricos
tienen tarifas más bajas y son más ricos. Esto equivale a “tumbar la escalera” del desarrollo (con la que otros llegaron hasta ese estado).
En la OMC, esto sucede en el ámbito de las
negociaciones llamadas "acceso a los mercados no agrícolas", o NAMA, en
la jerga de la OMC. Tanto los países desarrollados y en desarrollo se
han puesto de acuerdo para reducir los aranceles, dentro del mandato de
Doha de buscar una reciprocidad menor a la plena. Esto significa que
los países en desarrollo supuestamente obtendrían un mayor "acceso a
los mercados" de los países desarrollados (y, por tanto, reducirían sus
propios aranceles por un menor porcentaje) que viceversa. Sin embargo,
en las negociaciones los países ricos exigen que los países en
desarrollo reduzcan sus aranceles en un promedio de alrededor del 60
por ciento, mientras que sólo ofrecen reducir sus propios aranceles la
mitad de eso (aproximadamente el 28 por ciento). Esta inversión es oscurecida
por el hecho de que en realidad, las negociaciones se centran en una
"fórmula Suiza con coeficiente", que parece estar deliberadamente
intencionada para confundir al observador común sumergido en
obscuridades técnicas.
De acuerdo con la Confederación Sindical Internacional, estas reducciones arancelarias se traducirían en decenas de miles de puestos de trabajo perdidos
en los nuevos países industriales, en medio de una crisis de pobreza y
falta de avances en el desarrollo en muchos países. Además, la Red del
Tercer Mundo ha señalado que los recortes también limitarían las
posibilidades de desarrollo industrial para muchos de los países más
pobres. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y
Desarrollo estima que las pérdidas arancelarias (que representan una
parte importante de los presupuestos de salud y educación de muchos
países en desarrollo) ascenderían a casi cuatro veces la cantidad de
los pequeños "beneficios" proyectados para los países en desarrollo de
la Ronda de Doha.
Afortunadamente, los sindicalistas de Sudáfrica, India, Filipinas, Argentina, Brasil, México y otros países han empezado a expresar cada vez más sus preocupaciones
y viajaron a Ginebra para presionar a sus gobiernos, elevar sus voces
ante los medios de comunicación y garantizar que los trabajadores en
sus países pusieran presión sobre los gobiernos para que defendieran
sus intereses. Aunque el tema de las reducciones de aranceles
industriales no se presentó como el factor que impidió que se llegara a
un acuerdo esta vez, es evidente que seguirá siendo un objetivo
principal de los países ricos en las negociaciones.
La ampliación de la OMC agravaría, en vez de resolver, las crisis ambiental y financiera
La agricultura y la combinación de empleos y
desarrollo no son los únicos ámbitos en los que cada vez es más
evidente que la OMC es un factor que, en lugar de ofrecer una solución,
contribuye a las crisis mundiales actuales. La crisis mundial ambiental
también requerirá nuevas soluciones innovadoras. Lamentablemente,
muchas de esas ideas chocan con las prohibiciones de la OMC
sobre políticas de regulación que podrían de alguna manera, sin querer,
restringir el comercio. Ya sabemos que el transporte marítimo de
productos a decenas de miles de kilómetros a través del planeta a fin
de que las empresas puedan aprovechar las ventajas de mano de obra
barata en algunos países, la debilidad de las normas ambientales en
otros y desarrollar los mercados de consumo en un tercer país, contribuye significativamente al calentamiento global. ¿Realmente deseamos que nuestra capacidad para preservar la vida en nuestro planeta se vea limitada por la OMC?
Ninguna cuestión ha dominado los titulares de
este año más que la crisis financiera mundial, ahora existe un amplio
consenso en que ésta ha sido facilitada por la falta de reglamentación
adecuada en los mercados financieros. Sin embargo, en las negociaciones
de la OMC sobre los servicios, los países ricos activamente buscan una mayor desregulación y liberalización de los mercados financieros,
lo que representa los intereses de sus industrias financieras. Es
ilógico que el Director General de la OMC, Pascal Lamy, haya convocado
a la finalización de la agenda de expansión de la OMC como una solución
a la crisis financiera mundial, cuando sus políticas reales, con
cualquier cálculo razonable, va a contribuir a una mayor inestabilidad.
Aunque las negociaciones sobre los servicios no
aparecieron con mucha frecuencia en los titulares, fueron una parte
esencial de la agenda de la OMC en julio. Mientras que el presidente de
las negociaciones sobre servicios intentó presionar a los países a
ampliar el nivel actual de la liberalización de los servicios "hasta lo máximo posible", un grupo de países - Bolivia, Cuba, Venezuela y Nicaragua - rechazó con éxito la maniobra.
Enfrentando la situación aun más críticamente, el grupo también
distribuyó una propuesta para eliminar los sectores de salud,
educación, agua, telecomunicaciones y energía de la OMC usando el
argumento de que estos servicios públicos esenciales son derechos
humanos que los gobiernos tienen la obligación de proporcionar y, por
ende, no deben ser tratados como productos comerciables. Estos
esfuerzos fueron inmediatamente apoyados por más de 100 organizaciones
de la sociedad civil alrededor de todo el mundo en el transcurso de 36
horas. El Presidente de Bolivia Evo Morales ya había expresado el mismo
argumento en una declaración emitida poco antes de las negociaciones de
la OMC.
¿Hacia dónde nos dirigimos desde aquí?
Muchos temen que el colapso de las
conversaciones multilaterales conduzcan a una mayor presión para que se
den acuerdos bilaterales y regionales que utilizan las mismas (y, a
menudo, incluso más extremas) políticas de la OMC. Además, cada vez que
la Ronda de Doha se ha "derrumbado", se le ha resucitado de entre los muertos
subsecuentemente y se han reanudado las negociaciones. Y por supuesto,
sin importar cuál haya sido la causa del colapso del intento de
expansión, la OMC seguirá regulando el comercio mundial a favor de las
ganancias corporativas y en contra de los intereses de los
trabajadores, agricultores, consumidores y el medio ambiente.
Sin embargo, esta vez es diferente. La
confianza en las políticas corporativas de la globalización se ha
erosionado significativamente desde la fundación de la OMC,
principalmente debido al abismal fracaso de estas políticas para promover el crecimiento,
la equidad y el desarrollo sostenible en ambos, los países del norte y
los del sur en las últimas tres décadas (y el fracaso de la OMC en
hacer lo mismo desde 1995). Adicionalmente, los estudios que proyectan
los "beneficios" de una Ronda de Doha, que han sido muy exagerados por los proponentes de la OMC,
han reducido sus cálculos sobre estos beneficios con el tiempo y siguen
siendo insignificantes - alrededor de un centavo por día por persona en
el mundo en desarrollo. El mejor resumen más reciente de las ganancias
y las pérdidas de la OMC se puede examinar aquí.
Al mismo tiempo, algunos gobiernos están
experimentando cada vez más con políticas alternativas, como la
integración regional, la nacionalización de recursos, el comercio
Sur-Sur, y el aumento de los presupuestos para la salud y la educación,
que son generadores de crecimiento y prosperidad mucho más eficaces.
Sólo para dar un ejemplo, el aumento del crecimiento por encima del promedio de crecimiento latinoamericano de solamente Argentina y Venezuela
en los últimos cuatro años ha traído ganancias combinadas de 140 mil
millones de dólares a esos dos países. Este crecimiento económico real
hace que las ganancias proyectadas de 16 mil millones de dólares para
todos los países en desarrollo del mundo combinados (de acuerdo con las
proyecciones más recientes del Banco Mundial para una probable
conclusión de Doha; ambas cifras en dólares constantes de 2001) sean
muy pequeñas.
De igual importancia es que la política mundial
se haya realineado desde que Doha se lanzó inicialmente. Los países en
desarrollo son mucho menos propensos a aceptar las políticas dictadas
por los gobiernos de las naciones ricas y muchos de ellos también han adquirido libertad económica de los dictados del FMI en los últimos años.
Aunque Brasil, India y China pueden ser las potencias de mercados
emergentes más frecuentemente citadas, los países en desarrollo desde
América Latina hasta África y Asia, están exigiendo cada vez más tener
una voz más fuerte en los foros internacionales.
En Estados Unidos se están haciendo esfuerzos increíbles para asegurarse de que nuestro próximo presidente y Congreso realmente apliquen políticas comerciales equitativas,
demandadas por los ciudadanos que han sufrido por la pérdida de
empleos, el estancamiento de los salarios reales y las empresas que se
han salido con las suyas durante demasiado tiempo, incluso a través de
la nueva Ley de reforma comercial, responsabilidad, desarrollo y empleo (TRADE Act).
Organizaciones de la sociedad civil durante años han desarrollado múltiples ideas
para un paradigma diferente para la ampliación de la prosperidad
mundial y el desarrollo sostenible a través de políticas que permitan
establecer la estabilidad financiera mundial, contribuyan a la solución
en lugar de exacerbar la crisis climática y que promuevan la capacidad de los países para alimentar a sus poblaciones,
entre otros objetivos. Al derrotar la expansión de la OMC una vez más,
el espacio político se ha creado en el cual estas políticas y
paradigmas alternativos pueden florecer. Ese espacio también podría
desaparecer si la sociedad civil no continúa trabajando para garantizar
que las negociaciones no se reanuden.
Lo que se necesita ahora es organización
continua para mantener ese espacio político abierto, junto con la
voluntad política para convertir la innovación de políticas ya en
marcha en un nuevo paradigma económico a nivel mundial que pueda
disciplinar las nocivas prácticas corporativas, mientras que en
realidad se aumente el crecimiento, reduzca la pobreza y se expanda el
desarrollo sostenible a nivel mundial. Sólo entonces es que podrán la
víctimas de esa cuarta crisis y una de las más desatendidas – en la
cual más de mil millones de nuestros conciudadanos humanos hoy en día
sufren a causa de la extrema y a menudo letal pobreza – encontrar la
esperanza de un futuro mejor.
* Una nueva película de Stuart Townsend protagonizada por Charlize Theron, La Batalla en Seattle,
se estará presentando en cines de teatro selectos del 19 al 21 y del 26
al 28 de septiembre. Consulte www.battleinseattlemovie.com para obtener
más información. También puede pedir que la película se muestra en su
ciudad. ¡No es a menudo que los estadounidenses llegan a ver en la
pantalla grande el poder político de la sociedad civil cuando se une
para impugnar el poder corporativo y con éxito cambian el curso de la
historia!
Deborah James es la Directora de Programas Internacionales para el Centro para Investigación Economica y Política, y miembro de la Junta Directiva de Global Exchange. Es personaje clave en el movimiento mundial en contra de la OMC, “Nuestro Mundo No Está En Venta”, habiendo participado y dirigido actividades de la sociedad civil durante las reuniones ministeriales en Seattle, Cancún, Hong Kong y Ginebra.