Los excluidos son los que ni siquiera
pueden decir que son los últimos o que disfrutan de poco, sencillamente
porque no cuentan, porque ni siquiera son parte de algo, a veces,
incluso formalmente hablando porque ni disponen de declaración legal
alguna que los reconozca como personas. Son, en muchas ocasiones,
auténticos no seres , los que carecen hoy día de papeles o,
mucho peor, los que a pesar de disponer de ellos no forman parte del
abanico de relaciones sociales de todo tipo con las que los demás
tejemos con mayor o menor fortuna nuestra vida personal y social.
Unas
veces, los excluidos lo son porque carecen de los recursos materiales
mínimos para garantizarse a sí mismos el acceso a la vida social y a
los bienes de los que depende la satisfacción elemental sobre la que se
hace posible la interrelación personal o grupal; otras, porque son
enfermos completamente desatendidos o porque sufren discapacidades, o
porque son perseguidos o literalmente dejados fuera de todo por su raza
o por sus creencias o ideas de cualquier tipo. En todos los casos,
porque nada se hace para integrarlos o porque, si se hace, no se logra
que se incluyan efectivamente en la vida social.
Desigualdad y exclusión en el capitalismo
Ni
siquiera las sociedades modernas más avanzadas han podido desterrar por
completo este fenómeno y hoy día los excluidos, los que no solo carecen
de todo sino que además están fuera de la posibilidad de acceder al
reparto, son cientos de millones en todo el planeta. ¿Qué son, si no,
los 854 millones de "personas hambrientas" que según la FAO hay en el
mundo (1), los 45 millones de refugiados que van de un sitio a otro sin
destino, los 300 o 400 millones de niños "invisibles", en palabras de
UNICEF, que no tienen "acceso adecuado a la educación, a las vacunas
que pudieran salvarles la vida, o a los más mínimos programas de
protección" (2), o qué son los casi 500 millones de personas de todo el
mundo que la OIT calcula que no reciben más de un dólar diario de
ingreso, o incluso los 1.300 millones que no llegan a los dos dólares?
(3).
El capitalismo es un sistema económico intrínsecamente
desigualador y, por tanto, generador de pobreza. No puede ser de otra
manera porque está basado en la universalización de las relaciones de
mercado y éste es un simple mecanismo de intercambio que funciona a
partir de la desigual dotación original de recursos con que los
diferentes seres humanos lo hemos de utilizar para tratar de satisfacer
nuestras necesidades. Y al actuar sobre esa desigualdad inicial sin
ninguna capacidad redistributiva, la reproduce e incluso produce otras
desigualdades añadidas de mayor envergadura.
Sin embargo, lo
cierto es que, con independencia de ese carácter desigualador, el
capitalismo ha podido generar una notable inclusión social gracias a
que este sistema económico puede convivir, en mayor o menor medida
según la correlación de fuerzas sociales que haya en cada momento, con
un factor que puede servir de contención de esas desigualdades: la
presencia de normas y poderes públicos, exógenos al mercado, con
capacidad para modificar la distribución de la renta originalmente
surgida de las relaciones de intercambio que allí se llevan a cabo.
Gracias a ello ha habido épocas o países en los que se ha podido
reducir la desigualdad incluso en niveles muy considerables, como puede
ser el caso, hoy día, de algunas naciones del norte de Europa.
Por
otro lado, en el capitalismo también hay un elemento que, a pesar de
que es la expresión paradigmática de la asimetría social que lleva
consigo, puede ser un importante factor de inclusión para los que
inicialmente no tienen nada en la vida social. Me refiero a la relación
salarial que, por muy esclava que pueda ser, constituye al fin y al
cabo un vínculo entre los trabajadores y el sistema social que ha
permitido durante muchos años que la incorporación de los trabajadores
en el mercado de trabajo haya sido una garantía bastante efectiva para
evitar su exclusión de la vida social.
De hecho, ha sido fuera
de la relación salarial donde tradicionalmente se ha producido el gran
vacío. Quienes no disponían de salario eran los que principalmente
corrían el riesgo de quedar marginados y excluidos porque, como decía
la economista británica Joan Robinson, en el capitalismo hay algo peor
aún que ser explotado por un capitalista: no ser explotado por nadie.
El
empleo de grandes masas de trabajadores a cambio del salario ha sido,
efectivamente, un poderoso mecanismo de inclusión en el capitalismo.
Facilitada por una mínima formación previa (que ya de por sí
proporcionaba recursos humanos que hacían posible la movilidad y la
participación en la vida social), la incorporación a los mercados de
trabajo abría sin mucha dificultad las puertas al disfrute de un
salario que permitía acceder a otros bienes como la vivienda, o
disponer de ingresos suficientes para crear la familia que a su vez
servía de puente hacia la integración y la socialización que procuraban
estabilidad personal y colectiva y bienestar, más o menos amplio pero
siempre dentro del conjunto de las redes sociales.
Así fue
ocurriendo en la etapa del Estado del Bienestar, en los "años
gloriosos" del capitalismo en los que la coincidencia de factores muy
diversos propició un alto ritmo de crecimiento económico, pleno empleo,
salarios suficientes y una amplia presencia del sector público en las
economías que, entre otras cosas, servía para proporcionar bienes
públicos como la educación, la salud o la protección social, presente o
diferida a través de las pensiones, a millones de trabajadores.
Suele calificarse a este estado de cosas como el régimen fordista
de producción y consumo porque combinaba una pauta productiva orientada
a la producción en masa con otra de consumo generalizado que era
posible gracias a un régimen salarial generoso, soportado en las
continuas ganancias de productividad que se podían alcanzar aplicando
la tecnología intensivista del capitalismo industrial.
Es
verdad que ni siquiera bajo el Estado de Bienestar se logró que las
desigualdades sociales desaparecieran (como es inevitable que ocurra en
las economías de mercado) o que dejaran de existir franjas de población
marginada, pero también es cierto que, bajo ese régimen de salarios
suficientes para hacer posible el consumo de masas, el mercado de
trabajo actuó como un potente mecanismo de inclusión; y que ello, unido
a la amplia presencia del sector público, permitía lograr resultados
relativamente positivos en materia de lucha contra la exclusión social,
naturalmente diversos en función del propio alcance del Estado de
Bienestar, del nivel salarial y de empleo, y del gasto público social.
El final de los "años gloriosos": el neoliberalismo
Hoy
día, sin embargo, esta situación está cambiando. Por un lado, el
capitalismo de nuestra época ha mostrado una paradoja que ya había
puesto sobre la mesa hace años el economista polaco Michael Kalecki
(4). Aunque se trata de un sistema que se soporta y se nutre de la
generación del beneficio, que será tanto más elevado cuanto mayor y más
extendido sea el vínculo salarial, resulta que por razones políticas
relativas a la correlación de fuerzas entre empresarios y trabajadores
no siempre está interesado en lograr la máxima creación posible de
empleo.
Cuando se produjo la crisis económica y social de los
años sesenta y setenta, los diferentes grupos sociales respondieron
tratando de alcanzar soluciones próximas a sus respectivos intereses.
El conflicto produjo un gran desorden económico. La tensión social
provocó grandes subidas de precios; la saturación de los mercados y la
disminución de la demanda hacía que la producción no se vendiese; la
tecnología orientada a la producción en masa resultaba entonces
inadecuada; el endeudamiento generalizado provocaba crisis
financieras... Todo ello, unido a las continuas reivindicaciones
laborales de los trabajadores, mermaba el beneficio empresarial y eso
incentivó la búsqueda de soluciones drásticas que culminaron con la
puesta en marcha del proyecto neoliberal. Un proyecto económico,
político e ideológico que comenzó a experimentarse en países de la
periferia mediante gobiernos dictatoriales permanentemente asesorados
por los economistas de las universidades norteamericanas más
conservadoras y liberales y que poco a poco fue generalizándose a todos
los países del orbe (5).
La respuesta neoliberal no fue sino
la que buscaban las grandes corporaciones industriales y financieras
para recuperar el beneficio y, en general, su posición de privilegio, y
para ello se llevó a cabo en torno a tres grandes y complementarias
estrategias.
La primera fue una gran reconversión tecnológica
orientada a incorporar las nuevas tecnologías de la información que
hicieran posible producir nuevos productos y de una manera más flexible
y menos costosa, sobre todo, en cuanto al trabajo. De esa manera se
abrirían nuevos mercados y se podría producir con mayor libertad y con
menores costes. La segunda estrategia consistió en un cambio radical de
la regulación de la actividad económica, modificando las normas, los
marcos de actuación y la política económica en particular, sobre todo,
con el fin de proporcionar la mayor libertad posible a los capitales.
Así, se liberalizaron los mercados y el conjunto de la actividad
económica eliminando todo tipo de restricciones para la búsqueda de la
rentabilidad, se impusieron nuevas normas laborales y se reorientó la
intervención del Estado disminuyendo su alcance sobre el bienestar
social y destinando sus recursos preferentemente hacia el mercado.
Finalmente, el neoliberalismo se basó en una potente estrategia de
modificación de los valores sociales, de las fuentes de legitimación
social, de las formas de socialización y de los impulsos éticos de la
vida social y económica.
En ese contexto y entre los cambios más
relevantes que se produjeron en el ámbito de la política económica hay
que destacar uno principal para poder explicar lo que viene pasando en
las relaciones laborales de los últimos años y por qué los mercados de
trabajo se han convertido en fuentes de empobrecimiento e incluso de
exclusión social.
Me refiero a que con el neoliberalismo se
estableció que la inflación era el principal problema económico y que,
por tanto, la política económica debía centrarse preferentemente en
conseguir la estabilidad de los precios y no en combatir el paro, la
desigualdad o los demás desequilibrios económicos que hasta ese momento
se habían venido considerando como los problemas que, conjuntamente,
debía abordar.
Al mismo tiempo que se establecía este nuevo
principio de actuación, los economistas y políticos ortodoxos y
neoliberales señalaban que la subida de precios que ahora había que
combatir con prioridad se debía a dos factores principales: la excesiva
circulación de dinero y la presión que las demandas salariales realizan
sobre los costes de las empresas que obligaban a subir los precios.
En consecuencia, para hacer frente a esas dos causas de la inflación
proponían dos tipos de medidas. Por un lado, subir los tipos de
interés, es decir, el precio del dinero. De esta forma (al
encarecerlos) se conseguiría que circularan menos recursos medios de
pago y, además, que los poseedores de dinero estuvieran más interesados
en ahorrarlos (puesto que el ahorro será mejor retribuido al subir los
tipos de interés) y, por tanto, que consumieran menos. Así se
produciría una disminución del dinero en circulación que, según la
hipótesis de partida, contribuirá a que bajaran los precios.
Por otro lado, al controlar los salarios las empresas no tendrán la
presión sobre los costes y no se verían obligadas a trasladar esa
subida de salarios a los precios.
Salarios y beneficios en el neoliberalismo
La formulación anterior es muy simple y fácilmente aplicable, siempre
que se disponga de suficiente legitimación y poder político, como el
que tuvieron inicialmente y por razones distintas los primeros
gobiernos dictatoriales y los de Margaret Thatcher o Ronald Reagan y ya
más tarde todos los que siguieron su estela neoliberal. E igualmente
fueron inmediatas y fácilmente previsibles sus consecuencias sobre el
conjunto de la economía y el bienestar social .
Una de ellas
tiene que ver con la distribución de la renta: cuando se elevan los
tipos de interés los poseedores de dinero (y sobre todo los bancos)
reciben más renta y cuando se controlan los salarios es el excedente
empresarial el que aumenta. Por tanto, al dar preeminencia de esta
forma a la lucha contra la inflación lo que se hacía no era sino
aumentar las ganancias de los más poderosos y privilegiados (6).
Otra consecuencia afectaría al volumen general de actividad económica y
al empleo. Cuando los tipos de interés se elevan, se encarece el acceso
al crédito. Los bancos y los ahorradores ganarán más pero los
empresarios que necesitan dinero ajeno para financiar sus empresas,
para mantener el empleo y la inversión, tendrán que soportar costes
financieros más elevados y eso les llevará en muchos casos a disminuir
su actividad. Además, los consumidores que ven cómo sus rentas
salariales pierden poder adquisitivo y que se encarecen los posibles
créditos al consumo que pudieran tener a su disposición, reducen sus
compras de bienes y servicios. Es posible que entonces, cuando
disminuyan las ventas, que los precios bajen o, al menos, que se frene
su subida pero habrá sido a costa de una menor actividad económica y,
sobre todo, de menor empleo.
Pero aquí surge entonces la
paradoja de Kalecki: cuando el desempleo es elevado y mayor el riesgo
de que los trabajadores que se enfrentan a la patronal pierdan su
trabajo, es mucho más fácil que las empresas venzan a los trabajadores
a la hora de negociar las condiciones laborales y salariales y, en
suma, que puedan aumentar los beneficios a su costa. Así que tales
políticas fueron las que, generando desempleo, crearon las condiciones
para que se modificaran las condiciones en que se desenvolvían las
relaciones laborales hasta entonces. En lugar de tratar de crear
actividad y empleo, como decían los responsables políticos en sus
declaraciones retóricas, buscaban todo lo contrario.
Así lo
han reconocido no solo los economistas teóricos sino incluso los
propios gobernantes, como el español Carlos Solchaga, que fue Ministro
de Economía y Hacienda en los años noventa: "El conjunto de actitudes
que hacen del paro un tema prácticamente intratable en España -y de muy
difícil trato en Europa-, sin embargo, no es el resultado de un
capricho del azar o de una trágica resignación ante un destino
inexorable, sino el resultado de un cálculo -no siempre consciente por
parte de todos los implicados- que demuestra que la reducción del
desempleo, lejos de ser una estrategia de la que todos saldrían
beneficiados, es una decisión que si se llevara a efecto podría
acarrear perjuicios a muchos grupos de intereses y a algunos grupos de
opinión pública" (7).
Puede decirse, pues, que el efecto real
de la política económica de los últimos años ha sido la producción
deliberada del desempleo como medio para crear las condiciones que
permitieran la implantación de un marco de relaciones laborales más
favorable a las empresa y al capital. Y eso es lo que ha dado pie a un
doble fenómeno: el empobrecimiento no solo de los trabajadores
desempleados, muchos de los cuales han quedado auténticamente
marginados y excluidos de la vida social, sino también el de muchos de
los empleados, como consecuencia de las peores condiciones en que se
resuelve ahora la prestación del trabajo (8).
El
empobrecimiento de los trabajadores empleados en la práctica totalidad
de los países se manifiesta en la pérdida de peso de los salarios en la
distribución de la renta e incluso en la disminución de los salarios
reales.
Así, en el conjunto de la zona euro la participación de
los salarios en el conjunto de las rentas se ha reducido un 13% desde
1980 y han alcanzado su nivel más bajo desde 1970 (9). En Japón, la
disminución ha sido de 25% en los últimos 30 años y del 7% en Estados
Unidos, según las estimaciones de la OCDE (10).
La
Contabilidad Nacional de España indica que solo de 1996 a 2006 la
participación de los salarios en el conjunto del PIB (Producto Interior
Bruto, que mide el conjunto de la actividad económica en el interior)
ha bajado del 50,61% al 46,4% (también su mínimo histórico), y eso
que en el último año había cuatro millones de trabajadores más.
Una
prueba manifiesta del desigual efecto de estas políticas neoliberales
es que, según la OCDE, en el periodo 1995-2005 las empresas españolas
aumentaron sus beneficios un 73%, mientras que los costes laborales en
España lo hicieron un 3,7% (11).
La contundencia de este
proceso de empobrecimiento de los salarios se manifiesta de modo aún
más palpable en nuestro país, en realidad como en mucho otros, en donde
no solo se ha reducido la participación de los salarios en el conjunto
de las rentas sino que han perdido poder adquisitivo, pues en términos
reales se han reducido en un 4% desde 1995 a 2005, según el mismo
informe de la OCDE.
El otro fenómeno mencionado, la aparición
de una verdadera legión de desempleados empobrecidos, es una inevitable
consecuencia del incremento del paro, si bien es verdad que éste último
no tiene por qué desembocar inevitablemente en situaciones de
exclusión.
Efectivamente, el salario suele ser la fuente
principal de ingresos de los trabajadores y de sus familias: en torno
al 70% del total de las rentas de los trabajadores suelen provenir del
salario en la Unión Europea y un 79% en España, mientras que el resto
proviene de diferentes tipos de prestaciones sociales (12). Pero el
desempleo puede ir acompañado de ingresos por parte de otros miembros
de la familia y, sobre todo, de subsidios públicos, provisión de bienes
públicos o de redes de protección social que pueden evitar que la
pérdida de trabajo aboque sin remedio en la exclusión social (13).
Eso
significa, por tanto, que si el mercado de trabajo falla y se crea
desempleo, aún se puede levantar un muro potente y bastante efectivo
contra la exclusión si se dispone de recursos y políticas públicas
potentes, de redes sociales y de vínculos de solidaridad o protección
personal y colectiva suficientemente efectivos. Pero en general puede
decirse que el muro de contención frente a la exclusión que representan
las políticas públicas y los recursos colectivos se ha debilitado en
los últimos años como consecuencia de la crisis del Estado del
Bienestar, de la disminución del gasto social y del predominio de las
ideas liberales que tienden a negar el efecto positivo de la protección
social. En España, por ejemplo, el porcentaje del PIB que el Estado
destinó al gasto social (la educación, la sanidad, las prestaciones
asistenciales, la atención a la dependencia, guarderías, políticas de
familia...) que es el que en mayor medida evita la exclusión social,
sobre todo de quienes no tienen ingresos del trabajo, descendió del
28,7% al 25,2% (14).
Exclusión social en el mercado de trabajo
Pero,
en cualquier caso, el fenómeno que comienza a darse con gran extensión
en nuestros días y al que quiero referirme con más detalle en este
texto es el que se produce en el seno mismo del mercado de trabajo y
que hace que éste, en lugar de ser el mecanismo eficaz contra la
exclusión social de épocas anteriores, pase a convertirse en una de sus
fuentes más directas.
Este fenómeno es el que se traduce en la
aparición de lo que en la literatura se suele conocer como
"trabajadores pobres", "trabajadores atípicos", "empleo basura",
"trabajadores de baja renta" o "empleo de bajos salarios" y que en
términos generales se refiere a un hecho crucial: la participación en
los mercados de trabajo, el empleo, no garantiza condiciones que
permitan la plena inclusión de los trabajadores en la vida social sino
que contribuye, por el contrario, no solo a su empobrecimiento efectivo
en términos monetarios sino, en muchas ocasiones, a su completa
exclusión de las relaciones sociales cuando se produce en determinadas
circunstancias coadyuvantes (15).
Se trata de un proceso de
empobrecimiento tan profundo y extendido que algunos investigadores
como Rafael Muñoz del Bustillo afirman que "cuando se estudian las
estadísticas de pobreza, probablemente uno de los datos más
sorprendentes es el alto volumen de trabajadores ocupados que forman
parte del colectivo de población pobre" (16).
Siguiendo los
datos que proporciona el Panel de Hogares de la Unión Europea, este
autor señala que en el conjunto de la Unión el 35% de los hogares
pobres correspondía a hogares en los que la persona de referencia
estaba trabajando. Un porcentaje que era superior al 50% en Portugal y
por encima del 40% en los países mediterráneos ya a mitad de los años
90, cuando en Estados Unidos era del 52%.
Otros trabajos
empíricos han puesto también de manifiesto en España, como en otros
lugares del mundo, que "el trabajo no protege contra la pobreza, ni
siquiera lo que se ha dado en llamar el trabajo a tiempo completo a lo
largo de todo el año"(...) "tener un empleo de bajo salario ‘toda la
vida' no permitirá, en ocasiones, más que pertenecer en la pobreza toda
la vida" (17).
Este fenómeno implica, por lo tanto, que el
desempleo, a diferencia de lo que había venido sucediendo, ya no es el
principal desencadenante de la pobreza y la exclusión que puede llegar
a afectar a los trabajadores sino que hay que comenzar a buscar el
origen de éstas en el propio mercado de trabajo, tal y como también ha
sido reconocido de manera palmaria por la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) cuando en uno de sus
informes señalaba que "muchos hogares pobres se caracterizan por
salarios bajos y empleo precario más que por una exclusión permanente
del mercado de trabajo" (18).
Verdaderamente, se trata de una
situación que no debería resultar extraña si se tiene en cuenta que,
como apunté más arriba, prácticamente la mitad de la población laboral
del planeta, 1.300 millones de trabajadores, ganan menos de 2 dólares
diarios, un ingreso a todas luces insuficiente para que el empleo que
los proporciona pueda llevar consigo algo más que pobreza y exclusión
cuando además faltan recursos públicos de ayuda, redes de apoyo o
fuentes de ingresos familiares complementarios (19).
Los nuevos mercados de trabajo: trabajadores pobres
Como
he mencionado antes, la aplicación de las políticas económicas
neoliberales es causa y a su vez consecuencia de la aparición de un
nuevo marco de relaciones económicas y también de un equilibrio de
poder diferente en la sociedad. Gracias al desempleo generalizado, a la
dificultad creciente para encontrar medios de subsistencia, al
endeudamiento que obliga a pensar solamente en salir adelante o al
temor a perder el puesto de trabajo, se ha debilitado
extraordinariamente el poder de las clases trabajadoras a la hora de
negociar sus condiciones laborales. Y gracias a ello se han podido ir
imponiendo sucesivas reformas en el marco institucional y normativo
orientadas a facilitar la obtención del beneficio empresarial y a
seguir debilitando la capacidad de respuesta de los trabajadores.
Así,
se han flexibilizado hasta límites insospechados las condiciones de
contratación, hasta el punto de que hoy día las empresas pueden
contratar por horas para evitar contratos indefinidos, generando una
dependencia y sumisión nunca vistas en los mercados de trabajo. En
España se suscriben cada año alrededor de 17 millones de contratos
temporales, lo que da una idea de la enorme rotación que se produce y
de la constante incertidumbre y precariedad que lleva consigo la
incorporación al empleo para millones de trabajadores.
Gracias a
la desaparición de las barreras económicas, políticas y tecnológicas al
comercio y a las condiciones establecidas por los grandes organismos
internacionales, se ha permitido que las empresas se deslocalicen
constantemente, yéndose allí donde encuentran mejores condiciones
fiscales y, sobre todo, salarios más bajos, de modo que se ha generado
en todo el planeta una especie de carrera a la baja que no puede llevar
tras de sí sino empobrecimiento, por un lado, y beneficios
empresariales nunca alcanzados, por otro. Aunque puedan parecer datos
anecdóticos no está de más tener en cuenta, por ejemplo, que un
trabajador de una fábrica china proveedora de Nike tendría que trabajar
4.500 años con su sueldo actual para ganar tanto como ganó en 2006 el
director de la multinacional, Mark Parker. O que un par de zapatillas
Adidas fabricadas en China viene a costar en nuestras tiendas el sueldo
mensual del trabajador que las ha confeccionado, la mayoría de las
veces mujeres inmigrantes que duermen hacinadas en la misma habitación
y a las que, como pasa en muchas maquilas, les proporcionan una especie
de pañales para que ni siquiera pierdan tiempo en ir al servicio
mientras las fabrican (20).
Paralelamente, y como efecto
también del empobrecimiento de los países de las periferias, se ha
abierto la espita de la inmigración creándose así un auténtico ejército
de reserva laboral que ha coadyuvado a reducir los salarios en los
mercados y a desarrollar un amplio sector servicios de baja
productividad basado en la mano de obra barata.
Por otro
lado, la generalización estratégicamente programada de valores
contrarios a todo lo colectivo, la creación de infraestructuras
sociales que dificultan el encuentro y producen soledad y aislamiento,
la multiplicación de la incertidumbre y el riesgo, y el fomento del
individualismo han consagrado el ensimismamiento y los comportamientos
que aíslan a unos seres de los otros lo cual, entre otras cosas, ha
debilitado a las organizaciones de defensa de los trabajadores que han
de enfrentarse cada vez más solos al creciente poder de la patronal. Un
fenómeno a su vez alimentado por la conversión de los sindicatos en
auténticas oficinas de intereses o, en el mejor de los casos, de
prestación de servicios y muy burocratizadas.
Y finalmente,
incluso se ha procedido a modificar continuamente los propios registros
estadísticos referidos al mercado de trabajo para ocultar la verdadera
naturaleza del empleo de nuestra época. Así, en las encuestas oficiales
en Europa se considera hoy día que un empleado es la persona que en la
semana anterior a su realización prestó algún tipo de servicio laboral
al menos durante una hora y a cambio no solo de un salario monetario
sino de un simple pago en especie. Es decir, que si encargamos a una
persona mayor de 16 años que lave nuestro automóvil a cambio de una
entrada de cine y tarda más de una hora en hacerlo se considera que
hemos creado un nuevo puesto de trabajo, que servirá para que las
encuestas establezcan que las tasas de paro actuales son las más bajas
de los últimos decenios.
La consecuencia de todo ello es la
aparición de una auténtica legión de trabajadores pobres, de empleo
precario, temporal o de bajísimo salario, que muy difícilmente pueden
hacer frente a la satisfacción de sus necesidades más elementales y que
además han de mantenerse constantemente temerosos de perderlo.
Según las estadísticas de la Agencia Tributaria (21), en España había
10,7 millones de trabajadores en 2006 ganando menos de dos veces el
salario mínimo interprofesional, es decir, unos mil euros. Son los
llamados "mileuristas" que suponen el 56,42% de la clase trabajadora de
nuestro país. Y por debajo de ellos todavía había otros 5,46 millones
de trabajadores (28,63% del total) que recibían una retribución menor
al salario mínimo. Si a ellos se le añaden 7 millones de pensionistas
que reciben menos de los mil euros y 1,4 millones de parados con
subsidio inferior a esa cantidad, resultará que en nuestro país hay
prácticamente 19 millones de personas, entre las que se pueden
considerar que tienen ingresos vinculadas directa o indirectamente con
el mercado laboral, con ingresos menores a mil euros mensuales.
Y
en cualquier caso, hay que tener en cuenta además que dentro de esos
grupos la situación es bastante peor cuando se trata de inmigrantes
(que pueden llegar a tener salarios medios un 40% más bajos (22)),
mujeres (un 30% ) o jóvenes.
La situación de estos últimos es
especialmente precaria. Un estudio reciente de la Agencia Nacional de
Evaluación de Calidad y Acreditación (Aneca) estima que su salario
medio es de 1.414 euros mensuales después de cinco años de trabajo y
que el 45% de sus contratos es temporal (23). Y otro informe de Caixa
de Catalunya señala que alrededor del 40% de los que tienen entre 26 y
35 años viven todavía con sus padres, calculando que si tuvieran que
afrontar gastos de compra de vivienda o alquiler la tasa de pobreza en
ese margen de edad sería del 57%. Y si tuvieran la osadía de formar una
pareja y tener un hijo en un hogar en donde uno solo de los miembros
tuviese ingresos, dicha tasa subiría al 81%. Parece claro, por tanto,
que las políticas de apoyo a la familia deberían empezar combatiendo
las políticas neoliberales que generan unas condiciones como estas que
impiden que se llegue a formar la familia (24).
Una parte
principal de los trabajadores empobrecidos en el mercado de trabajo
español lo constituyen los que perciben un salario reducido. Son los
llamados "trabajadores de baja remuneración", que se reconocen como
tales cuando perciben menos de los dos tercios del ingreso mediano
correspondiente al conjunto de todos los trabajadores. Obviamente,
estos no son todos los trabajadores pobres porque pueden disfrutar de
otros ingresos, ni tampoco son los excluidos porque además pueden
disponer de otros recursos de inclusión. Incluso cuando se trata de
obtener su perfil estadístico se suelen dejar fuera a los que, estando
por debajo de dicho nivel de ingresos, han trabajado menos de cuatro
meses al año o a los que pasan la mayor parte desempleados. Como señala
Javier Ramos-Díaz, el problema de trabajadores que trabajen menos de
cuatro meses no sería de baja remuneración sino "más bien de desempleo
o inactividad" (25).
Este autor ha analizado el perfil de estos
trabajadores y de él se pueden deducir que en España el trabajo de baja
remuneración se da principalmente (26).
- entre los jóvenes: el
40,3% de los trabajadores de baja remuneración españoles tienen entre
15 y 30 años, el 39,93% entre 31 y 47 y el 20,92% entre 46 y 65 años.
-
entre las mujeres, que no solo tienen una mayor probabilidad que los
hombres de tener este tipo de empleo sino también de permanecer más
tiempo en él. Así, aunque las mujeres solo representan el 38,92% del
total de la fuerza laboral son el 52,15 del conjunto de trabajadores de
baja remuneración.
- entre los que solo disponen de estudios
elementales: el 63,94% de estos trabajadores tienen solo estudios
elementales, el 18,94% medios y el 17,12% superiores.
- entre
los que trabajan en pequeñas empresas: el 75,24% se encuentra en
empresas de menos de veinte empleados y el 53,1% en las que disponen de
uno a cuatro.
- entre los que trabajan en el sector privado, en donde se encuentra el 95,21% de los trabajadores de baja remuneración.
Finalmente,
es importante considerar que uno de cada cinco de estos trabajadores
(21,15%) vive en hogares que disponen de ingresos que están por debajo
del umbral de pobreza, que el 23,44% de los hogares españoles tendrían
en su seno algún trabajador de baja remuneración, un 6,22% de los
hogares tendría a todos sus miembros en esta última situación y que el
13,14% serían hogares unipersonales con baja remuneración.
¿Dónde lleva el continuo empobrecimiento de los trabajadores? Es inevitable?
Para
finalizar esta breve exposición de los orígenes y principales
manifestaciones del empobrecimiento del empleo y de los trabajadores
conviene preguntarse sobre sus efectos sobre la economía y el bienestar
humano.
En mi opinión, antes que nada se trata de un proceso que
conlleva sufrimiento, frustración y daños personales de todo tipo. Los
seres humanos hemos de recurrir a la prestación de servicios laborales
a terceros para satisfacer las necesidades propias y del conjunto de la
sociedad, y de las relaciones que establecemos a partir de ahí nacen en
gran medida las redes que nos permiten no solo sobrevivir materialmente
sino enriquecernos moralmente. Por eso, la explotación en el trabajo,
la inseguridad extrema, el riesgo inherente a una vida en continua
expectativa, las condiciones peligrosas o deleznables impuestas cuando
los empleadores pueden desobedecer tranquilamente las normas laborales
crean seres humanos insatisfechos, rotos, incapaces de responder a
otras inquietudes que no sean las destinadas a procurarse, sea como
sea, su propia supervivencia. La explotación laboral generalizada,
legalizada y reconocida como natural en nuestra época, por muy sutiles
que sean los términos en que se produzca en virtud de las leyes del
mercado, es la negación misma del progreso del que tan a menudo se
ufana nuestra civilización, la ilegítima creación en vida de un
infierno cruel y debería ser hoy día combatida con toda radicalidad.
Las
condiciones laborales en que hoy día trabajan miles de millones de
personas en el planeta son verdaderamente infaustas y criminales. La
esclavitud ha renacido en nuestro mundo porque esclavo es el ser humano
que ha de trabajar sin descanso, desarraigado, sin retribución
suficiente, hacinado, desde los primeros días de su infancia o, como
sin ir más lejos le sucede a los tres trabajadores de media que cada
día mueren en España en accidentes laborales, expuestos a dejar su vida
mientras trabajan para otros y en aras de su beneficio. Y todo ello
mientras que las grandes empresas consiguen ganancias nunca registradas
y sus directivos cobran sueldos jamás alcanzados, hasta el punto de que
organismos tan conservadores como los de la Unión Europea advierten que
hasta pueden suponer un riesgo para la actividad económica (27) o que
el actual reparto entre salarios y beneficios en Europa es "injusto e
insostenible" (28).
Como he señalado, los enfoques teóricos
liberales tratan de justificar la continua restricción salarial que
está en el origen del empobrecimiento de los trabajadores, afirmando
que solo de esa manera se puede combatir la inflación y que, además, es
la única forma de aumentar el empleo.
La realidad, sin embargo,
muestra más bien lo contrario. Las políticas neoliberales no contienen
por sí mismas las subidas de precios porque estas se producen en gran
medida como resultado del poder desigual de los sujetos económicos en
las relaciones de intercambio. Se producen alzas de precios cuando las
empresa pueden violar las leyes de la competencia, lo que tiende a
ocurrir constantemente porque de esa forma encuentran condiciones más
favorables para obtener beneficios extraordinarios. Y los datos
muestran igualmente que la consecución de altos beneficios no lleva
consigo más empleo, sino al contrario, que el desempleo es lo que ha
creado las condiciones para que se consigan. El caso en nuestro país
del Banco de Santander, actualmente uno de los más rentables del mundo,
resulta bien expresivo: de 1999 a 2006 obtuvo 26.000 millones de euros
de beneficios y, sin embargo, redujo su plantilla en 12.000 empleos.
Los economistas liberales tienden a considerar que los salarios son
solamente un coste y así justifican su contención para mantener las
ganancias que consideran fundamentales para que la economía mantenga su
ritmo de crecimiento. Pero, con independencia de que olvidan que puede
haber otros incentivos o mecanismos para hacer que las economías
funcionen incluso a mejor ritmo, de esta forma soslayan que también, y
sobre todo, son un componente de la demanda que es necesaria para que
haya ventas y, al mismo tiempo, un determinante fundamental de la
productividad, que es un requisito básico para el desarrollo
tecnológico. De modo que la tónica de general empobrecimiento solo
puede traer consigo, como de hecho está sucediendo en el conjunto de
las economías, menores ritmos de crecimiento, menos producción e
incluso, a la larga, menos beneficios para las propias empresas que se
enfrentan ante mercados constreñidos por la carencia de ingresos para
el consumo. Lo cual, a su vez es lo que está provocando el
endeudamiento exacerbado que tanto coadyuva a que se produzcan las
recurrentes crisis financieras de nuestra época.
En
consecuencia, valdría la pena modificar esta dinámica perversa en la
que se vienen desenvolviendo las relaciones laborales solo por puras
razones de sostenibilidad de los mercados. Aunque desde luego no solo
por eso. El empobrecimiento de los trabajadores, por no hablar de los
que ni siquiera están empleados en alguna actividad laboral, pone sobre
el tapete la necesidad de concebir y organizar las relaciones
económicas de otra forma y la obligación moral de no renunciar a pensar
que los seres humanos podemos seguir siéndolo y hacer frente a la
necesidad a partir de incentivos y principios distintos al afán de
lucro. Porque nos quieren hacer creer este afán resulta consustancial a
nuestra condición humana cuando en realidad es la primea causa de
nuestra deshumanización.
NOTAS
[1] Pueden
encontrarse datos e informes recientes en "La situación alimentaria
mundial", que se encuentra en la página web de la FAO:
http://www.fao.org/worldfoodsituation/inicio.html?L=2.
2 UNICEF. "Estado Mundial de la Infancia". UNICEF 2006. Disponible en http://www.unicef.org/spanish/sowc06/index.php
3 OIT. " Tendencias Mundiales de Empleo 2008". Edición en francés o
inglés en
http://www.ilo.org/global/What_we_do/Publications/lang--es/docName--WCMS_090105/index.htm
4 Kalecki, Michael (1943). "Aspectos políticos del pleno
empleo". En Hunt, Edward K. y Schwartz. J.G., "Crítica de la teoría
económica". F.C.E. México. Versión original en Political Quarterly",
oct-dec. 1943.
5 Sobre este proceso puede verse Torres López,
Juan. "Desigualdad y crisis económica. El reparto de la tarta".
Editorial Sistema, Madrid 2000.
6 Esta política de subida de
los tipos de interés fue también la que originó el inicio de la gran
Deuda Externa de los países de la periferia, en realidad, una forma más
de lograr una impresionante redistribución de renta desde los pobres
(deudores) a favor de los ricos (acreedores).
7 Solchaga, Carlos. (1996). "El final de la edad dorada". Taurus. Madrid 1996, p. 183.
8 Una visión general de este proceso, de sus causas, implicaciones y
alternativas en Torres López, Juan. " Sobre las causas del paro y la
degeneración del trabajo". En Sistema. Revista de Ciencias Sociales, nº
151, 1999.
9 Moral, Esther y Genre, Véronique. "La evolución
en la UEM de la participación de los salarios en la renta". Boletín
Económico. Banco de España, 2007 JUL-AGO; (7-8)
10 OECD Employment Outlook 2007. Paris 2007.
11 Ibidem.
12 En Muñoz del Bustillo, Rafael: "Mercado de trabajo y exclusión social", Acciones e
Investigaciones Sociales, 2002, p. 94.
13 Otras circunstancias que permiten que el desemepleo no se traduzca
en exclusión permanente García Serrano, Carlos y Malo Ocaña, Miguel
Angel. "Mercado de trabajo, pobreza y exclusión social". En Rodríguez
Cabrero, Gregorio (coord.) "Apuntes sobre bienestar social".
Universidad de Alcalá de Henares, Servicio de Publicaciones. Alcalá
2002, pp 317-344.
14 Sobre la evolución del gasto público y
social en España puede verse Navarro, Vicenç y Quiroga, Agueda, "La
protección social en España", en Navarro, Vicenç. "La situación social
en España". Fundación F. Largo Caballero y Biblioteca Nueva. Madrid
2005.
15 Una panorámica general sobre la problemática de los
"trabajadores pobres", sobre su definición y características
sociodemográficas y económicas en Fernández, Melchor, Meixide, Alberto
y Simon, Hipólito. "El trabajo de los bajos salarios en España",
Estudio sobre la economía española, 152, FEDEA 2003; Lohmann, Henning,
"Working poor in Western Europe: What is the influence of the welfare
state and labour market institutions". En "The 2006 Conference of the
EuroPanel Users Network (EPUNet)", 8 -9 May 2006, Barcelona; Muñoz del
Bustillo, Rafael, ob.cit.; Nolan, Brian y Marx, Ive, "Low Pay and
Household Poverty". En Gregory, Mary, Salverda, Wiemer y Bazen,
Stephen "Labour Market Inequalities: Problems and Policies in
International Perspective". Oxford University Press. Oxford 2000.
También el número 18 (2001) de Cuaderno de Relaciones Laborales .
16 Muñoz, Rafael, ob.cit. p. 106.
17 Dávila, Delia, González, Vanessa, Rodríguez, Santiagp y Rodríguez,
Alejandro, "Trabajadores y, sin embargo, pobres". Actas de las VII
Jornadas de Economía Laboral. ISBN 84-96477-84-3, 2007.
18 OCDE. Employment Outlook 2001. París. Pag. 54.
19 En cualquier caso, la existencia de trabajadores empleados
empobrecidos no solo se da en países de baja renta sino también en
países de economías poderosas, como Estados Unidos o incluso los
europeos de tradición bienestarista, como Francia u Holanda. Pueden
verse diferentes trabajos sobre estos países en Cuadernos de Relaciones Laborales nº 18 (2001), pp. 147-171.
20 Datos obtenidos en el informe "Salvando obstáculos: Pasos para
mejorar los salarios y las condiciones de trabajo en la industria
mundial de artículos deportivos", en