BINÓCULO Nº 523

27F: 35 años después

Cuando mi hermano, colega y camarada, Aldo Di Bari Murga (sobrino de aquel gran cantante muerto prematuramente a los 39 años, Héctor Murga) tuvo tanta paciencia para enseñarme fotografía, no imaginé que tiempo después viviría de ella, antes de entrar en el reporterismo. No era yo un fotógrafo de la calidad de Aldo, uno de los mejores fotógrafos del país y del mundo -en mi opinión es un maestro del blanco y negro- pero yo tomaba mis fotos y las agencias las compraron y algunos medios sobretodo del interior también. Así me agarró el 27 de febrero de 1989, un terremoto social que convulsionó al país por tres días y en donde vimos la capacidad bestial de respuesta del Estado para momentos de conflictos.

Creo que ahora puedo decirlo, pues uno de los protagonistas del estallido de lo que luego se conoció como El Caracazo, fue Rodolfo Sanz y su compañera Luzbelia, quien, junto a Víctor Tovar (un obrero de un encendido discurso), encendieron a la población de Guarenas, en el terminal de pasajeros, con convincentes arengas de la necesidad de protestar ante el aumento del pasaje y el paquete agresivamente neoliberal de Carlos Andrés Pérez. Para recordar a Mao, esa fue la chispa que encendió la pradera, en todo el país. Habíamos militado juntos de una organización con frentes políticos en algunas regiones del país, sobretodo en oriente.

Cuando estalló el Caracazo, ya yo no militaba en ninguna organización política, sino en el reporterismo fotográfico y en la universidad central, aunque siempre iba a cualquier reunión que me invitaran. Venía de la última frustración de la izquierda venezolana que fue la Nueva Alternativa con José Vicente Rangel como candidato en las elecciones de 1983 y de la que yo era miembro de la Dirección Nacional, y que después de un gigantesco esfuerzo, solo sacamos un diputado, el ex mirista Jesús María Pacheco, quien no era chavista, pero fue un gran camarada y murió de COVID en tiempos de la crisis. Por mi parte, ya estaba convencido de que la izquierda venezolana, al igual que la latinoamericana, no tenía idea de qué hacer ni para dónde coger.

Andaba en un carro con un amigo, tomando fotos donde nos agarrara el tiroteo. Ese 27, cuando pasé por la avenida Libertador y me encontré un autobús y un camión aún en llamas, entendí que la cosa no era de juego. Llegamos al centro, estacionamos el carro por La Concordia y cámara en mano, empezamos a correr por la Lecuna. Todo era confusión y caos, patrullas iban y venían, y me llamaba la atención que de repente, sin ton ni son, a la altura de la Torre Sur de El Silencio, se paró una camioneta de los llamados cascos blancos y arremetieron a un grupo de personas que hacían de todo menos hablar de política. Todos llevaron palos, incluyendo un muchacho que recibió un culatazo de una escopeta que lo partió en el acto. Eso enardeció a la gente que comenzó a apedrear, sin miedo, a estos policías, al punto que comenzaron a correr y abandonaron la camioneta. Un grupo que estaba en la plaza Miranda, le pegó fuego a la camioneta, pero el otro grupo estaba persiguiendo a los policías hacia el mercado de Quinta Crespo, hasta que logró alcanzar al más joven de todos ellos, que fue quien partió al muchacho con la culata de la escopeta. Pensé que lo habían matado de tanto golpe que recibió. Tomé unas fotos y salimos de allí. Aproveché para llegar hasta El Nacional y le dije a una amiga que me consiguiera unos rollos para la cámara. Al rato se apareció y me dio cinco rollos que se los había quitado a los fotógrafos.

Nos fuimos entonces para La Guaira porque ella me dijo que allá estaba dura la cosa. Estuvimos en Pariata y Punta de Mulatos, donde la policía estaba disparando cerro arriba con armas cortas y largas, y la gente respondiendo con botellas y piedras. Cada cierto tiempo. Hacían tregua para sacar a los heridos de ambos bandos. Parecían pleitos familiares, pero con mucha violencia.

Nos regresamos y después del viaducto subiendo a Caracas, la policía se tiraba una batalla con la gente que viven en los cerros de ambos lados, se habían apropiado de la autopista. Debían ser las 12 del día y en realidad nos invadió el miedo porque no teníamos por dónde escapar; pero a la policía le llegaron refuerzos y lograron abrir el paso. Subimos por Catia y nos metimos por la avenida Sucre. Paré el carro en una calle y nos quedamos en un kiosko mirando hacia Monte Piedad desde la Sucre hacia Miraflores, justo en el momento en que estalló un tiroteo desde los bloques contra guardias nacionales apostados en la Sucre. Nos escapamos de ese escarceo como dos horas después para entrarle al 23 de Enero por detrás, pero la cosa estaba muy complicada, así que decidimos ir a Lídice y la Pastora y bajar por Miraflores. Era un caos. Por todos lados. Ya comenzaban a instalarse alcabalas en algunos puntos y se había decretado un toque de queda. Así que, sin pase de prensa, decidí irme a mi casa porque se acercaban las 6 de la tarde. Además, porque estaba muy agotado. Llegué, me bañé, comí y me acosté a dormir. Vivía entonces cerca del aeropuerto La Carlota y escuchaba por televisión al ministro Izaguirre declarar que en la noche llegarían suministros y alimentos. Ciertamente los aviones comenzaron a llegar como a las 8 de la noche, unos aviones israelíes que tenía la fuerza aérea que creo le decían Al Arava, pequeño, utilizaba una pista de 150 metros y podía llevar un tanque de guerra. Desde mi casa contamos como 15 vuelos durante toda la noche. No traían alimentos, sino tropas y bolsas para cadáveres. Llamé a un periodista de Miraflores, amigo, y me dijo que venían de oriente y Aragua.

El entonces héroe del gobierno, general Ítalo del Valle Alliegro, se ufanaba de la matanza desatada en los barrios caraqueños, tales como: El Valle, Cementerio, Roca Tarpeya, Catia, Propatria, Caricuao, la Cota 905 y Antímano, en donde presencié una de las peores matanzas.

El 28 de febrero, fue el bautismo de fuego de muchos soldados, y, además, podría bautizarse como "el día que la Disip se desató". Yo tenía para entonces una cámara Cannon T70 con motor y tres lentes: un 80-200, un 25 y un 50. En el barrio José Félix Ribas de Petare, había una escalera que me dicen tiene 300 escalones, yo estaba al lado de los disips, abajo, que disparaban hacia arriba, mientras de arriba venían las piedras y las botellas. Había un Disip con un fusil y les dio por lo menos a siete personas. Logré captar con el zoom uno de esos asesinatos. Ese día se produjo el mayor número de muertos en todo el país. El gobierno sólo reconoció 375 muertos. Los periodistas que cubrimos los hechos, estamos seguros que fueron más. Un coronel del ejército amigo, me dijo que a nivel nacional fueron más de 3.000. Pero no olvidemos que fue la primera vez desde la guerra de independencia, que hubo fosas comunes en el país. Así que nunca lo sabremos.

El día 29 comenzaba la "normalidad" en el país, mientras el gobierno acusaba a todo el mundo, menos el de rectificar sus propios errores. Exactamente tres años después, llegaba el 4F de 1992 y el resto de la historia que todos conocemos.

Es correcto y extremadamente necesario hacer un balance de qué ha ocurrido 35 años después. Por el bien de las futuras generaciones. Preguntarnos si efectivamente hemos avanzado y cuánto ha cambiado el país.

Ese sería un verdadero ejercicio democrático, un comienzo del debate que el país requiere con tanta urgencia.

Caminito de hormigas…

"Hermano ya lo escribiste y es que no termino de entender. Porqué ese tipo que estuvo 8 meses presos por estafador en el CICPC, dirige colectivos, maneja recursos, decide sobre las personas. Es que nadie quiere tomar una decisión…", mi silencio fue suficiente.



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Rafael Rodríguez Olmos

Periodista, analista político, profesor universitario y articulista. Desde hace nueve años mantiene su programa de radio ¿Aquí no es así?, que se transmite en Valencia por Tecnológica 93.7 FM.

 rafaelolmos101@gmail.com      @aureliano2327

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