¡Luchas felicitaciones a los maestros venezolanos!

A mis hermanos y hermanas de la vida: Ángel, Marina, Severin, Enrique, Roberto, Jesús, Efraín, Ismael, Lusbi... así como a mis familiares, hermanísimos Raquel y Fredy. Todos los cuales hicieron de la docencia honroso sacerdocio.

El reconocimiento también es para quienes, sin tener la profesión, en algún momento ejercieron la docencia con responsabilidad y dedicación: mis amigos y colegas Janet, Leonel, Antonio...

Por supuesto, a la memoria de las hermanas Montenegro, mis vecinas y primeras maestras con 6 años de edad. Fue en la escuelita de la calle Plaza con Soledad, allá en Santa Lucía, no muy lejos de donde Luis, en cuya típica casa de techo alto y tejas coloradas, además de repeler vaporones, se improvisaba un salón de clases lleno de puertas, traspatio vegetal y olores de guisos, mojito en coco y las colas que ya invadían con fuerza la mesa del zuliano y del venezolano en general.

En esa y todas las escuelitas del sector, nuestras maestras cumplían el régimen académico humanista-científico que supongo impuso la autoridad de los usos. Por la mañana, de 8 a 11: letras; y, por la tarde, de 2 a 4: números.

Cabe también reconocer a los maestros Zara y Rita, esta última de segundo grado en el Maldonado de las Veritas, quien me recibió, lloroso y feliz de 7 años recién cumplidos en el primer día de primarias clases.

A la señora Juanita, la bedel de la limpieza y la vigilancia (próxima a jubilarse en aquel entonces), que sin formar parte de la nómina docente me dio más de una lección en mis travesuras de recreo. Quizás una señora como esa haya sido la madre de Simón Rodríguez.

A "Pan de leche", mi profesor de educación física en el liceo, con él y los compañeros de la sección "B" supe de un balón de básquet a los 12 años y desde entonces sigo lanzando la esférica goma, sin mucho éxito estadístico, a la cesta del tablero.

Igual reconocimiento a mis profesores en los 15 años en los finales de los 70, los artistas plásticos -libres, excéntricos e igualados hacia arriba y hacia abajo- de la escuela de artes Julio Arraga: Cacho, Manuel, Fredy, Alejandro, el vasco Camilo...

En la LUZ de Lossada, Francisco Ochoa y Delgado Ocando, tan maltratada en los últimos años. Con profesores de derecho de varias generaciones, tantos y tan talentosos que no me caben en la memoria de la tercera edad, me dediqué a aprender en el segundo lustro de los 80 el discurso probatorio y argumentativo, así como, lo no menos importante, una noción de Justicia constitucional no siempre muy concreta para mis gustos de aprendiz.

A mis primerísimos maestros, mis padres: Aura y Julio. ¿Qué puedo decir que haga justicia?

Y, desde luego, con respeto, admiración y compromiso con los docentes de hoy, que mantienen y defienden su magisterio y el derecho al trabajo y a la educación, tanto en el aula como en la calle, frente a todos los bloqueos posibles, sobre todo el de los salarios de hambre con que el gobierno irresponsable insiste en llevarlos a la ignominia.

Al maestro con cariño; y en lucha.



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Servio Antulio Zambrano


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