Crónicas cotidianas

Mama

"Un buen día se apareció un musiú por esos campos de Falcón, vendiendo sábanas, ropas, y corotos. Era un árabe buenmozo acabado de llegar de Siria. Tenía entonces 25 años y se enamoró perdidamente de mi mamá, una india, morena, de los campos falconianos que apenas sabía leer y escribir. Él vivía en casa de un primo allá en Punto Fijo, que tenía una de las tiendas más grandes montadas por los árabes, por allá en 1960. Apenas hablaba español, pero cuenta la mama que desde entonces no había un sábado que no fuera para el campo donde ella vivía. A ella le gustaba, pero estaba calladita para que mi abuelo no se enterara. Siempre dejaba cosas para que mi abuela las pagara por partes, hasta que un día le regaló un vestido a la mama, que era bien bonito".

Tarek, el mayor de los hijos de la mama y Manuel, cuenta que dos meses después, el sirio fue y habló con su abuelo para que lo dejara visitar a la mama. Iba los domingos a buscarla, pero siempre salía con otra hermana y el musiú debía brindarlas a las dos. Iban al único cine que había en Punto Fijo, les invitaba un helado, caminaban un rato y después las llevaba a su casa. "Pero ya mi mamá tenía 16 años -narra Tarek- y el musiu le propuso para que se fueran juntos a Valencia, porque él era cocinero, muy buen cocinero y podía trabajar en un restaurant. Mi mamá estuvo de acuerdo, pero a condición de que se casaran. Mi abuelo no estaba muy contento, pero aceptó. Así que se casaron y se vinieron para Valencia a echar coñazos. Esa vieja para y para abajo con Manuel. Se alquilaron una casita por detrás del Hospital Central y él empezó a trabajar con otro primo allí en la urbanización Carabobo, y mi mamá ya estaba preñada de mí, así que nací llevando coñazos, porque mi papá guardaba todo, y aunque no nos faltaba nada, había muchas limitaciones. Dos años después, cuando nació mi hermano, mi papá alquiló un localcito por La Candelaria y ahí comenzó a vender de todo. El primo de Falcón compraba mucho volumen y le daba buenos precios. Y cuando nació mi hermana, ya las cosas habían cambiado mucho. Mi papá compró en El Trigal centro una buena casa, ya yo tenía como 10 años y ayudaba en la tienda. Pero entonces al viejo Manuel le regresó un viejo vicio que tenía desde que era muchacho en Siria, cuando iban a El Líbano o Jordania a echar vaina y gastarse los reales, el juego coñoe´madre. Mi papá era un ludópata y eso se convirtió en un karma. Así perdimos la tienda de la noche a la mañana. Pero como era un tipo tan arrecho y mi mamá lo secundaba, el viejo Manuel y la mama, volvieron a levantarse, porque los amigos de Barrio Central le alquilaron un huequito en toda la avenida que da a la parte de atrás de la CHET y allí puso un restaurant pequeñito de comida árabe. Él cocinaba demasiado rico. Ya al año nos fuimos de allí y alquilamos un localcito por una de esas calles de la avenida Lara, tiempo en el que nació mi hermana. Creo que yo estaba entrando al liceo y era un mala conducta, peleaba con todo el mundo, no le paraba bolas a nadie, empecé a fumar y después a la marihuana y a la caña. Después nació mi hermano menor, que muy temprano se volvió un adicto a la cocaína. Un chamo superinteligente, pero coño, esa droga de mierda lo tiene muy jodido. Ya es un viejo y se sigue metiendo mierda de esa. La esposa lo abandonó y tiene nos niñas bellas que las va a joder. Estoy cansado de decírselo, que deje esa mierda, pero no oye. Y así fuimos creciendo y la pobre mama aguantando el chaparrón de los hijos mala conducta y de los problemas de juego de Manuel que ya comenzaba a acusar el castigo de los años. Que vaina tan arrecha, mi papá nunca fue un tipo machista. Tenía una especie de veneración por mi mamá, de quien estaba pendiente todo el tiempo. Y mi mamá no movía un pie sin mi papá. Ya éramos adolescentes grandes y nos encargamos del restaurante".

Mi papá iba y hacía la comida y nosotros hacíamos lo demás. Servíamos, limpiábamos y poníamos en orden las cuentas, los bancos y esas vainas, que lo hacía mi hermana porque ella tenía más disciplina para eso".

Con lágrimas en los ojos, 65 años y un ACV a cuestas, Tarek cuenta que ya no dejaban que el viejo Manuel tocara el dinero; y aunque sentían mucho respeto y mucho amor por su padre, lo fueron sacando del restaurante hasta dejarlo en casa con la mama.

Seis meses después de jubilar a Manuel, le dio un infarto jugando dominó con los amigos, y fue atendido en la CHET por los médicos que siempre iban a comer al restaurant. En noviembre le vino otro infarto que no resistió. Murió dos horas después. Narra que esas primeras navidades sin el viejo Manuel, fueron lo peor que pudieron pasar, pero la Mama, acostumbrada a la batalla, hizo sus hallacas, el pernil y los dulces de diciembre.

"Era una vieja arrecha. A veces uno la encontraba con lágrimas en los ojos, pero no decía nada. La Mama era una guerrera. Era tan arrecha que le sobrevivió 21 años a Manuel. Con un achaque aquí y otro por allá. Hace dos años, la operamos, pero ella nunca se rindió; y siempre con esa tranquilidad y esa calma para llevar las cosas".

Ambos estábamos sentados frente al féretro donde la Mama comenzaba el camino al más allá. Sus hijos no paraban de llorar. Quienes la conocimos, tampoco. Estábamos allí porque fue un ser humano excepcional.

"Sé que todos vamos a morir, pero hubiera querido ser yo quien me fuera primero, y no la mamá", me dijo Tarek, casi sin poder hablar.



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Rafael Rodríguez Olmos

Periodista, analista político, profesor universitario y articulista. Desde hace nueve años mantiene su programa de radio ¿Aquí no es así?, que se transmite en Valencia por Tecnológica 93.7 FM.

 rafaelolmos101@gmail.com      @aureliano2327

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