La soledad como problema está sobrevalorada. Es una cuestión muy cuestionada. A fin de cuentas, las personas que están solas o se sienten solas, obedecen a causas propias, a estados anímicos y físicos autoimpuestos (excepto aquellos prisioneros a los que aíslan), a taras individuales, con niveles de exigencias rebuscados, exagerados y mezquinos, por el temor pueril hacia lo que pueda venir, con la falsa creencia hedonistas de que la vida es lineal o que lo ideal es perfecto y sin problemas.
No hay situaciones ideales. Toda soledad es buscada y bien ganada por dos grandes enemigos: el aniñamiento y la victimización.
Estos enemigos crecen y se fortalecen cuanto más ignorancia aprendida nos atapuzan desde los medios de incomunicación y desinformación masivos, en las llamadas redes sociales y en la literatura postmoderna especializada (¿?).
La adultez, muchas veces atrofia la juventud y la pubertad, porque, amable lectora y lector, ¿ustedes han visto púberes y jóvenes solos? No es lo común. Y si lo están o se sienten solos (menos del 5%), es porque han sido afectados por algún trauma o tara familiar y social.
La soledad prolongada en el tiempo y no deseada no es el estado natural del ser humano. Los humanos somos gregarios por naturaleza. Vivamos la alegría de ser gregarios, uno junto al otro, pegados, distantes o proxémicos, aunque sea mal acompañados, porque todo depende de la mismidad.