La voz de Saúl

Cuando la buseta llegó a Plaza de Toros, estaba de primero en la puerta, mientras los pasajeros se bajaban, le pedía ayuda al colectar para que le diera la mano para subir, y con él, esas cornetas de ahora, a las que se les introduce un pendrive para hacerlas sonar. También es radio. Lo ayudó a acomodarse junto al chofer. Los dedos de su mano derecha, casi tocaban su muñeca, por lo que era completamente inútil. Ese defecto estaba equilibrado con su pierna izquierda, con una lesión muy parecida, por lo que apenas le servía para apoyarse. Ambos problemas físicos los compensaba con su mano izquierda y su pie derecho, a los que se unía una sonrisa casi angelical. Él miraba a la gente como con compasión. Sonreído los miraba a todos como si estuviera diciendo "pobre gente que se compadece de mí, cuando debieran compadecerse de ellos mismos".

Iban subiendo de uno en uno, al punto que ya no quedaron puestos vacíos, pero seguían subiendo pasajeros. Cuando arrancó la buseta, entró en una especie de limbo filosófico-religioso. Se irguió apoyado en su brazo izquierdo y agarrado del tubo pegado al puesto del conductor, en una difícil maniobra, sin que la sonrisa lo abandonara. Justo cuando la buseta daba la vuelta para tomar el puente del distribuidor y coger camino a la Isabelica, saludó con educación y con la sonrisa, "buenas tardes. Si existe la reencarnación, entonces el señor castigó a alguien muy malo en su vida pasada, y lo dejó inválido como ustedes me ven, porque yo nací de él para venir a pagar mi karma. Estoy pagando lo que alguien hizo en mi vida pasada. A lo mejor fui un ladrón y nací así para que no pudiera usar la mano con la que robaba; y nací con un apierna torcida para que no pudiera correr. Pero si fue la decisión del señor, entonces lo pago, porque por algo me envío así. Creo que soy músico, pero no sé cómo aprender a tocar. Pero sé cantar, y quiero cantar para ustedes, porque nada es gratis. Mi nombre es Saúl". Me pregunto si Samuel quería un rey -que fue Saúl- con esas discapacidades

Siempre he dicho que la bondad de los venezolanos es infinita. Le pidió a alguien que le agarrara la corneta y le ayudara a conectar el micrófono. Hasta el chofer respetuosamente apagó el sonido, creo que, por lástima, más bien. Y comenzó a sonar la música de pista, cuando se oyó la voz, que hizo un silencio total: "Amigo, ¿Qué te pasa estás llorando?/ Seguro es por destenes de mujeres/ No hay golpe más mortal para los hombres/ Que el llanto y el desprecio de esos seres/… Amigo, voy a darte un buen consejo/ Si quieres disfrutar de sus placeres/ Consigue una pistola si es que quieres/ O cómprate una daga si prefieres/ Y vuélvete asesino de mujeres".

Él tenía razón. Sabía cantar. Yo no podía estar más sorprendido con ese vibrato, no solo dando la altura y la frecuencia de la voz, sino con unos falsetes y una técnica que ya quisieran muchos cantantes profesionales. El contagio fue unánime. El chofer fue el primero en hacer el coro: "Mátalas/ Con una sobredosis de ternura/ Asfíxialas con besos y dulzuras/ Contágialas de todas tus locuras/ Mátalas/ Con flores, con canciones no les falles/ Que no hay una mujer en este mundo/ Que pueda resistirse a los detalles".

En un momento hasta yo estaba cantando. Pero la gente cantaba a rabiar. Fue una de las mejores demostraciones de contagio colectivo. Esa hermosa y grave voz había contagiado a todos. Parecía que los pasajeros aprovecharon para botar el estrés. Un hombre pidió bajarse a la altura de las petrocasa, con la mujer y dos niños, pero antes de hacerlo, como Saúl seguía cantando, sacó un dólar y se lo metió en el bolsillo de la camisa. De allí en adelante las paradas fueron sucesivas, pero nadie se bajó sin darle dinero a Saúl. Billetes de 20, 10 y hasta dólares vi desfilar para el bolsillo de Saúl. Es como si la gente supiera que estaba pagando a un verdadero cantante. Pagaban la voz de alguien a quien la industria musical jamás pondría en un escenario. Solo dos canciones alcanzó a cantar cuando la buseta llegó a Paseo Las Industrias y cogió vía a Flor Amarillo, cuando sonó la música de la una nueva canción. Una señora que se iba a bajar, se volvió a sentar. Cuando comenzó a cantar, y no podía creer que estaba oyendo una tesitura de tenor operístico. Era la misma voz de Pedro Infante. Estaba cantando La Cama de piedra. De nuevo el silencio era casi sepulcral. Mis ojos se aguaron de ver a Saúl -de unos 35 años- cantar sonriendo aquella hermosa canción. Cambió por completo, ahora la voz era nasal y desentonaba a propósito. Estaba disfrutando un concierto gratis.

A la altura de Calicanto, la buseta se paró. Le pidió al colector que le ayudara a bajar la corneta. Se metió el dinero al bolsillo. El chofer le dio dos billetes de 20 bolívares. Se despidió de todos y agradeció que todos lo hubieran escuchado. Con una humildad que agredía, pidió disculpas, nos bendijo y le pidió al colector que lo ayudara a bajar, mientras yo me preguntaba cuántos Saúl por ahí, cuántos en el propio México que tengan la voz de tenor lírico de Alejandro Fernández. Cuántos estarán pagando el karma de tener un brazo y una pierna inútiles. Cuántos tendrán ese pastel filosófico-religioso en la cabeza.

La buseta arrancó y mientras comentarios iban y venían, Saúl sostenía su corneta y sonreía, quizás preguntándose cuánto tiempo más de karma le quedaba.



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Rafael Rodríguez Olmos

Periodista, analista político, profesor universitario y articulista. Desde hace nueve años mantiene su programa de radio ¿Aquí no es así?, que se transmite en Valencia por Tecnológica 93.7 FM.

 rafaelolmos101@gmail.com      @aureliano2327

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