Crónicas cotidianas

Fulvio

Cuando Fulvio tomó conciencia de sí, se dio cuenta de que tenía 76 años, y que había llegado a Venezuela en 1946 a buscar nuevos horizontes; y que no paró de trabajar hasta que los hijos se dieron cuenta de su torpeza para armar los marcos para los cuadros que le dieron una buena vida, estudios y algo de fortuna. Por eso lo jubilaron en el 2006. Y no lo dejaron volver a la marquetería que aún funciona allí en Los Cortijos de Lourdes.

Llegó a Venezuela en el segundo barco de migrantes de Italia que salía entonces del histórico puerto de Génova, a casi doce horas por carretera de su pueblo natal Marina Di Camerota, pueblo de pescadores con menos de 900 habitantes donde no llegó la guerra, pero si sus miserias, pilotos derribados rescatados en las playas y algún avión caído cerca. Tres camisas blancas mangas largas, un pantalón, dos calzoncillos hechos con la tela de los sacos de harina de trigo, un cepillo de dientes y una bolsa llena de esperanzas, era todo lo que había dentro de la destartalada maleta, hecha de madera, forrada con una especie de lona que les quitaron a los aviones alemanes derribados cerca de su pueblo, con esquineros de latón y encolada con periódicos por dentro. Era uno de los miles de seres humanos que se bajó en el puerto de La Guaira. En su mano derecha la maleta y en la izquierda sostenía su mayor tesoro, Conchetta, su novia de la escuela, a

quien sus padres no la dejaban venir, a menos que estuvieran casados. Y, como en realidad, era la media costilla de Fulvio, se casaron. Cuando pisaron Venezuela, apenas tenían 16 años ambos. Un amigo de su papá, ya vivía en Caracas, en El Cementerio y allí llegaron en la tarde noche con una carta del padre. Don Tomaso, que así se llamaba, los recibió, allí se bañaron, descansaron, comieron y durmieron. Temprano en la mañana, Don Tomaso llevó a Fulvio donde un paisano que tenía un taller de impresión donde hacía talonarios, papeles membretados, tarjetas de presentación, etc, algo incipiente en la Venezuela de 1946. Allí comenzó a trabajar el muchacho de 16 años, y al mes se mudó a la casa de al lado de Tomaso, que era pequeña, pero suficiente para él y su joven esposa. La esposa de Don Tomaso le prestaba la máquina de coser a Concheta, quien apoyaba al joven marido, cosiendo y reparando ropa, pegando cierres, agarrando ruedos. En 1949, la pareja alquiló un apartamento en la avenida Presidente Medina, conocida como la avenida Victoria, y había alquilado un local pequeño en el mismo edificio. En su pueblo natal, en sus tiempos libres, fines de semana y vacaciones de la escuela, recorría dos horas en camiones o autobuses para Salerno, porque un viejo de su pueblo, le enseñaba no solo carpintería, sino el arte de enmarcar cuadros. Fulvio había estado invirtiendo en madera, una vieja guillotina a pedal y unas prensas que le había comprado a un italiano que las había traído, pero nunca las usó. Así que mientras seguía en su trabajo en la imprenta, los sábados y domingos se dedicaba a practicar, aprender y hacer marcos. Todo ello ocurrió con el nacimiento de Alessandra, quien vio la luz el mismo día que él. De modo que ella nacía y él cumplía 20. Fulvio y Francesco vinieron casi de inmediato, pero Francesco vino con una deficiencia cardíaca que no pudo ser corregida y murió apenas un mes después de su nacimiento.

Para 1970, Fulvio había comprado la mitad de un edificio en Los Chaguaramos y el gigantesco local comercial se había convertido en la más importante marquetería no solo de Caracas, sino del país. Era un importador de todos los utensilios para marquetería, pero, además, enseñaba a los que estaban incursionando en el difícil arte. Era ya un importador importante de los muy de moda marcos Passpartú y María Luisa, que tanto amaba la naciente y ostentosa clase media venezolana. En 1980, había comprado una quinta preciosa en Terrazas de El Cafetal y un gigantesco local en Los Cortijos de Lourdes en donde aún funciona la marquetería, y donde fue dado de baja por sus hijos.

Fue allí donde recordó que no había regresado a su pueblo y que hacía tiempo que no hablaba con los "muchachos"; que recordaba los ricos canoles rellenos de chocolate y los canelones que hacía la abuela rellenos de carne con tapones de puré de papa.

De pronto, la película completa dio vueltas en su cabeza y se dio cuenta que 60 años atrás había llegado a Venezuela, y no hizo más que trabajar y hacer dinero. Poco hablaba con los hijos, y aunque no era un padre castigador, era poco dado al amor y los consejos. Le dijo a Concheta que quería ir a Marina Di Camerota a ver a los "muchachos" antes de morir. Los hijos trataron de hacerle entender que todo era distinto allá, que nada de lo que él dejó existía. Hasta llevaron a este cronista para que le explicara que el pueblo que él dejó 60 años atrás, ya no existía, era otro. Pero no hubo forma. Los hijos le compraron los pasajes y un día antes Concheta se puso mal y los médicos le prohibieron volar. Fulvio regresaría solo a Marina. "Rafael, me da dolor ver a mi papá tan ilusionado porque va a ver a los "muchachos" y va a regresar a la escuela donde estudió. Cómo le sacas esas cosas de la cabeza. Y no podemos acompañarlo. Allá nos queda un primo segundo y los llamamos para que por lo menos lo recibiera".

En agosto del 2007 Fulvio abordó el avión para llegar a Roma en un vuelo de trece horas, y 50 minutos más al aeropuerto de Nápoles que lo llevaría a Salerno y luego en carro a su pueblo. Solo su sobrino segundo estaba allí para recibirlo. Eran dos desconocidos, con nada en común, pero Favio, que así se llamaba, lo llevó a comer, le habló de cosas de la Italia nueva, lo alojó en su casa y le prometió que al día siguiente lo llevaría a Marina Di Camerota.

Favio le contó a los primos en Caracas, a quienes tampoco conocía más que por teléfono, que lo llevó a Marina y ya no estaba la escuela donde estudió, ni la panadería donde compraban pan dulce, que sus amigos de la infancia Lorenzo, Leonardo y Andrea, hace tiempo habían muerto, que ahora el pueblo era una pequeña ciudad turística con muy pocas reminiscencias del pasado, con unos 3.500 habitantes, que los familiares de Concheta habían muerto o se habían ido muchos años atrás en busca de mejores horizontes; y que el único familiar que le quedaba a él, era una sobrina nieta que era la más importante actriz porno de la zona. Nada de la Marina de la posguerra quedaba para que Fulvio recordara viejos tiempos. Así que siete días después estaba de regreso en Caracas.

Se sumió en una tristeza profunda y ya era poco lo que hablaba. Aunque estaba sano, era obvio que los recuerdos se lo estaban comiendo. "Mira Rafael –me dijo la hija- Fulvio y yo lo tratamos de sacar de la casa, le compramos un televisor gigante, el hijo de un italiano amigo de los que llegó con él, que es pastelero, le hacía los canoles, que yo de chiquita recuerdo que se volvía loco. Pero ni eso le provocaba. Creo que mi papá se dio cuenta muy tarde que la vida era otra cosa. Siempre vivió para mi mamá y para nosotros. Lo llevamos a un sicólogo, mis hijos y los de Fulvio, sus cuatro nietos, se sientan con él, tratan de que se reanime; pero es increíble que una persona se quede sumida en esa tristeza interna tan profunda".

Desde que regresó de Italia, Fulvio no quiso salir más de la casa. No quiso hacer nada. Apenas comía y apenas hablaba. En febrero del 2008, seis meses después de regresar de Marina Di Camerota, murió a causa nada, de una tristeza tan profunda que probablemente él no podía definir. Murió quizás recordando aquella vez que bajó del barco en La Guaira con la maleta en una mano y concheta en la otra. Ella le siguió cinco meses después. También murió a causa de nada. Iba a cuidar a Fulvio.



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Rafael Rodríguez Olmos

Periodista, analista político, profesor universitario y articulista. Desde hace nueve años mantiene su programa de radio ¿Aquí no es así?, que se transmite en Valencia por Tecnológica 93.7 FM.

 rafaelolmos101@gmail.com      @aureliano2327

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