Crónicas cotidianas

De pura sorpresa

Ana, quien ahora tiene 86 años, vivió una vida de duros fracasos, de "ires y venires", de soportar maltratos y humillaciones, de pasar días sin comer, pero desde que abandonó a la familia de aquel pueblo de Pedernales, donde nació, pensó que todo saldría bien. Por alguna razón siempre tuvo una visión mucho más amplia de la vida, desde que de niña contemplaba el infinito en las noches deltanas. Por el pueblo, por allá en 1940, pasaban los barcos hacia el mar: "todo tipo de barcos, grandes y pequeños, porque por allí se sacaba mucha mercancía de Venezuela hacia afuera y los barcos pesqueros, iban y venían, también a pescar. Hacían paradas en el muelle, a comer y descansar y yo siempre iba a ver, era muy inocente, pero tampoco la gente era mala. Había un pescador que tenía un barco, que para mí era grande, pero en realidad era pequeño. Andaba siempre con su esposa y cinco muchachos, donde había una hembra como de mi edad. Creo que tenía 12 años. Mi mamá era muy difícil y muy rígida, pero mi papá entendía más porque había estado por toda Venezuela en barcos y camiones".

Cuenta Ana, que una vez le dijo a su mamá para irse con esa familia y ella se negó. Pero en el próximo viaje, ya era amiga de ellos y les dijo que se iba a escapar porque la trataban mal. Así que se montó en el barco y se fue con ellos. Un mes después ella vivía en la casa de la familia. De regreso al delta, ella y dos de los niños se quedaron con una hermana del pescador, quien le contó a los padres que ella se había quedado con ellos porque le dijo que los maltrataba. Los padres lo negaron y aclarado el tema, el pescador prometió que la devolvería. Pero no quiso regresar y ellos prometieron cuidarla. También Ana se negaba a quedarse en Carúpano. "Ya era una ciudad grande, comparada con el pueblito que había dejado. Pero yo era muy inquieta y no quería quedar allí. Me gradué de bachillerato cerca de los 16 y mi profesora guía que tanto recuerdo y se llamaba Solymar, me dijo que debía estudiar para maestra en Cumaná. Yo le dije que me quería ir a Caracas. Ella llamó a un primo y le dijo que, si me podía recibir, mientras yo encontraba cómo establecerme. Él aceptó. Así que llegué allá y el primo vivía con su mujer, también de Carúpano. Conseguí un trabajo en una cafetería en el paraíso y me emocioné para estudiar en el Pedagógico que estaba cerquita, pero no tenía nocturno todavía, aunque después lo pusieron. Le dije al dueño de la cafetería y me dijo que su hermano tenía un restaurant y que podía trabajar en la tarde, para que estudiara en el día. Y así fue. Me inscribí, comencé a estudiar y estaba emocionada. Trabajaba mucho, pero ganaba dinero, sobretodo con las propinas. En el pedagógico, me enamoré por primera vez, de un muchacho argentino hijo de venezolanos que vivieron allá porque su papá era diplomático. Empezamos una relación. En unas vacaciones regresé a mi pueblo con él. Mi papá me abrazó y lloró mucho. Mi mamá me abrazó, pero tenía menos emoción. Le enseñé a Waldo como fue mi mundo de pequeña y las cosas que soñaba. Tuvimos dos semanas y regresamos a clase y el trabajo. Ya estábamos en sexto semestre y estaba por cumplir 20. Waldo me dijo que tenía que ir a Argentina a resolver cosas de los padres; así que dejé todo y me fui con él, pensando que de regreso terminaría la carrera. Allá estaba mucho más avanzada la sociedad. Así que conocimos muchas cosas, y en una noche de vinos, salí embarazada. Las cosas de los padres de Waldo duraron más tiempo del previsto y cuando regresamos a Venezuela, el Guille tenía dos años. Nos fuimos a vivir a la casa de sus padres que vivían por La Florida, él trabajaba con el papá que se había dedicado a la impresión de revistas científicas y universitarias. Y en una de esas, transitando por la UCV, lo embistió un camión y lo mató. Me quedé trabajando con los padres porque no quisieron que el nieto argentino fuera a otro lugar y me dieron la oportunidad de graduarme. En décimo semestre me casé con mi profesor de historia y tuvimos seis hijos, más el Guille, siete. Mi esposo murió hace 20 años de un cáncer linfático. Yo disfruto más a los bisnietos que aún son adolescentes. Ni siquiera espero la muerte, porque tengo 82 y aún soy la que cocino. No tomó medicinas, no como azúcar, no como harina de trigo ni tomo leche. Jamás me he sentido mal. Así que creo que cuando muera, será de pura sorpresa".



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Rafael Rodríguez Olmos

Periodista, analista político, profesor universitario y articulista. Desde hace nueve años mantiene su programa de radio ¿Aquí no es así?, que se transmite en Valencia por Tecnológica 93.7 FM.

 rafaelolmos101@gmail.com      @aureliano2327

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