Crónicas cotidianas

Para no sentir tanta tristeza

Walter no oculta su tristeza cuando habla de la navidad. La soledad lo hace recordar sus tiempos de pascuas cuando la extensa familia, se reunía para cenar y compartir. Habla de los niños que corrían cruzando el pasillo de la casa, con sus estrenos, quemando traki-traki, saltapericos y luces de bengala.

"La vieja y las muchachas estaban sancochando las hallacas en el patio en un fogón de leña que yo les montaba. Se ponían dos mesas grandes y todo el día 23 hacían el guiso temprano porque ya habían picado la carne y la sazón. Era una lata grande cuadrada de manteca Los Tres Cochinitos. Toda esa lata se llenaba de carne que olía tan rico, la vieja le ponía vinagre y mucho vino, además de un chorro de papelón. El 23 en la mañanita, las muchachas venían, imagínate tres mujeres, con los maridos y siete carajitos. También llegaban los dos varones, mayores que las hembras, también con sus mujeres y tres muchachos más. O sea que los cinco hijos, más los 10 nietos, más Ofelia y yo; y la vecina que venía con su esposo siempre a acompañarnos, y después que Santiago murió, ella venía solita porque sus dos hijos se habían ido a España. Ella también murió, como un año antes de que muriera Ofelia. Pero se hacían como 400 hallacas".

El anciano de 83 años vive solo en una casita en Los Guayos. A la muerte de Ofelia, los hijos lo convencieron de vender la casa y buscar una más pequeña para él solo. "Lo que no me dijeron es que saldría de una buena casa en Ricardo Urriera para un rancho de concreto aquí en Los Guayos. Me prometieron que la acomodarían, pero ni siquiera el techo de zinc que se moja por todos lados, lo han acomodado. Dos viven Tocuyito y nunca tienen tiempo de venir, uno vive en Chile desde hace como diez años y los demás viven en Lomas de Funval. Siempre tienen una excusa para no venir. La vecina a veces me consigue una bombona de gas, o me pasa un plato de avena, porque se me acaba la comida y los muchachos no vienen a traerme algo. A veces pasan hasta un mes. La otra vez se encontraron aquí en la casa y se pusieron a discutir, porque ninguno puede venir a traerme un paquete de harina. Ni siquiera los nietos, porque Augusto tiene una novia en Guacara y la única vez que vino fue para quedarse a dormir porque se le hizo tarde".

Sorbe la taza de café, y mira como en el horizonte. Como si fuera intencional, se vuelve al pasado. Asegura que incluso con el cáncer, antes de ser hospitalizada, "la vieja calentaba café, me servía y nos sentábamos en el porche de la casa a conversar. Ya no quería comer, pero era muy valiente. Yo ya no quería que hiciera nada en la casa. Los muchachos le pagaban a una señora que fuera a limpiar. Siempre hacía comentarios sobre la navidad, porque le gustaba mucho, le gustaba bailar, le encantaba escuchar Billos, le gustaban las gaitas, poner el nacimiento, las luces. Una tarde estuvo hablando del último pernil que preparó y nos comimos. Recordó que José, el varón mayor, hizo cinco panes de jamón. Creo que sabía que el tiempo se le agotaba, porque una semana después la hospitalizamos y dos semanas luego, murió. Fue lo mejor, descanso, pero no le perdono que me haya dejado solo. Yo quería morir primero que ella, pero mira, ya hace 15 años que se fue, ya tengo 83 años, y los hijos, bueno, tienen sus cosas. Tampoco quieren calarse a un anciano. Y los nietos son peores, porque varios tienen carros y motos y son incapaces de venir a ver cómo está su abuelo. Dicen que ese es el mundo de hoy".

De nuevo mira la fotografía de la familia por largo rato, y regresa al pasado. "Yo gané buen dinero porque era especialista en tubos, calibración y soldadura y trabajé en buenas empresas. Por eso nos compramos esa casa en Ricardo Urriera. Recuerdo que una vez los muchachos estaban pequeños, y yo trabajé todo el mes de diciembre como 18 horas diarias. Esa vez me dieron un montón de plata. Y Ofelia siempre guardaba dinero. Así que con esa plata que había guardada, pusimos muros y rejas alrededor comenzando diciembre; y con lo que me dieron, echamos placa en enero y una habitación y un baño más. Quedó grandísima la casa con cuatro habitaciones y tres baños, y una cocina grandota. Yo tenía un carrito con el que salíamos a comprar las cosas de navidad y los estrenos de los muchachos. A ella le encantaba diciembre".

Era hora de irme. Y le comento que el tiempo no perdona

Es verdad -me dijo- pero uno no imagina que, con tantos hijos, va a terminar tan solo. Por eso quería morir antes que la vieja… Para no sentir tanta tristeza por dentro.

Recordé a García Márquez cuando dijo "… el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad".

 



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Rafael Rodríguez Olmos

Periodista, analista político, profesor universitario y articulista. Desde hace nueve años mantiene su programa de radio ¿Aquí no es así?, que se transmite en Valencia por Tecnológica 93.7 FM.

 rafaelolmos101@gmail.com      @aureliano2327

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