El Asno de Buridan and the so called "organizaciones no polarizadas"

"Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca"

Apocalipsis 3:16

Algunos de los "debates" que últimamente ocurren en Venezuela nos recuerdan al comportamiento del Asno de Buridan. Quizás, algún lector considere de muy mal gusto comparar lo que está sucediendo en algunos sectores de la izquierda política en relación a la supuesta ANC con la conducta de un burro, pues lo propio de los asnos es cometer burradas, aunque rara vez un burro las cometa de forma autónoma e independiente. Por lo general, da coces (patadas) cuando lo importunan; si no, es un animal la mar de tranquilo y apacible.

El asno de Buridán es el nombre que se le da al animal que protagoniza un antiguo argumento de reducción al absurdo. Se atribuye a Jean Buridan ( teólogo escolástico discípulo de Guillermo de Ockham, rector por dos veces de la universidad de Paris; defensor del libre albedrío y de la posibilidad de ponderar toda decisión a través de la razón) la siguiente fábula: un asno hambriento, colocado frente a dos montones de heno exactamente iguales y situados a la misma distancia, no siendo capaz de decidirse a cuál de ellos acudir, y al carecer de un motivo que le lleve a elegir uno más que otro, termina por morirse de hambre. (Ignoro otras versiones según las cuales se trata de un asno hambriento y sediento, que se muere igualmente al no poder tomar la decisión de si acometer primero a la comida o al agua que se le ofrecen. Y lo hago porque, en esta variante, los dos objetos de elección ya no son iguales, lo que es de una importancia decisiva, ya que con razón podría suponerse que el asno no habría de permanecer inactivo por cuanto ahora sí habría un motivo que le incline más a un lado que a otro, y ese lado sería posiblemente el del agua, al ser la sed, motivación más fuerte que el hambre.)

El ejemplo del asno resulta muy chocante, pero si lo pensamos bien en más de una ocasión nos hemos encontrado con situaciones en donde era imposible, tras sopesar todos los pros y contras, encontrar una razón para actuar de un modo o de otro. Se refiere a una situación paradójica en la que un asno que siempre tenía opciones bien diferenciables para realizar su elección, un día es colocado exactamente entre dos montones de heno de igual tamaño y calidad. La duda lo llevará a morirse de hambre ya que no podrá tomar ninguna decisión racional sobre cuál de los dos montones será su comida. Si bien ha sido nombrada en homenaje al filósofo Jean Buridan, la paradoja no fue originada por Buridán originalmente, sino por Aristóteles, quien en el De Cælo, ya se había preguntado cómo un perro confrontado ante dos cantidades idénticas de alimento podría comer. que ejemplifica el pensamiento ante una decisión con opciones equilibradas o demasiado balanceadas, con un hombre que permanece inmóvil con tanta sed como hambre entre dos mesas. Una con bebidas y otra con comida. La paradoja es que la supuesta igualdad de condiciones puede condenar a elegir cualquier opción, pero la idea principal no era esa, sino la de elegir siempre la mejor opción. Habiendo dos opciones igual de "mejores" o "peores", el panorama se complica. Se entra en ciclos de razonamiento complejos y el final es el que todos conocemos: la indecisión.

El asno de Buridán ilustra la miseria que acecha a los indecisos. A medio andar de dos idénticos y equidistantes montones de heno, el asno de Buridán se moriría de hambre en la duda de hacia dónde tirar, sin razón alguna para la preferencia del camino. El menor soplo de viento o el más mínimo destello entre las briznas podrían resolver la incertidumbre, pero las leyes de la mecánica imponen su despótica e inexorable fuerza, y el asno muere de hambre pese a estar rodeado de nutritivos recursos de vida. El asno de Buridán ha sido interpretado muchas veces en el contexto del problema de la libertad o del libre albedrío, y vendría a significar que ninguna elección es posible si no se halla precedida o acompañada de alguna preferencia. O lo que es lo igual: toda elección presupone la existencia de un motivo. Más que de aquí concluyan algunos que, puesto que ello es así, el libre albedrío es imposible, entiendo yo que es conclusión grosera y equivocada, porque la libertad no consiste en una capacidad absoluta de elección; una elección en el vacío o ejercida sobre un conjunto infinito de opciones, sino, al contrario, es la posibilidad de elegir entre una serie de alternativas dadas, que serán más o menos, según los casos, y sobre alguna de las cuales, sin duda, recaerá nuestra preferencia. De tal manera, que cuando no se dé preferencia de ningún tipo, sino plena indiferencia (como le sucede a nuestro asno), no puede haber elección, y sin capacidad de elegir no hay tampoco libertad, y así, como decía Descartes: «la indiferencia es el grado menor de libertad». Y hasta menor aún: tanto que, como digo, podría con fundamento sostenerse que la indiferencia es la negación de la libertad misma. No se trata, por tanto, que el motivo niegue la libertad, sino que, al revés, es su condición.

»»La historia de Buridán puede interpretarse, inserta en la controversia entre el intelectualismo y el voluntarismo. Y llevada a este terreno podría, en un primer momento, ser vista como argumento que viene a apuntalar la tesis intelectualista, y que diría más o menos así: si no existe un motivo o una razón para preferir una alternativa a la otra (motivo o razón que sólo pueden venir dados por el entendimiento), entonces no hay elección, y si no hay elección, tampoco hay acción, y la consecuencia será la parálisis y la inactividad. Por tanto, la voluntad se halla supeditada y subordinada al entendimiento. Bien. Pero ahora puede verse el asunto desde otro ángulo y decir que eso, en efecto, es lo que sucedería si los intelectualistas tuviesen razón. Pero no sucede: el asno no se muere de hambre (pueden hacerse cuantos experimentos se quiera), porque, aunque burro, no es tonto, y, sin duda, acabará decantándose por uno de los dos montones de heno, aunque aparentemente no exista razón o motivo para preferir uno en vez del contrario. Por tanto, los intelectualistas no tienen razón, y, frente a lo que ellos piensan, hay que concluir que es la voluntad, no el entendimiento, el motor de la acción. Pero entonces, si el asno de Buridán prueba una tesis y la contraria, algo falla en alguna parte, lo que obliga a concluir que el asunto mismo está mal planteado. Ni se sostiene un intelectualismo puro ni tampoco un voluntarismo igualmente puro, sino que es preciso plantear de una forma distinta las relaciones entre entendimiento y voluntad.



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Luis Antonio Azócar Bates

Matemático y filósofo

 medida713@gmail.com

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