Matrimonio civil igualitario. O, haciendo coincidir a gobierno y oposición

La hipocresía de la sociedad latinoamericana es tan grande, que aunque se hace pasar por amigable y solidaria, en ella existe una fuerte tradición de aprovechamiento del otro así como la necesidad de imponerse sobre el contario.

México está una vez más en el ojo del huracán. No se trata esta vez de un escándalo sexual, ni uno político, ni porque un presidente plagió una tesis, ni porque un narcotraficante se escapó de la cárcel como si jugara Mario Bros, ni algún problema de corrupción. Se trata de algo más peligroso para la sociedad establecida que un millón de bombas atómicas; el matrimonio civil igualitario.

Pocas cosas en el mundo pueden ser tan polarizadas como este factor. Impresiona comprender las magnitudes de población que se levantan en pro o en contra de algo que para cualquier mente evolucionada, es parte de un proceso natural hacia la construcción de una nueva sociedad –sea cual sea su tendencia económica-.

Los detractores, en su mayoría blancos y católicos, señalan que permitir esta medida seria atentar contra el estado social establecido, y que otorgar el beneficio del matrimonio entre parejas del mismo sexo revolucionaria la idea de la familia.

En cambio, los que le apoyan, en su mayoría homosexuales activistas de derecha, señalan que un estado laico no puede prohibir la unión entre dos personas, independientemente de su orientación sexual, a la par que, la simple idea de prohibición es un atentado enorme contra el derecho de cada ciudadano a formar una familia.

La lucha por los derechos civiles de los homosexuales en Europa y Estados Unidos es ya tradicional, sin embargo, dichas disputas apenas empiezan a gestarse en Latinoamérica. No hay un Jon Milk que emocione a las multitudes, pero si hay una enorme Margaret Tacher, la sociedad latinoamericana en general.

Analizando en frío, la unión entre parejas del mismo sexo tiene pros y contras que como revolucionarios, debemos estar obligados a revisar.

Ciertamente, ningún estado puede decirle a ningún ciudadano que hacer con su vida, a la par, cada estado debe garantizar que todos sus habitantes, ciudadanos o no, gocen de los beneficios que el mismo garantiza, especialmente los derechos humanos. Es falso señalar que las familias del mismo sexo destruirían la sociedad establecida y romperían con la institución de la familia, ya que en un giro bastante turbio del dibujo, la mayoría de los homosexuales en Latinoamérica, son conservadores –salvo en ese aspecto-.

Legalizar la unión civil igualitaria, aumentaría más bien el número de familias en un estado, pues, estas poseen un afán de adopción enorme que no solo les sirve para obtener el estatus de familia ante la sociedad establecida, sino que genera cierto nivel dentro de ese mundo tan cargado de apariencias como la sociedad tradicional en si.

Ahora bien, después de siglos de machismo y de cierta complacencia a vivir en el closet, ¿serán capaces los homosexuales latinoamericanos de desarrollar familias funcionales? –Cuando la mayoría de las parejas heterosexuales fracasan en ese aspecto- Muchos compañeros del movimiento sexodiverso señalan que algunos de sus pares, solo desean casarse y adoptar niños, por un asunto de modas, lo cual, llevará irremediablemente al fracaso, al hogar roto, y al niño con problemas en el desenvolvimiento social –como casi cualquier niño que venga de un hogar tradicional-.

En Venezuela, el paradigma sobre el matrimonio civil igualitario es hilarante. Salvo algunos lideres que parecen estar más allá de todo el machismo latinoamericano –Diosdado Cabello por ejemplo-, este punto parece ser el único factor en donde comunes que apoyan ambos sectores de la política nacional, están de acuerdo.

El odio –no nos mintamos- que ambos sectores se profesan, solo alcanza un punto de hermandad cuando se trata de condenar vehemente al matrimonio entre parejas del mismo sexo.

No es mi asunto plasmar aquí la hipocresía de líderes de ambos sectores sobre este tema siendo ellos homosexuales. No nos interesa escribir aquí quienes construyeron su muy longeva carrera política debido a sus conexiones en ese mundo. No es nuestro problema pues, con quien comparte la almohada cada persona. Pero si es importante señalar, que esa medida, que debió ser tomada primero aquí, en un estado que se ufana de ser revolucionario, y que esta no ha sido promulgada debido a que la sociedad venezolana, es de ultraderecha y ultra conservadora.

Hay mejores análisis de estos temas hechos por compañeros que pertenecen al movimiento de igualdad de condiciones sexuales que este, ya que esos tocan desde una perspectiva muy personal el asunto. Lo máximo que podemos hacer en estas líneas es denunciar las enormes fallas en la política civil del estado "revolucionario", y más aun, la salvaje hipocresía de los dos partidos –hay dos partidos- políticos que hacen vida en Venezuela.

Por un lado, los que se hacen llamar progresistas y demócratas –el partido conservador o MUD-, hablan de libertad, de igualdad de derechos, de una sociedad sin prepucios, pero la verdad es que ellos han negado históricamente los derechos de los ciudadanos, odian la igualdad entre los hombres, y son especialmente prejuiciosos. Algo que no puede escapar de sus garras, es el matrimonio entre parejas del mismo sexo.

Los conservadores –quienes irónicamente poseen el grueso del voto de la comunidad homosexual de Venezuela-, rechazan el matrimonio civil igualitario pero tienen el derecho a hacerlo asumiendo su postura conservadora. Si, la familia debe ser protegida, si, la Biblia tiene razón en condenar la homosexualidad, si, se deben recuperar los valores clásicos de la sociedad perdidos en algún momento en la historia reciente por culpa de los comunistas, los homosexuales, y los ateos –que para los conservadores son lo mismo-. Pero eso solamente se puede asumir si se levantan plenamente las banderas conservadoras, cosa que no hace la oposición política venezolana que es ambigua e hipócrita, tanto como los compañeros homosexuales que le hacen foro a quienes los odian –y desean secretamente-.

Pero más grave es el asunto en el partido socialdemócrata –GPP-. Camaradas, si después de 17 años de "Revolución" de justicia social, de reivindicación de derechos, de la mayor entrega de libertades civiles y de re educación, –cosa que realmente ha ocurrido y que es admirable- el grueso de los militantes de ese partido, siguen menospreciando al movimiento homosexual, burlándose de los compañeros con preferencias sexuales diversas a las tradicionales, haciendo preahorrativo el termino homosexual, y lo más deprimente de todo, negándose en pleno al matrimonio civil igualitario, aquí compadre no hay revolución.

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Me gustaría creer que el gobierno nacional, que un momento incluso intentó plasmar en la constitución de la república el derecho a la unión entre parejas del mismo sexo, no ha dado el paso definitivo hacia esa condición debido al teatro que se debe mantener en este país de democracia burguesa para poder sostener esa cosa aberrante llamada voto.

A la vez, me gustaría creer, que los opositores no son lo suficientemente valientes para rechazar de categóricamente dicha medida debido al mismo motivo.

En este panorama, creo yo que las únicas victimas del odio homofóbico, y de la hipocresía de ambos sectores, son justamente los compañeros homosexuales.

En mi opinión, el estado no puede decir quien se puede casar con quien ni mucho menos decidir sobre la conformación de las familias. A su vez, como revolucionario, quisiera levantar mi voz contra el matrimonio igualitario o tradicional. El estado revolucionario debe encontrar una nueva forma de sociedad entre las personas para una nueva visión de la familia en la cual, se implanten nuevos patrones de conducta más acordes al pensamiento filosófico socialita.



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Fex López Álvarez


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