Complicidad de Estados Unidos en la masacre de Gaza

Traducción desde el inglés por Sergio R. Anacona

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El horrendo derramamiento de sangre de esta semana en Gaza está directamente relacionado con la controversial decisión del presidente Trump de reubicar la embajada norteamericana en la disputada ciudad de Jerusalén.

Estados Unidos es en gran medida responsable de esa atrocidad en la que más de sesenta palestinos desarmados fueron asesinados por los militares israelíes. Se trató de una masacre a sangre fría.

Miles de otros fueron mutilados por munición de guerra. Una bebita de ocho meses de edad, Layla Ghandour, fue una de las víctimas muriendo asfixiada por el gas lacrimógeno lanzado contra los manifestantes.

La descarada defensa del brutal uso de la fuerza letal de Israel por parte de Estados Unidos tildándola de "mesurada" y su consiguiente bloqueo de una investigación independiente sobre el tiroteo masivo, agrava la culpabilidad de Washington en la masacre. Masacre que amenaza con empeorar aún más las tensiones en una región por demás inflamable.

La cuestión es ¿cuánto de la complicidad de Estados Unidos fue deliberadamente calculada por Washington para provocar una violencia extendida, no solo en los territorios palestinos ocupados, sino también en el Medio Oriente en general?

La decisión de Trump de reubicar la embajada norteamericana desde Tel Aviv a Jerusalén fue implementada a pesar de la advertencia internacional en el sentido que la medida violaba el consenso global que Jerusalén debía ser una capital compartida entre Israel y un futuro estado palestino. La decisión de Trump imprudentemente desairó los derechos palestinos al alinearse simbólicamente con la pretensión de Israel de reclamar Jerusalén como su "ciudad capital indivisible".

Y no solamente eso. El traslado de la embajada norteamericana fue notoriamente programado para coincidir con el 70º aniversario de la fundación de Israel como estado el día 14 de mayo de 1948. La fecha también es señalada por los palestinos como la "Nakba" o "Catástrofe" cuando millones de palestinos fueron desalojados de sus hogares y antigua tierra por colonos israelíes.

Tal medida de parte del gobierno de Trump estaba destinada a exacerbar las ya agudas quejas palestinas luego de décadas de injusticias contra su derecho a la estatidad y de su lucha por retornar a sus hogares ancestrales. Alrededor del setenta por ciento de los dos millones de residentes de Gaza sostienen que son refugiados que exigen el derecho a regresar a sus lugares de origen en lo que ahora es Jerusalén ocupada por Israel y en otros lugares en el actual estado de Israel.

La descarada intervención parcializada de Trump a favor de la ocupación por parte de Israel de territorio palestino se despliega frente a las resoluciones de la Organización de Naciones Unidas, ONU y del consenso internacional que percibe que los palestinos tienen un derecho inalienable a la estatidad.

La ocupación israelita del territorio palestino se ha expandido sin cesar a pesar de las incontables resoluciones de la ONU condenando tales actos como ilegales.

Por lo menos ahora existe absoluta certeza sobre algo, el control de Washington sobre el conflicto que ya dura décadas no tiene ya la pretensión de ser "un honesto intermediario" o "mediador neutral". Estados Unidos durante décadas ha tácitamente patrocinado la ocupación ilegal por parte de Israel de territorios palestinos. Hace veinticinco años que el presidente Bill Clinton participó en los Acuerdos de Paz de Oslo. Actualmente, el denominado proceso de paz está muerto y los palestinos están más lejos que nunca de ejercer su derecho a un estado en coexistencia con Israel.

Trump ha dejado muy en claro que en lo concerniente a Estados Unidos, no existe un proceso de paz ni tampoco existe una "Solución de Dos Estados".

Esto indica que los dirigentes palestinos ya no reconocerán a Estados Unidos como mediador.

Estados Unidos es parte del actual problema de un ilegal colonialismo contra el pueblo palestino. Los gobiernos israelíes no están interesados en encontrar un honorable acuerdo de paz. Su tácita posición pareciera ser más bien la de incesante conquista y de empujar a la restante población palestina fuera de todo el territorio ubicado entre el Río Jordán y el Mar Mediterráneo.

¿Cuál sería la solución? Ahora pareciera que el único arreglo decente sería la Solución de Un Estado para ser activamente promovida en la cual todo el pueblo de la Tierra Santa tenga el derecho de compartir iguales derechos. Sin embargo, eso es algo que es anatema para la dirigencia israelí que quiere crear solo un estado judío.

La comunidad internacional debe hacer frente a la ilusión de una solución de Dos Estados. El mundo de algún modo debe reunir la voluntad política y abogar por los derechos de los palestinos de vivir en la tierra anteriormente conocida como Palestina.

Durante siete décadas el conflicto palestino-israelí ha sido la fuente de los actuales conflictos en el Medio Oriente. Sin un adecuado y justo acuerdo de paz que reconozca y cumpla con los derechos de los palestinos, la región seguirá siendo destruida por la violencia.

La descarada y temeraria intervención de Washington en el conflicto palestino-israelí debiera ser reconocida ahora como un desempeño incendiario. Estados Unidos ha perdido todo derecho de ser mediador. Se trata de un actor malévolo.

El proyecto conquistador de Israel es parte integral de una ambición mayor de Estados Unidos con el propósito de controlar el Medio Oriente según sus propios designios imperialistas. Estados Unidos no es ningún benigno participante como lo pretende su mítico imaginario.

El masivo crimen de esta semana que contó con el sello de aprobación de Estados Unidos para la anexión israelí del territorio de Palestina, es prueba abundante del verdadero rol de Estados Unidos en el Medio Oriente. A Washington le importa un comino la democracia o la paz en la región. Su total motivación es el control hegemónico por parte del poder imperialista norteamericano.

El caos y el conflicto constituyen el combustible para la presencia y el control norteamericano. El despojo a los palestinos va de la mano con la planificación estratégica de Washington para la balcanización y destrucción de estados. Hemos presenciado esta perversa política en relación con Irak, Siria, El Líbano y en otras partes. Washington necesita la conquista israelí del mismo modo que necesita de una gavilla de otros regímenes despóticos clientelares, como Arabia Saudita y otras dictaduras árabes del Golfo. Aplastar los derechos democráticos locales con el objeto de promover los intereses de su poderío precisamente por la enorme riqueza petrolera de la región, como también negar la influencia de los rivales globales percibidos, especialmente si esa influencia resulta más progresista.

Estados Unidos está totalmente resuelto a mantener el Oriente Medio en turbulencia y conflictos. Se ha olvidado de las idealistas reivindicaciones como la de "construir la democracia". El poder de Washington descansa sobre el fomento de la guerra y el derramamiento de sangre. El Proyecto del Nuevo Siglo Norteamericano y de otros documentos estratégicos neoconservadores hace tiempo que prescribieron esa verdadera política de destrucción creativa con Israel según sea necesario.

La cruel y criminal indiferencia de Washington respecto de los palestinos es parte de su estrategia para la destrucción. La renovada confrontación con Irán es también testimonio de esta perniciosa política.

La condena a Estados Unidos es abrumadora. Esta semana en la ONU la embajadora norteamericana, Nikki Haley se retiró cuando el enviado palestino Riad Mansour inició su discurso en el Consejo de Seguridad acerca de la atrocidad cometida en Gaza. Durante meses, Haley ha estado denunciando a Siria, Rusia e Irán sobre supuestas violaciones. Sin embargo no tuvo la consciencia de escuchar cómo tropas israelíes masacraron a sangre fría a palestinos desarmados.

La fétida hipocresía de la Haley calza de manera estrecha con aquella de los medios de prensa corporativos occidentales.

Sus saturadas coberturas e histéricas distorsiones sobre Siria culpando al gobierno de Assad y a Rusia por supuestas atrocidades resultaron un crudo contraste a su sorda respuesta al asesinato a sangre fría respaldado por Estados Unidos en Gaza esta semana.

La criminal arrogancia de Estados Unidos y su complicidad en el asesinato masivo fueron denunciadas esta semana. Se trató de una lección objetiva de cómo Estados Unidos no es una fuerza benigna, como a menudo lo proclama. Más bien resultó evidente que se trata de una fuerza para la destrucción a favor de sus propios y mezquinos designios imperialistas.

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