No queremos un nuevo Guernica en el Caribe

Sábado, 06/12/2025 08:41 AM

No queremos un nuevo Guernica en el Caribe, y esta afirmación no es sólo un grito simbólico, sino un llamado urgente a la conciencia histórica y política de los pueblos del hemisferio. Hablar de Guernica remite inevitablemente al horror, al sufrimiento de los inocentes y a la destrucción indiscriminada que la guerra inflige sobre las vidas de quienes no tienen voz en las decisiones de poder. La evocación de esa ciudad vasca bombardeada en 1937 se convierte, en el contexto caribeño contemporáneo, en una advertencia frente a la amenaza de intervenciones militares, económicas o políticas que podrían reproducir los patrones de violencia histórica, en los que los intereses hegemónicos se imponen por la fuerza y la población civil paga las consecuencias más dolorosas.

Este llamado no es solamente geográfico ni temporal, sino ético y político, y nos interpela a reconocer los signos de una posible repetición de la historia, de un Guernica que aún no ocurre pero que puede perfilarse si se ignoran las lecciones del pasado. La historia del Caribe está marcada por intervenciones externas que, aunque revestidas de discursos de seguridad, democracia o ayuda humanitaria, han tendido a favorecer la dominación económica y militar imperialista, provocando desplazamientos, hambre, desigualdad y fragmentación social. En este sentido, el Guernica no es sólo un cuadro, es un símbolo de lo que sucede cuando el capitalismo impune decide que la población es prescindible, que los cuerpos de los inocentes pueden ser sacrificados por la lógica del interés estratégico que es saquear recursos naturales y castigar rebeldías. La obra de Picasso y su resonancia histórica actúan como un espejo que refleja lo que está en juego cada vez que se prepara un conflicto: la vulnerabilidad de los pueblos y la necesidad de articular la memoria como escudo contra la repetición de la violencia.

Especialmente la Venezuela en nuestro Caribe, con su historia de colonización, intervenciones militares y explotación económica, no puede permitirse el lujo de olvidar estas lecciones. No podemos abstraer la noción de guerra del contexto de la vida cotidiana de los pueblos, porque la guerra no es un fenómeno abstracto; es destrucción, desplazamiento, terror, dolor que se imprime en cuerpos y memorias. Al evocar el Guernica, estamos también señalando la urgencia de reconocer las continuidades entre los crímenes del pasado y las amenazas del presente: intervenciones militares que se justifican con pretextos de seguridad o liberación pueden fácilmente replicar los patrones de devastación que Picasso inmortalizó en su lienzo. El Guernica es, entonces, una advertencia permanente, un testimonio visual que nos obliga a mirar de frente la violencia y a cuestionar las estructuras de poder que la generan.

No se trata únicamente de política internacional; se trata de la defensa de la vida, de la preservación de la memoria colectiva y de la afirmación de la soberanía de los pueblos frente a las fuerzas externas que buscan imponer su voluntad. La memoria del Guernica nos recuerda que los crímenes de guerra no se olvidan, que las cicatrices de la violencia quedan inscritas en la conciencia colectiva y que la justicia histórica es un requisito indispensable para la paz futura. En el Caribe contemporáneo, la posibilidad de un nuevo Guernica se manifiesta en la vulnerabilidad de los Estados frente a la presión militar, económica y mediática, en los desequilibrios de poder que hacen que decisiones de carácter estratégico se tomen sin consulta ni consideración por los derechos de la población, y en la mercantilización de la violencia, donde la guerra se convierte en un instrumento de control más que en un conflicto humanamente inevitable.

No queremos un nuevo Guernica porque entendemos que la historia no es neutral y que la pasividad frente a la injusticia es cómplice de la repetición. Este rechazo se expresa tanto en la resistencia política como en la conciencia cultural: se trata de reconocer que los símbolos del pasado, como el Guernica, siguen teniendo relevancia en la actualidad y que su mensaje debe ser incorporado a la educación, al debate público y a las estrategias de prevención de la guerra. La denuncia de la violencia, la defensa de los derechos humanos y la construcción de alternativas de cooperación y solidaridad regional son formas de proteger al Caribe de la repetición de tragedias históricas. La obra de Picasso nos enseña que la representación artística puede ser un arma ética poderosa, capaz de movilizar la memoria, sensibilizar a la sociedad y generar conciencia frente al horror que de otro modo podría ser naturalizado. Así, no querer un nuevo Guernica implica, al mismo tiempo, rechazar la guerra, cuestionar el imperialismo, fortalecer la memoria histórica y construir mecanismos de resistencia colectiva que privilegien la vida y la justicia.

No se trata de un argumento abstracto ni estético; es una exigencia política y moral que atraviesa los cuerpos, las ciudades y las instituciones. Significa reconocer que cada decisión política, cada intervención militar, cada imposición económica, tiene repercusiones humanas directas, y que ignorarlas es abrir la puerta a la repetición de la historia. En última instancia, la advertencia de no querer un nuevo Guernica en el Caribe es una invitación a la vigilancia ética, a la movilización ciudadana y a la reafirmación de la soberanía y dignidad de los pueblos. Es un recordatorio de que la paz no se decreta ni se impone desde arriba, sino que se construye mediante la memoria, la educación, la justicia y la solidaridad, y que la historia del Guernica nos enseña que la inacción frente al horror es un acto de complicidad.

Cada generación del Caribe tiene la responsabilidad de leer las señales del presente a la luz de las lecciones del pasado, de reconocer los indicios de violencia estructural o directa y de actuar para que la devastación que Picasso plasmó en su obra nunca se reproduzca en su tierra, en sus ciudades ni en sus vidas. Así, el rechazo a un nuevo Guernica se convierte en una práctica activa de preservación de la vida, en un compromiso ético con la historia y en una declaración política de que la memoria y la justicia deben preceder a la guerra, que la dignidad de los pueblos debe protegerse frente a cualquier forma de agresión y que el arte, la memoria y la resistencia colectiva son aliados esenciales en la construcción de un Caribe que no repita los horrores del pasado.

Nuestra defensa de la vida, la justicia y la memoria se entrelazan en esta lucha ética, convirtiéndose en los cimientos sobre los cuales se puede edificar un presente y un futuro que honre la dignidad humana y que garantice que las imágenes de destrucción y sufrimiento que Picasso inmortalizó nunca se materialicen nuevamente en la región. No queremos un nuevo Guernica en el Caribe porque queremos preservar la vida, la memoria, la ética y la soberanía, y porque sabemos que la paz verdadera solo se construye cuando la historia se recuerda, los crímenes se denuncian y los pueblos actúan con conciencia y solidaridad frente a la violencia y la injusticia.

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