A 34 años del golpe de estado

El Primer 11-S: Cuando mataron la vía chilena al socialismo

Al cumplirse hoy 34 años del funesto golpe de estado en Chile, Marea Clasista y Socialista publica este artículo del compañero Mike González el que aparecerá en nuestra edición N° 4, el cual esta por salir en el transcurso de esta misma semana. Hacemos este adelanto porque consideramos que la nueva generación de luchadores que ha surgido en estos últimos años en nuestro país, necesita que se le informe objetivamente de lo que pasó en la experiencia chilena cuando se suponía estaba en vía de ir al socialismo. Este artículo concluye con un epílogo sobre el otro 11-S de las Torrea Gemelas y una reflexión que queremos compartir con todos y todas.

El día del golpe

Para América Latina, y para toda una generación política, 11-S significa aquel día de 1973 en que Salvador Allende quedó muerto entre los escombros del Palacio de la Moneda de Santiago de Chile. Ese mismo día, Augusto Pinochet se hizo retratar con los altos mandos de la Marina , las Fuerzas Aéreas y los Carabineros, junto con un Cardenal. Declaró que el orden se había restaurado. En el río Mapocho empezaron a aparecer los muertos, en el Estadio Nacional rompieron las manos de Víctor Jara antes de matarlo. En las cárceles militares, los que apoyaron a Allende eran torturados., mientras que centenares de dirigentes populares desaparecieron en las prisiones secretas del nuevo régimen o fueron vejados y humillados en la siniestra Villa Grimaldi, sede del Servicio de Inteligencia dirigido por el yerno del General.

En las semanas que siguieron al golpe del 11 de setiembre, cundió el debate en las organizaciones de la izquierda internacional. ¿ Cómo era posible que en un país de larga tradición democrática pudiera haber tanta violencia ? ¿Había ido demasiado lejos el gobierno de Allende ? Se decía que su estrategia condujo a la escasez, a la desconfianza general, al caos. En los años siguientes, se vería con creciente claridad que Chile era el prólogo de una estrategia continental que correspondía a intereses bien definidos – y que no era un caso especial.

Las variedades de la unidad popular

Salvador Allende fue candidato varias veces a la presidencia, de parte de su Partido Socialista y de varios frentes políticos. En 1970 lo fue de nuevo, esta vez en representación de una coalición de seis partidos, la Unidad Popular. Este frente era reflejo a su vez de una situación de creciente militancia en el país. Expresaba la frustración de un sector de la población ante el fracaso de la prometida reforma agraria del gobierno demócratacristiano de Eduardo Frei (1964-70); la negativa de los terratenientes a aceptar la redistribución de la tierra fue respaldada por la judiciatura, y el gobierno de Frei no estaba dispuesto a enfrentarlos. La impaciencia de los estudiantes ante el caracter antidemocrático de la educación se expresó en un gran movimiento de protesta nacional. Y los pobladores, trabajadores recién llegados del campo, que construyeron sus casitas de cartón en las márgenes de las grandes ciudades, enfrentaron una constante represión.

Frei prometió la estatización del cobre, producto del cual dependía la economía chilena ya que representaba más del 80% de sus exportaciones, hasta entonces propiedad de dos grandes multinacionales, la Anaconda y la Kennecott. En 1970, quedaron incumplidas todas las promesas, mientras la combatividad de las clases populares iba en auge. Y ellas llevaron a la Unidad Popular de Allende al poder, con una mayoría simple (el 36 %) de los votos.

Todo lo que sucede después surge de ese simple hecho – que la elección de Allende no era una simple alternativa electoral, sino la expresión de un movimiento real, y de una lucha de clases que se arreciaba. Cuando entró en la presidencia en noviembre de 1970, la Unidad Popular prometía crecimiento económico, un alza de salarios general, y la creación de un sector de propiedad social que incluiría el cobre (nacionalizado en julio de 1971) y unas 1.500 de las empresas industriales sobre un total de 3.500, o sea un 40% del total más o menos.

Para la clase trabajadora, la victoria de Allende representaba una luz verde para profundizar el proceso de transformación de la sociedad chilena. Se aumentaban las tomas de tierras y las huelgas; al mismo tiempo surgían nuevas organizaciones como las JAPs, cuyo objetivo era asegurar el abastecimiento de alimentos a las clases populares. Lo que Allende llamó ‘la vía chilena al socialismo’ era un programa de gobierno. Pero la burguesía chilena, dueña del poder durante tantos años, no iba a permitirlo sin resistir. Empezó a acaparar los alimentos y los bienes de consumo; en el Congreso hicieron todo lo posible por bloquear las iniciativas del gobierno con su mayoría de votos; empezó el lento derrame de divisas. La ayuda externa se concentraba en lo militar, mientras que las compañías del cobre intentaban impedir la exportación levantando denuncias en las cortes internacionales.

En noviembre 1971, visita Fidel Castro a Allende; sale la burguesía a la calle haciendo cacerolazo ( por supuesto trajeron a sus sirvientas para cargar las cacerolas). De hecho, la escasez de que se quejaba era resultado directo de que ellos habían vaciado las tiendas y acaparado su contenido. Al empezar 1972, la clase trabajadora respondió con una actividad cada vez más intensa. Arreciaba la lucha de clases. En el parlamento la derecha ponía trabas a cada iniciativa del gobierno, reivindicaron la detención del proceso de socialización en la economía y acusaron a Allende de respaldar las acciones extraparlamentarias del movimiento social.

La encrucijada

Salvador Allende era un hombre radical, pero su concepto de revolución pasaba por el estado burgués. En esos primeros meses de 1972, la lucha de clases se desenvolvía en las calles y los lugares de trabajo. Aunque pocos lo sabían en aquellos momentos, Allende había firmado un acuerdo con los partidos burgueses aun antes de ocupar la presidencia – se llamaba el Estatuto de Garantías y aseguraba que el gobierno de la UP no intentaría controlar las demás instituciones del estado, en particular las judiciales y las militares. Pero el movimiento social no reconocía esos límites. Para Allende, en cambio, su combatividad amenazaba la ‘paz social’ y la constitucionalidad acordada con la derecha . Su gobierno fue tomando medidas dirigidas a acallar la resistencia popular. Todo culminó en la represión de una asamblea popular en la ciudad de Concepción y en la invasión en agosto de la población de La Hermida bajo el pretexto de buscar a elementos de ultraizquierda supuestamente ocultos en la barriada.

Lejos de tranquilizar a la burguesía todo sirvió para darles más confianza. En octubre los dueños de los camiones de carga de que dependía el país, bajo influencia de una organización de ultraderecha, Patria y Libertad, se declararon en huelga, Encerraron sus vehículos en recintos guardados y sus aliados en otros sectores salieron en su apoyo, cerrando fábricas, clausurando supermercados, abandonando los hospitales. Los canales de televisión de derecha se dedicaron a profundizar el pánico.

La repuesta de los trabajadores fueron los cordones industriales, auténticas expresiones del poder popular. Sacaron los camiones de los recintos, reabrieron los supermercados, los obreros pusieron en marcha de nuevo la maquinaria de la producción, aunque se opusieran los dueños. Junto con los comandos comunales, los cordones unieron a campesinos, empleados, trabajadores y pobladores. A las tres semanas fue derrotado este primer intento de tumbar el gobierno de parte de la burguesía – y fue el poder colectivo de la clase trabajadora que consiguió el triunfo.

Para la Unidad Popular, sin embargo, la prioridad era la restauración del orden imperante; a ese fin Allende integró a tres generales a su gabinete, devolviendo por ejemplo las fábricas ocupadas a sus propietarios. Al mismo tiempo, tomó medidas para controlar la distribución de bienes esenciales, provocando nuevas protestas de la derecha. Sin embargo, en las elecciones municipales de marzo 1973, el voto a la UP aumentó; mientras tanto la crisis arreciaba, como consecuencia del sabotaje económico y la fuga de divisas. Se acercaba el momento de la verdad.

Amaneció el 29 de junio con tanques en la calle, bajo el mando de Roberto Souper. Asesinan al camarógrafo argentino que lo filma. De hecho es un anuncio, un aviso de lo que vendrá. El pueblo lo sabe, y reacciona cuando los camioneros se lanzan de nuevo a la huelga en julio. Resurgen los cordones, órganos de resistencia popular ante el asedio burgués. Ahora sí no cabe duda sobre las finalidades de la clase dirigente antigua – llevan meses discutiendo abiertamente cómo derrocar a Allende, dicutiendo las ventajas y desventajas del golpe ‘blando’ (económico e ideológico) y el ‘duro’ (militar). Fallado el asalto económico-social, queda solamente el armado.

Las alternativas que se desdibujaban claramente en ese agosto de 1973 eran alternativas de poder de clase. El gobierno se redujo a un simple espectador. En eso Allende, invita a los militares otra vez a entrar en el gabinete – ¡ a Augusto Pinochet le encarga la reimposición del orden social ! Ya semanas antes del 11-S empezaba la represión en el campo, y entre los militares progresistas. Quizás habían oido al obrero del Cordon Vicuna McKenna cuando declaró “No queremos generales en el gabinete, porque nosotros creemos que lo que quieren es parar la revolución”. Y así fue.

¿Qué verdades nos lega la tragedia del 11-S chileno ?

Que la burguesía quitará los guantes de seda para revelar los puños de hierro en el momento en que ve amenazado su poder social.
Que la violencia de la burguesía chilena es expresión de una clase social que vio el poder obrero, y quedó aterrorizada.
Que a final de cuentas el estado burgués, sea cual sea su máximo dirigente en un momento dado, siempre servirá para proteger en última instancia el poder de esa clase.
Que el poder alternativo es el poder de los trabajadores, que tuvo su expresión tan avanzada en este caso en los cordones industriales de Chile.

Epílogo: el otro 11-S

28 años después, caen destrozadas las Torres Gemelas. Los acontecimientos que siguen demuestran una vez más la capacidad de violencia de una clase capitalista que ya ve como terreno propio toda la faz de la tierra. Pinochet fue su expresión en 1973, los generales argentinos en 1976, Somoza hasta 1979, y en adelante todos los gobiernos y dictadores, uniformados o no, que se dedicaron a imponer por la fuerza las prioridades del mercado capitalista global. En ãnos recientes, hemos vuelto a aprender las lecciones de Chile – que la única resistencia posible parte de la organización del poder autónomo de la clase trabajadora.












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