Los sucios negocios de ls guerra

IBM los nazis y el Holocausto


Thomas J. Watson, el hombre que creó a la compañía IBM (International
Business Machine) y la convirtió en una marca global, comenzó como vendedor
ambulante de pianos y máquinas de coser, recorriendo los caminos en un carro
tirado por caballos. En pocas décadas, Watson pasó de la limitada geografía estadounidense al mundo entero. Un mes antes de morir multimillonario a los 82 años, en 1956, pasó el control de la empresa a su hijo mayor, de su mismo nombre, mientras su otro
hijo, Arthur K. Watson, fue presidente de IBM World Trade Corp., que
manejaba las operaciones internacionales de la compañía.

El sitio web de la firma asegura: "IBM es una empresa pionera en la
promoción y el desarrollo de programas de responsabilidad social". También
reproduce una frase de Watson: "Si uno quiere ser mañana una gran empresa,
debe empezar a actuar hoy mismo como si lo fuera". Según uno de sus
biógrafos, Watson adoptó para IBM el lema "Paz del mundo con comercio
mundial", a la vez que disponía de la donación de parte de los beneficios a
través de diversas obras filantrópicas. Programas de responsabilidad social,
planes filantrópicos, paz mundial y otros ideales... Como diría un
escéptico: "Demasiado bueno para ser cierto". Y la verdad es que la
propaganda oficial no dice que Watson y la IBM ocultan una historia
demasiado oscura. Tan negra como la fachada del edificio de su sede central
en Nueva York.

Esta historia negra comienza cuando en 1895, a los 21 años de edad,
Watson ingresó a una de las compañías más rapaces de la época: la National
Cash Register (NCR), fabricante de cajas registradoras. En pocos meses se
convirtió en el vendedor estrella de la firma. Durante 17 años no dudó en
utilizar métodos mafiosos para eliminar a la competencia, como sobornos,
utilización de patotas, intimidaciones y destrucción de locales. En febrero
de 1912, Watson y otra docena de ejecutivos de la NCR fueron acusados por el
gobierno de "conspiración criminal para restringir el comercio y construir
un monopolio". Los fiscales afirmaron que los imputados se comportaban como
"bandidos mexicanos" (en esa época y por mucho tiempo la imagen más nítida
que los norteamericanos tenían de su vecino México eran las andanzas de
Pancho Villa, Emiliano Zapata y otros revolucionarios).

Watson renunció a NCR y se unió a Charles Flint, presidente de la
Compañía Tabuladora Registradora (CTR), otro acaudalado personaje sin
escrúpulos. Flint, además de ser uno de los primeros norteamericanos en
poseer un automóvil, había vendido armas y barcos a países que guerreaban
entre sí, como Japón-Rusia y Chile-Perú. También fue quien perfeccionó la
poco ética modalidad comercial del "trust", las combinaciones empresarias
que con maniobras secretas destruyen a la competencia. La especialidad de
CTR era la tabuladora y clasificadora de tarjetas perforadas Hollerith,
utilizada mayormente para ordenar los datos de los censos. En poco tiempo,
Watson se convirtió en el ejecutivo líder de la empresa y su nombre comenzó
a aparecer en los periódicos. Paternalista y autoritario a la vez, obligaba
a todos los empleados a vestir trajes negros y camisas blancas almidonadas,
y hasta ordenó componer una canción en su honor para que ellos la cantaran.
En 1924 cambió el nombre de la CTR por el de International Business Machine
(IBM), explicando el cambio con estas palabras: "IBM es más que un negocio.
Es una gran institución global que vivirá para siempre". Una visión de
futuro a la que no se le podía achacar precisamente falta de optimismo.

Sociedad con el Reich

El libro "Building IBM: Shaping an Industry and its Technology"
(Construyendo IBM: Formando una Industria y su Tecnología), de Emerson W.
Pugh, comienza diciendo: "Ninguna compañía del siglo XX logró mayor éxito ni
engendró mayor admiración, respeto, envidia, temor y odio que IBM". Sin
embargo, el autor no entra en demasiados detalles sobre la década de 1930,
cuando Watson viajó a Alemania y ofreció los servicios de IBM al nazismo.
En cambio el escritor Edwin Black, autor de "IBM y el holocausto",
dedicó 500 páginas a describir la complicidad de Watson y su compañía con
Adolf Hitler. Por ejemplo, IBM organizó en Alemania el censo de 1933, el
primero que reunió una completa serie de datos sobre los judíos. La compañía
siempre se presentó como "una empresa de soluciones". Lo que jamás dijo es
que también brindó sus servicios a la llamada por los nazis "solución
final", o sea al exterminio sistemático de judíos en campos de
concentración.

Black -hijo de sobrevivientes polacos del holocausto-, contando con la
colaboración de más de cien personas en siete países dedicó tres años a
investigar el tema. Reunió más de 20.000 páginas de documentos en archivos
de Alemania, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Israel, Polonia y
Holanda, y su libro fue publicado simultáneamente en 40 países y traducido a
nueve idiomas.

El escritor sostiene que el primer presidente de IBM, Watson, dejó muy
conformes a sus clientes nazis. Su eficiencia hizo que en 1937 fuera
agasajado en Berlín por el mariscal Hermann Göering y condecorado por el
propio Führer con la Cruz al Mérito del Aguila germana, la segunda
condecoración de importancia en el Tercer Reich y la más alta distinción que
se podía dar a un extranjero.

Entusiasmado con las ganancias que obtenía, Watson recurrió a las más
sofisticadas maniobras de ocultamiento, intermediación y dobles juegos.
Visitó Alemania con regularidad entre 1933 y 1939, y cuando en este último
año comenzó la Segunda Guerra Mundial con la invasión de Polonia, el ávido
magnate utilizó intermediarios en Suiza para que las más modernas máquinas
de tabulación de tarjetas llegaran al Tercer Reich. Incluso en 1941 organizó
el traslado de algunas de esas máquinas a Rumania.

Marcados para morir

La filial alemana de IBM, Deutsche Hollerith Maschinen Gesellshaft
(Dehomag), diseñó complejos procedimientos para cruzar nombres, direcciones,
orígenes y cuentas bancarias de ciudadanos. Con la ayuda de las tarjetas
perforadas Hollerith adaptadas a sus "necesidades", los nazis automatizaron
las persecuciones a judíos, gitanos, izquierdistas, clérigos e "inadaptados
sociales". Una vez identificados podía lograrse con eficacia la confiscación
de sus bienes, su deportación, su reclusión en ghettos o campos de
concentración, su explotación laboral y su aniquilación. En "IBM y el
holocausto", Black asegura que la empresa de Watson organizó desde la
identificación de judíos a través de registros y rastreos de antepasados,
hasta el manejo de los ferrocarriles y la organización del trabajo esclavo
en fábricas.

Ese mismo sistema, explica Black, servía para clasificar a las víctimas
en los campos de concentración. Cada persona que ingresaba recibía un número
de identificación Hollerith. Las tarjetas de Dehomag eran rectangulares,
medían trece centímetros de largo por ocho de alto y estaban divididas en
columnas numeradas con perforaciones en varias hileras. Cada prisionero de
los campos de concentración nazis tenía una ficha y se identificaban 16
categorías de reclusos según las posiciones de los agujeros. La clave de los
homosexuales era el número 3, la de los judíos el 8, a los "antisociales"
les tocaba el 9 y a los gitanos el 12. Según Black, estas tarjetas
perforadas -cuyo propósito inicial fue sistematizar la recolección de
información para los censos de población- eran en realidad "un código de
barras para seres humanos".

El escritor señala: "Cuando Alemania quiso una lista de los judíos, IBM
le mostró cómo hacerla. Cuando el Reich quiso usar esa información para
comenzar programas de expulsión social y expropiación, IBM le proveyó los
medios. Cuando los trenes tenían que llegar a tiempo a los campos de
concentración, IBM le ofreció soluciones. En última instancia, no hubo nada
que IBM no estuviera dispuesta a hacer por un Reich dispuesto a pagar bien".
Finalmente Black expresa esta conclusión: "Sin IBM el Holocausto hubiera
sido, como fue en muchos episodios, un asunto de simples fusilamientos, de
marchas de la muerte y masacres organizadas con lápiz y papel. La
automatización y la tecnología fueron cruciales en los fantásticos números
que Hitler logró asesinar".

Prontuario limpio

Cuando Estados Unidos estaba a punto de entrar en la Segunda Guerra
Mundial, Thomas J. Watson devolvió la condecoración que le habían otorgado
los nazis, y como era mal visto hacer dinero con la guerra anunció a todo el
mundo que destinaría el uno por ciento de sus ganancias a un fondo de ayuda
para viudas y huérfanos. Una fácil salida para lavar sus culpas de haber
colaborado con Hitler.

Hubo otras grandes empresas que se habían vinculado al nazismo y que
durante el conflicto armado se beneficiaron con mano de obra esclava que no
recibía salario alguno y vivía en condiciones infrahumanas. Entre ellas
están Daimler Benz -la antecesora de Mercedes Benz-, IG Farben, Bayer,
Krupp, BMW, Volkswagen -que llegó a tener a 11.000 obreros esclavos- y
Siemens, en cuyas plantas el 30 por ciento de los trabajadores eran
prisioneros. Posteriormente, algunas de estas empresas pidieron disculpas
públicamente y pagaron grandes sumas de dinero a implacables organizaciones
judías. Pero de todas las firmas que colaboraron con los nazis, IBM fue la
que salió mejor parada.

Cuando finalizó la guerra en 1945, ninguno de los ejecutivos de IBM fue
llamado a sentarse en el banquillo de los acusados durante el juicio de
Nüremberg. Más aún, en medio de las ruinas del Tercer Reich, la firma
descubrió que su fábrica no había sido destruída por los bombardeos. Incluso
recuperó sus máquinas y se encontró con sus ganancias intactas en cuentas
especiales en países neutrales. Entonces, en un drástico cambio de actitud,
Watson se pasó al otro bando y suministró a los vencedores los servicios de
su empresa para administrar la ocupación aliada de Alemania.

Más de sesenta años después, la gran corporación sigue sin dar ninguna
explicación. Uno de los hijos de Thomas J. Watson y autor del libro "Padre e
Hijo", sostiene: "Mi padre era muy escrupuloso en cuanto a ganar dinero con
la producción de guerra, tanto por consideraciones de orden moral como por
proteger la imagen de IBM. No quería que acusaran a la compañía de
aprovecharse de la situación". Por el contrario, ya hemos visto sobradamente
los escrúpulos del señor Watson y, precisamente, cómo se aprovechó de la
situación. Posteriormente, los biógrafos de IBM se dedicaron a lavar la
imagen de Watson y, como dice Edwin Black en su libro, lo transformaron en
"magnate legendario, estadista internacional y majestuoso ícono
estadounidense".

La tecnología de las tarjetas perforadas Hollerith, obviamente que con
algunos adelantos, es la misma que se utilizó en las elecciones
presidenciales norteamericanas de noviembre del 2000, en las que triunfó
George W. Bush. Como señala el periodista Roberto Bardini -de cuya nota en
el sitio "Bambú Press" se tomó parte de este informe-, "no hay que olvidar
que el segundo nombre de la empresa es 'Business' (negocios)".

Maldición gitana

Pese a los intentos de IBM por lavar su imagen y de Estados Unidos por
hacerse el distraído sobre una cuestión que conoce perfectamente, hay muchos
en el mundo que no olvidan. Entre ellos no se encuentran, aunque parezca
extraño, los judíos, que siempre han mantenido presente el tema del
Holocausto y que, a través de diversas organizaciones y con la colaboración
de los servicios secretos israelíes, han aplicado no pocos esfuerzos a la
caza de nazis refugiados en otros países. Será quizás porque, como se señaló
anteriormente, IBM les pagó generosas sumas a manera de resarcimiento o
porque es una empresa líder en un país aliado como Estados Unidos, necesario
además para ayudarlo a sostener su ancestral lucha contra el enemigo árabe.
Sin embargo, los gitanos -uno de los sectores también muy afectados por
la persecución nazi- no olvidaron.

Desde hace más de cinco años IBM viene solicitando al Tribunal Supremo suizo
que detenga los intentos de un grupo gitano para que el gigante informático
sea procesado judicialmente en ese país, por colaborar con el nazismo en la
identificación y registro de sus víctimas.

Ese grupo acusa concretamente a IBM de facilitar al Tercer Reich la
maquinaria de tarjetas perforadas Hollerith sabiendo de antemano cuál iba a
ser su función. La compañía apeló el caso y su intención es que el citado
órgano jurisdiccional anule una autorización anterior que dio luz verde a
los tribunales de Ginebra para juzgarlo.

En caso de que los demandantes logren seguir adelante con sus
acusaciones y la justicia suiza les dé la razón, ello podría costarle a IBM
unos 10.000 millones de euros en indemnizaciones, según calcula el abogado
del grupo gitano. En el proceso actúan cinco demandantes que perdieron a miembros de su familia en campos de exterminio nazis entre 1939 y 1945, período en el que se estima que fueron asesinados unos 600.000 gitanos en Europa. Ahora éstos reclaman a IBM 16.000 euros por cada víctima. Si el proceso sigue adelante podría demorar otros cinco años más, en especial por lo complicado que será tratar con diferentes aspectos de la
legislación internacional.

Conclusión

Lo hasta aquí relatado no hace sino intentar poner el acento en la
catadura moral de quienes conducen las grandes multinacionales a las que les
importa un rábano el bien de la humanidad, por más que declamen procurarlo,
se disfracen con un manto de filantropía y pretendan lavar su imagen
encarando programas de ayuda a los desvalidos.

En diversas notas nos hemos referido al pérfido accionar de compañías
como Dow Chemical, Monsanto, Bayer y otras que, o bien también han
colaborado con el nazismo o conforman una verdadera mafia
químico-farmacéutica.

En esta ocasión queda en evidencia el matrimonio por conveniencia entre
IBM y el Tercer Reich. Una sociedad en la cual el gigante de la informática no reparó, por acumular dinero, en ayudar a conducir a la muerte a millones de personas.
Colaboración que al parecer sólo ha merecido el silencio o la distracción
del mundo entero.

Sólo un pequeño grupo de gitanos se atreve a enfrentar a la empresa, y
no con las armas sucias que ésta exhibió en su actuación durante la Segunda
Guerra Mundial, sino a través de la legalidad de un juicio justo.
Finalmente, ¿será justicia?




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