La grandeza de Fidel y la arrogancia del que conté

Las últimas concentraciones rojas rojitas frente a PDVSA, en La Campiña, deben haber provocado una emoción muy especial en quienes estuvieron allí. Qué gusto ver al pueblo defendiendo las instalaciones de la empresa que por tanto tiempo les tenía renegados. Aquella mal llamada meritocracia, que olía a intereses inhumanos, ya se fue. Ahora, y definitivamente, hay una nueva PDVSA que cada vez más huele a Venezuela.

Uno también se deja llevar por la emoción, al entrar en sus instalaciones. Es una experiencia muy singular que empieza desde la misma planta baja. Se ve, se siente el paso de la revolución por allí. Las misiones, es decir, el pueblo humilde y la solidaridad, están presentes en sus espacios. No es por capricho que le decimos la “revolución bonita”.

Con tanta revolución caminando por esos pasillos, no podía faltar la presencia de Fidel Castro, en un enorme afiche, junto a algunas reflexiones suyas, siempre orientadoras, que queremos compartir acá:

'Revolución es el sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestro propio esfuerzo; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que creemos al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es la convicción profunda que no existe fuerza en el mundo, capaz de aplastar la fuerza de la verdad y de las ideas'.

Frente a tal figura y frente a esas palabras, es imposible no visualizar mentalmente toda la vida de ese líder, dedicado en cuerpo y alma a hacer respetar a su pueblo, aun teniendo que luchar contra un enorme, poderoso y enloquecido imperio. Y aunque, en algunos momentos, estuvo solo frente a ese monstruo, él fue capaz de desafiar a sus mentiras, a su crueldad y a su ambición.

Desde hace mucho tiempo, ese mismo imperio, que ahora claudica, nunca supo que la fuerza no es para subyugar a nadie, no es para maltratar a nadie, ni mucho menos para esclavizar a pueblo alguno. Ojalá la actual crisis le ayude a entender que la fuerza, como todo en esta vida, es para ser utilizada en pro del desarrollo del ser humano. Así de simple.

Ojalá, también, que el pueblo norteamericano finalmente se de cuenta de su rol histórico y se enrumbe hacia lo sencillo. Ya basta de tanta prepotencia. Ya basta de ser un pueblo engatusado por una cultura y unos políticos tan banales y perversos como su propio Presidente. Si así lo hace, empezará a darse cuenta que la sencillez es justamente uno de los elementos más importantes que determinan la enorme diferencia entre la belleza del socialismo y la crueldad del capitalismo.

Toda esa capacidad de engañar y ser engañado, nos trae a colación la triste historia del tipo que se fue a los Estados Unidos hace algunos años y se graduó en una reconocida universidad gringa. Allá, le hicieron leer más de 100 libros, en muy poco tiempo. Él hizo un tremendo esfuerzo para deglutir todo aquello, para luego, en menos tiempo aún, condensar toda la información en una tesis, del tipo 'La fundamental importancia del capitalismo en el desarrollo de América Latina'.

En aquél entonces, él ni desconfió que los autores de sus enormes libros, vendrían a ser justamente los asesores de esos bancos y de todo ese enmarañado mundo financiero que se está desmoronando actualmente. Asesores que en realidad, necesitan a otros asesores.

En fin, en dicha universidad le metieron cabeza adentro, una extraña teoría sin pié ni cabeza, que él nunca tuvo tiempo ni el chance de reflexionar o discutir. Teoría que, sabemos, nunca resultó ni nunca resultará. En verdad él fue usado, fue engañado. Y hasta hoy no lo sabe. No tengan ninguna duda, que actualmente él todavía repite y repite todo aquello. De preferencia por televisión o en una entrevista para algún periódico. Sintiéndose dueño de la verdad, él recibió como premio extra, una arrogancia que mantiene su nariz apuntando, casi rozando, el cielo.

Infelizmente, él jamás conocerá la fuerza y la belleza de la sencillez. Infelizmente, él tampoco conocerá la verdad verdadera. Su caso es irreversible. La verdad verdadera, él la perdió cuando dio la espalda a su propio pueblo, lo despreció y se dejó tragar por lo establecido. Él la perdió cuando siquiera escuchó al viejito de la esquina. Él la perdió, cuando no amó a la dueña de aquellos ojos y cuando ni cuenta se dio, que empezaba una primavera más.

ribeiroo@cantv.net


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