Si en estas Olimpiadas hay un «dream team», un equipo de los sueños,
ese es el palestino. Nader al-Masri sueña con encontrar en China unas
zapatillas lo bastante baratas como para poder comprarlas y correr con
ellas la prueba de los 5.000. Zakiya Nassar sueña con la infinidad
oceánica de la piscina de 50 metros, de esas para competir de verdad
que sólo ha probado esta primavera en Jerusalén, porque ni siquiera
existen en su Cisjordania natal.
Ambos, como sus otros dos compañeros de delegación, la atleta Gadir
Garouf y el también nadador Hamza Abdu, soñaban con llegar hasta Pekín.
No en el sentido convencional de lograr una marca clasificatoria, que
ninguno tiene, -Palestina participa en los Juegos gracias a las reglas
de promoción de naciones-, sino en el sentido insólito y penoso de que
Israel les permitiera primero salir de sus ciudades para coger el
avión, y que luego hubiera dinero para el billete, porque la Autoridad
Nacional Palestina no tiene presupuesto para estas cosas. El Comité
Olímpico ya invita a sus deportistas sin exigirles ninguna preparación,
así es que, para qué invertir en ellos si van a pasear igual la bandera
en la inauguración, y eso es lo único que importa. Pero a pesar de sus
políticos, a pesar de Israel, ese sueño de llegar ya lo han cumplido.
Para entender la dimensión de lo alcanzado hay que conocer primero la
amargura de la pesadilla. La más sangrante, la de al-Masri, el único de
los cuatro que procede de Gaza, al que el diario hebreo de más tirada,
el «Yedioth Ahronoth», tuvo que defender y apoyar para conseguir que
las autoridades israelíes le dejaran abandonar la franja. Desde que
Hamás se hiciera con su control en junio de 2006, ningún palestino
tiene permiso para salir de ella si no es por cuestiones humanitarias o
empresariales.
«Les mendigué que no arruinaran mi sueño olímpico. Tengo 28 años y he
estado corriendo durante diez para esto, por favor, no tengo nada que
ver con la política», clamaba al-Masri fechas antes de que, el 10 de
abril, por fin recibiera los papeles. Y por fin pudiera reunirse con su
entrenador y probarse sobre una pista, -ajada, pero pista al fin y al
cabo- antes de viajar a China, en las instalaciones deportivas de la
Policía de Jericó.
Allí, en conversación con ABC, el fondista contaba cabizbajo que al
cruzar la frontera había dejado atrás mujer y tres hijas, -la última
Raghed, nacida hacía solo unos días días-, y que no sabía cuándo las
volvería a ver. Pero narraba también, con el orgullo de quien ha podido
con todo, la dureza de las condiciones de su preparación. De sus 14
kilómetros, - «tres o cuatro veces por semana, porque soy funcionario y
tengo que trabajar», dice-, desde su Beit Hanun de residencia al
estadio Yarmuk de Gaza, entre polvo, baches, burros que se cruzan y
alambres de espino a lo largo del camino que discurre junto a la valla
de separación con Israel. «Los soldados ya me conocen y por eso no me
disparan», aclara el atleta.
Porque Nader al-Masri no sabe lo que es que un médico deportivo, un
psicólogo, un fisioterapeuta y un nutricionista le mimen como a una
estrella, que le paguen por correr o que un patrocinador le regale
camisetas para cambiarse cada vez que suda. De lo que sí sabe es de
entrenar entre incursiones militares, disparos de cohetes y artillería,
sin alimentos adecuados, ni vitaminas, casi imposibles de conseguir
debido al embargo de Gaza . «Es muy difícil, muy duro prepararse
así...», confiesa.
El de Gaza irá a Pekín con una marca de 14´24" en los 5.000. Del récord
del mundo, Kenesisa Bekele, con un registro de 12´37", le separa un
abismo. Pero al-Masri no teme, como tampoco su compañero Hamza Abdu,
convertirse en el heredero moral del guineano Eric Moussambani, que en
Sidney casi se ahoga al nadar los cien libres.
«Si puedo, me gustaría hacer una buena marca como palestino, pero mi
sueño es demostrar al mundo que puedo correr a pesar de mi situación»,
deja claro el atleta. Porque el «dream team» sueña sin descanso. Ahí
Israel no pone fronteras.
alba588@hotmail.com