El Pentágono responsable de toda la infraestructura de una operación militar

El resultado, visto por primera vez en los Balcanes, fue una especie de experiencia McMilitary en la que el despliegue en el extranjero se parecía más a unas vacaciones organizadas, aunque con muchas armas y riesgo. "La primera persona que saluda a nuestros soldados a su llegada a los Balcanes, y la última en despedirse de ellos es uno de nuestros empleados". Con esta descripción, el personal de la compañía recordaba más a unos directores de cruceros que a los coordinadores de logística militar. La guerra no pudiera ser una próspera parte de la muy rentable economía de los servicios de América (invasión con una sonrisa).

En los Balcanes, donde Clinton desplegó 19.000 soldados, las bases estadounidenses brotaron como miniciudades de Halliburton: barrios ordenados, con barreras, construidos y dirigidos íntegramente por la compañía. Y Halliburton se comprometió a proporcionar a las tropas todas las comodidades del hogar, incluyendo puestos de comida rápida, supermercados, cines y gimnasios con lo último en aparatos. Algunos oficiales de alto rango se preguntaron qué iba a pasar con la disciplinas de la tropa (aunque ellos no renunciaron a los privilegios). "Todo lo relacionado con Halliburton estaba bañado en oro", nos explicó uno oficiales de alto rango, "así que no nos quejamos". En lo a Halliburton se refiere, mantener satisfecho al cliente era un buen negocio: garantizaba más contratos, y dado que los beneficios se calculaban como un porcentaje de los costes, cuanto más elevados eran éstos, más beneficios. "No hay de qué preocuparse, es precio de coste más beneficio": esta frase se convirtió en una expresión habitual en la zona verde de Bagdad, aunque la inversión en la guerra de lujo empezó en la era Clinton. Después de sólo cinco años en Halliburton, Cheney llegó casi a duplicar la cantidad de dinero extraída por la compañía al Tesoro estadounidense (de 1.300 millones). La cantidad recibida en préstamos federales y garantías de préstamos se multiplico por 15. Y Cheney fue ampliamente recompensado por sus esfuerzos. Antes de ocupar el cargo de vicepresidente, Cheney "valoró su patrimonio entre 18 millones y 81,9 millones de dólares, incluyendo entre 6 y 30 millones en acciones de Halliburton. En total, Cheney recibió alrededor de 1.260.000 acciones de Halliburton: 100.000 ya utilizadas, 760.000 listas para ser canjeadas y 166.667 que serían válidas a partir de diciembre [de 2000]".

A mediados de los años noventa, Lockheed empezó a encargarse de los departamentos de tecnología de la información del gobierno estadounidense, es decir, a dirigir los sistemas informáticos y gran parte de la gestión de datos. Bajo el radar público, la empresa llegó tan lejos en esta dirección que en 2004 se publicó la siguiente información en The New York Times: "Lockheed Martin no dirige los Estados Unidos, pero contribuye a dirigir una grandísima parte. Clasifica su correo y calcula sus impuestos. Gira los cheques de la seguridad social y elabora el censo del país. Organiza los vuelos espaciales y controla el tráfico aéreo. Para lograr todo esto, Lockheed elabora más códigos informáticos que Microsoft".

* Todos los grandes fabricantes de armas entraron en el negocio de la participación en el gobierno en esta época. Computer Sciences, que proporciona tecnología de la información al ejército (incluyendo documentos de identidad biométricos), logró un contrato de 644 millones de dólares (uno de los más suculentos de este tipo que se han firmado nunca) con el condado de San Diego para gestionar toda su tecnología de la información. El condado no quedó satisfecho con los resultados y no renovó el contrato, que pasó a manos de otro gigante de las armas, Northrop Grumman, fabricante del bombardero furtivo B-2.

Y entonces llegó el 11 de septiembre. De repente, el hecho de tener un gobierno cuya misión principal era la autoinmolación dejó de parecer una administración fuerte y sólida, los ataques podrían haber puesto fin al proyecto de Bush de vaciar el gobierno, tal y como había empezado a hacer. "El 11 de septiembre lo ha cambiado todo", afirmó Ed Feulner, viejo amigo de Milton Friedman y presidente de la Heritage Foundation, diez días después de los ataques. Fue uno de los primeros en pronunciar la fatídica frase. Muchos asumieron de manera natural que parte de ese cambio consistiría en una revisión del radical programa anti-Estado defendido por Feulner y sus aliados ideológicos durante tres décadas, dentro y fuera del país. Después de todo, la naturaleza de los fallos de seguridad del 11 de septiembre expuso los resultados de más de veinte años der eliminación progresiva del sector público y de subcontratación de las funciones del gobierno a empresas con ánimo de lucro.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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