Muy pocos pueden tener dudas a estas alturas de que el Estado colombiano ha sido una entidad político-administrativo-territorial identificada claramente con el narcotráfico y con la brutal violencia planificada por las élites y ejecutada por paramilitares y otros mercenarios, por lo general en contra de los pobres. Típico Estado narcoterrorista burgués, en el que una minoría ha concentrado la propiedad de los medios de producción y el capital, este último gracias en buena medida al negocio de las drogas ilícitas (en especial por el comercio de la cocaína), y ha sometido a sangre y fuego a las masas, cada vez más empobrecidas y desarraigadas, obligadas en las últimas décadas a desplazarse masivamente dentro y fuera de la nación suramericana, aterrorizadas por los asesinos al servicio de las élites.
Para colmo, dicho Estado ha sido un aliado casi incondicional de Estados Unidos en América Latina, y por tanto siempre dispuesto a hacer lo posible para ayudar a sus amos del norte a mantener la hegemonía en la región. Por desgracia la dirigencia colombiana, desde los mismos inicios de la República en el siglo XIX, ha estado de rodillas ante Estados Unidos, y un claro ejemplo de ello se manifestó en la política exterior del Gobierno de Francisco de Paula Santander, ferviente admirador del liberalismo estadounidense y de la "democracia" con presencia de esclavitud de la joven nación norteamericana. Aunque en realidad nada bueno podía esperarse de uno de los "políticos" más hipócritas, traidores y arrastrados en la historia de América Latina, autor intelectual de varios homicidios en grado de frustración de Simón Bolívar.
Y hoy día, en el marco de las amenazas militares contra Venezuela por parte de Estados Unidos y otras potencias globales, no podía faltar la presencia importante de Colombia, tanto por los intereses económicos que manejan los delincuentes comunes y de élite colombianos en su relación con la nación venezolana y su pueblo, como por el hecho de que Colombia, hermana histórica de Venezuela, tristemente está dispuesta a asumir el papel de punta de lanza para una arremetida violenta contra el país vecino, liderada obviamente por el Imperio estadounidense. Es más que evidente que el ejército colombiano o cualquier grupo armado al servicio de las élites colombianas y de Estados Unidos, está listo para disparar la primera bala y así desatar el infierno no solo en territorio venezolano y colombiano, sino en el resto de América del Sur y más allá. Terroristas sobran en Colombia, vinculados en su mayoría con el narcotráfico, con unas ganas tremendas de continuar la infiltración en Venezuela y seguir perjudicándola en diversos ámbitos, cumpliendo a cabalidad su papel como debilitadores del tejido social venezolano y en general de la nación caribeña.
En pocas palabras, el narcoterrorista Estado colombiano es una amenaza más que seria para Venezuela en la actualidad, y cuenta con numerosos individuos capaces de hacer de todo tanto para satisfacer sus propios intereses, como los de las élites colombianas e internacionales. Lacras dispuestas a terminar de sumir en el caos a Venezuela, a generar más destrucción, miseria y derramamiento de sangre en nombre de principios y valores que lejos están de entender y menos aún de practicar. Es más, el narcoterrorista Estado colombiano no solo es una amenaza de gran magnitud para Venezuela, sino para el resto de América Latina; solo por ser un aliado casi incondicional de Estados Unidos en diversos ámbitos, y como proveedor máximo de cocaína para los norteamericanos, ya se reconoce como un peligro para la paz y la estabilidad globales.