En conmemoración de los aniversarios 185° de la creación de la República de Colombia y 174° de la muerte de su Padre Fundador El Libertador, Simón Bolívar

Surgimiento y Desaparición de la Gran Colombia 1819 – 1830, una visión alternativa

El proyecto de Monarquía en Colombia fue una amenaza a la autodeterminación popular conquistada a sangre y fuego por los pueblos de la América Hispana, amenaza que fue repudiada explícitamente por el Libertador. Pero la secesión de Venezuela que fue un golpe cierto y mortal, significó simplemente la desaparición misma del Estado nacido de esa autodeterminación popular . A los ojos británicos pareció la vía mas expedita para remover radicalmente el obstáculo de una organización política que, a pesar de sus carencias, de haber sobrevivido habría constituido, independientemente de la forma política adoptada, un centro de poder irrefutable en América del Sur. Este golpe de gracia fue el resultado de una habilidosa diplomacia que al mutilar y disolver la República dejó simultáneamente en reemplazo una constelación de pseudo Estados sin consistencia interna, al garete, excéntricos e inermes, aislados unos de otros, sometidos a un régimen de dependencia y subordinación económica y política sin futuro ni viabilidad política. Retomemos ahora la secuencia de dicha acción diplomática, cuyos perfiles no fueron otros que los de una conjura de lesa patria por parte de quienes la secundaron en Venezuela, lo que hasta ahora ha estado oculto como resultado de una amnesia colectiva inducida por la Historia oficial.

Si desplegamos un mapamundi correspondiente al año 1830, descubriríamos enseguida como aparecieron en aparente sincronía dentro del sistema internacional de Estados naciones, varios nuevos Estados, con algunas características similares, ubicadas en distintas regiones de la geografía mundial. Grecia, al fondo del Mediterráneo Oriental dentro de los confines del Imperio Otomano y próxima a los Estrechos y a Rusia por el Mar Negro; Bélgica situada frente a las costas británicas, deslindada entre el Canal de la Mancha, los Países Bajos y Francia; la República Oriental del Uruguay entre el Imperio del Brasil, el Paraguay y las Provincias Unidas del Río de la Plata y Venezuela, un inmenso territorio sin límites hacia el Sur, de frente al arco de colonias británicas del Caribe y disociada de la Nueva Granada. Los rasgos particulares que identificaron por igual los llamados “procesos nacionales” según la Historia Universal eurocéntrica, de formación de Grecia, Bélgica, Uruguay, Ecuador y Venezuela consistieron en la carencia originaria de identidad socio política y de intereses nacionales, lo que todavía perdura en mayor o menor grado, en diversos continentes y latitudes del planeta donde perdurarán los regímenes neocoloniales surgidos de la descolonización de la segunda mitad del Siglo XX. Estados creados desde afuera por la “benevolencia” de un poder extraño y ajeno a ellos como reflejo de estructuras internacionales, es decir como repúblicas de fachadas requeridas y diseñadas por los intereses imperiales británicos. Reflexionemos por un instante sobre la identidad de un belga, de un griego, de un oriental o uruguayo de un ecuatoriano o de un venezolano en aquel momento y difícilmente podríamos reunir rasgos identificatorios decisivos de una formación político-social específica. A lo sumo podríamos vincular a los griegos con reminiscencias de un pasado clásico conocido en la historia de Esparta y Atenas y sus respectivas civilizaciones de la Antigüedad. Pero nada tenían que ver los griegos de 1830 con ese pretérito como no fuera el testimonio de las ruinas de templos, ágoras y circos entre las cuales apacentaban las cabras de un pueblo pastoril por lo demás reculturizado por siglos de dominación otomana; poco podemos también decir de los belgas a quienes, según su procedencia difícilmente podríamos distinguir de un francés o de un holandés de las regiones aledañas, si recordamos a un uruguayo, todavía hoy nos cuesta algún trabajo distinguirlo de un argentino. Es un hecho conocido en el debate historiográfico uruguayo que una de las tesis o posiciones asumidas se funda todavía con o sin razón en la interrogante si se trata de un Estado viable, en razón de sus orígenes. Si finalmente, nos topáramos con un venezolano de aquel momento y aun de muchos años después, salvo el recuerdo del “ejemplo que Caracas dio”como dice nuestro Himno nacional producto de episodios de guerra civil con rasgos posteriores de insurrección anticolonial, en poco nos diferenciamos de los colombianos de la montaña, de la costa o de los llanos. Si hay algún destello de una primera identidad afirmada desde finales del Siglo XVIII en la Historia vernácula venezolana, correspondería en propiedad a los orientales; los demás eran y fueron, a pesar de su indeclinable voluntad de autodeterminación, virreinales o de rasgos virreinales. Excluimos expresamente a la élite cívico-militar libertadora cuya acción libertadora integró en un solo destello la América del Sur de origen hispánico, alumbrada por la consciencia de sus pueblos en rebelión anticolonial.

Lo que queremos expresar con lo dicho, es que los Estados nombrados no fueron otra cosa, en el momento de su aparición y por mucho tiempo después criaturas del Imperio británico, emanaciones de éste, fachadas cosméticas de un estatuto neocolonial, sin vida propia y con fuerte dependencia del Imperio en grados variables. Si observamos en particular el momento mismo de la creación de los Estados en cuestión veremos que constituyeron cada uno la solución a un nudo de contradicciones diseñadas por el gabinete británico en respuesta a necesidades de seguridad o de propósitos de expansión económica. Grecia aglutinada, débilmente alrededor de la Hetairía, resultó ser un producto de un compromiso político entre los intereses en pugna de Rusia en su expansión hacia el Mediterráneo y su rivalidad consiguiente con el Imperio Otomano, guardián en los Estrechos del acceso al Mar Negro, que resistía a la expansión Rusa a pesar de su descomposición interna desde el siglo XVIII, y los intereses imperiales ingleses en el Mediterráneo Oriental que desde sus bases en las islas jónicas rivalizan con Rusia y utilizan el respaldo a la Sublime Puerta para frenar las intereses del imperio moscovita. Es una resultante también de la expansión del Imperio de los Habsburgo y sus intereses danubianos en contraposición a Rusia y al Imperio Otomano y de la reaparición de Francia como potencia mediterránea a partir de 1818, generalmente subordinada a las decisiones inglesas. El desenlace de las contradicciones, el reconocimiento del movimiento filohelénico por Canning en 1825, el tratado franco-anglo-ruso de 6 de julio de 1827, la derrota de la flota otomana en Navarino en 1827 y la paz de Adrianópolis en 1829, fueron los hilos que condujeron al surgimiento de un Estado griego tutelado por la Gran Bretaña y dotado como tal de un gobernante escogido por la Casa real inglesa, una tajada territorial arrancada al Imperio Otomano y una pieza política inglesa en el Mediterráneo Oriental para mantener el control sobre los Estrechos y cerrar el paso a las pretensiones rusas de acceso y dominio del Mediterráneo.

Si atendemos el caso de Bélgica, arribaríamos a una conclusión parecida. La insurrección belga de 25 de agosto de 1830, de por si insuficiente para triunfar sin apoyo externo, desató otro mundo de contradicciones entre Francia, Inglaterra, los Países Bajos y Rusia principalmente, que fué la primera fractura del estatuto territorial establecido en 1815. Contradicciones entre los Países Bajos y quienes habían formado parte de éstos en el pasado; entre Francia, pescando en río revuelto por el engrandecimiento territorial con la posible incorporación de las regiones francesas de Bélgica y la Gran Bretaña que veía amenazada su flanco de seguridad por las aspiraciones francesas sobre la costa de Flandes; finalmente contradicciones entre Rusia como potencia legitimista defensora del statu quo postnapoleónico, Francia e Inglaterra. La salida al conflicto, fue también diseño británico a saber: la independencia de Bélgica un régimen de neutralidad y un príncipe propuesto por los británicos como soberano del nuevo Estado: Leopoldo de Sajonia-Coburgo.

Si nos trasladamos al Río de la Plata el escenario de la guerra entre el Imperio brasileño y las Provincias del Río de la Plata por la Banda Oriental desde 1825 hasta 1828, prolongaba el viejo conflicto territorial entre los antecesores, Imperios coloniales español y portugués en América del Sur. El conflicto termina con la Convención Preliminar de Paz de 27 de agosto de 1828 de donde emerge prácticamente por arte de magia la República Oriental del Uruguay como Estado tapón entre el Imperio del Brasil y las Provincias argentinas. La acción decisiva en este parto político a pesar de la figura el liderazgo y la huella del prócer de José Gervasio Artigas y quienes lo secundaron, fué la intervención británica a través de la mediación de Lord Ponsonby. El mundo de las contradicciones entre las Provincias Unidas del Río de la Plata y el Imperio brasileño entre aquellas y éste y el movimiento de José Gervasio Artigas y los intereses ingleses tras y uno otro bando, concurrieron a la construcción del nuevo Estado, que al momento era difícil diferenciar de una provincia argentina.

Por último volvemos la mirada a la aparición de la República de Venezuela por la secesión de la clase dirigente venezolana y la consiguiente disolución de la República de Colombia. La fragmentación y extinción de Colombia, así como la creación de Venezuela fueron también obra británica. En esta acción política y diplomática también tuvieron una importante participación los Estados Unidos de América en su doble condición de aliados y simultáneamente de rivales de Inglaterra. En este caso los hechos se produjeron igualmente como una salida a un complejo de contradicciones inextricables. Dentro de ellas, entre otras, mencionamos los conflictos entre las nacientes oligarquías venezolana y neogranadina, el antagonismo comercial y político entre Inglaterra y los Estados Unidos; el conflicto potencial entre las posesiones coloniales británicas en el Caribe, Colombia y las iniciativas del gobierno francés bajo la restauración que renacía de las guerras napoleónicas, que después para disputar a Alivión, territorios y pueblos de ultramar. Sin embargo, la ejecución del plan de desmembración de Colombia fue exclusivamente británico; la forma que adoptó fué una conspiración cuyo actor principal fue el Almirante Charles Elphistone Fleeming, nacido en 1774 y fallecido en 1840, Jefe de la Estación naval británica en las Antillas y miembro del Parlamento su esposa de nacionalidad española Catalina Paulina Alessandro. Sus cómplices internos no fueron otra cosa que un cenáculo minúsculo de personajes civiles y militares de Caracas y Valencia, ajenos a toda voluntad popular motivados por el líder visible de los conspiradores, General José Antonio Páez, enemigo jurado del Libertador y de Colombia, seducido y financiado por sus “amigos” ingleses. Es necesario colocar este complot en el centro de nuestra historia como bisagra que explica el surgimiento de Venezuela como Estado en 1830 y como instrumento de demolición de Colombia a fin de no seguir escamoteando la verdad y falsificando nuestros orígenes como Estado. La dinámica de esta confabulación que se desarrolló entre 1829 y 1830 concluyó exitosamente.

Las instrucciones vinieron seguramente de Londres donde se analizó la situación de Colombia y se tomaron las decisiones pertinentes.

Si nos situáramos en Londres como observadores y tratáramos por un momento de ponernos, como se dice, en los zapatos de los autores y ejecutores de la política exterior británica, no nos habrían inquietado al principio las informaciones ambiguas y contradictorias recibidas a diario, sobre la creación de un nuevo Estado en Angostura a fines de 1819, consolidado en 821 en Cúcuta, que pretendía abarcar las cabeceras; fachada norte de América del Sur, ya que su supervivencia dependía al momento de la suerte de las victorias y reveses en que se debatían las armas republicanas, que tarde o temprano tendrían que enfrentarse al poderoso baluarte realista del Perú.

Pero una vez que el correo de ultramar informó del postrero clarín español en América en diciembre de 1824 y la creación de la República de Bolivia en agosto del año siguiente, serios motivos de inquietud deben haber aparecido para el futuro del Imperio. En un vasto territorio asolado por las guerras de independencia y dividido por facciones, se irguió de pronto como una arquitectura política de dimensiones colosales (si atendemos a la medida de los Estados que existían para la fecha, incluidos los Estados Unidos) que alteraba el equilibrio universal. La República de Colombia, como Estado protonacional, representó una eclosión política natural, contemporánea paralela y sincrónica al ascenso de las nacionalidades en Italia, en Polonia, en las posesiones desintegradas del Imperio Otomano en los Balcanes y en los Países Bajos austriacos, dolor de cabeza para las testas coronadas del absolutismo europeo, recién restauradas unas o reforzadas otras por la restauración. El Gabinete Inglés no podía enjuiciar en lo adelante, con la misma displicencia calculada que había demostrado un Canning ante los verdugos de la Santa Alianza, cuando lo invitaban a la represión de los movimientos nacionales en el continente europeo.

La República de Colombia, con vocación y tendencia democrática, nace en los confines el Imperio británico como un desafío a la hegemonía anglosajona y un obstáculo a su libre expansión. Aparece de pronto como único actor internacional interlocutor, en una periferia mundial excluyendo los Estados Unidos donde todo era sumisión, miseria y resignación para los pueblos de Asia, América y Africa. Esta edificación política, a los ojos británicos no era cosa de tomar a la ligera; nació fraguada a sangre y fuego por una élite cívico-militar basada en los propios recursos y auxilios de venezolanos y neogranadinos, probada en la guerra y en los quehaceres de la administración del Estado; sus bases eran sólidas y sus potencialidades de crecimiento auspiciosas. La base económica fuente de sustento y prosperidad de un Estado, consistía en la producción agrícola y pecuaria como relaciones y actividades dominantes, y como actividades secundarias la manufacturera artesanal y minera. La población de 4 ó 5 millones de habitantes, se distribuía dispersa sobre un territorio, muy amplio, en parte inexplorado concentrada por la herencia colonial, en islotes establecidos y sólidos de producción y exportación, que necesariamente habrían de ser el punto de partida de su desarrollo económico para formar un mercado nacional; disponía también de costas y accesos fluviales y lacustres que la conectaban al interior y exterior del continente, como el Esequibo al este, el Amazonas al sur, ríos y lagos en el istmo de Panamá, costas marítimas en el Caribe, en el Atlántico y en el Pacífico. Disponía de un ejército de 26.000 hombres en pié de guerra, aguerrido y fogueado en diez años de lucha, acostumbrado a recorrer las mayores distancias y superar obstáculos para culminar en victoria; del poder naval de una marina corsaria con buques modernos, ejerciendo un poder dominante y sin rival en el teatro de operaciones del Caribe, temible, para la todavía incipiente marina de guerra norteamericana, o las marinas españolas o francesa, capaz de liberar el último reducto español en México en San Juan de Ulúa, de asolar el comercio español francés y norteamericano en las Antillas, de llevar a bordo el proyecto de independencia de Cuba, Puerto Rico y hasta de las Filipinas; una organización burocrática cimentada inicialmente en la infraestructura político-administrativa central del Virreinato de la Nueva Granada y las extensiones regionales de ésta, en Quito y en Caracas, que ofrecían un punto de partida necesario y probado desde el siglo XVI para ulterior crecimiento y perfectibilidad. Finalmente, una diplomacia integradora y lúcida con Bolivia, el Perú, Chile, la República de Centro América y México y los proyectos de una Confederación Andina. Una masa o núcleo de poder como ésta, irresistible en América del Sur y del Centro, no podía ser pasado por alto por el Foreign Office. Una vez se le había escapado ya de las manos al Gabinete inglés el brote de identidad nacional colombiana que los primeros legionarios británicos habían tratado de abortar en sus orígenes, en el Palacio de Gobierno de Angostura. Pero ahora la peligrosidad del nuevo ente político debió haber sido percibida como múltiple desde diversas perspectivas. En primer lugar, era un impedimento al libre acceso de las mercaderías a toda la costa norte de América del Sur, cuyo acceso había que negociar, no imponer en posición de supra-subordinación, como hubiera podido hacerse con la débil y devaluada y dependiente monarquía española, sino de soberanía a soberanía, para suspender o neutralizar las medidas fiscales que había comenzado a legislar el nuevo Estado en beneficio de su autarquía económica y su autodeterminación política. En segundo lugar, la presencia del Estado colombiano en ambas riberas de la desembocadura del Orinoco, en posición dominante frente a Trinidad, no sólo era un impedimento a las aspiraciones británicas sobre el sistema fluvial, también acechaba el dominio inglés sobre Trinidad, de reciente y aún no consolidada posición. En tercer lugar, un gran temor señoreaba en las autoridades británicas de las Antillas ante el destino de la mano de obra esclava en las islas coloniales caribeñas. La insurrección de los esclavos era una amenaza cotidiana que la Revolución en Haití y la libre nación de los esclavos en Tierra Firme no hacía sino incrementar. El hecho de que sobre la costa norte de Suramérica desde el Esequibo hasta los confines de Costa Rica con Panamá existiera un Estado donde se había abolido la esclavitud, constituyó también un factor de peso en los analistas británicos. Al respecto un militar irlandés en tierra venezolana, que pareciera haber sido una contrafigura de Daniel Florencio O’Leary en carta dirigida al Duque de Wellington desde Trinidad, el 1° de agosto de 1829, Jorge D. Flinter, explicaba:

“…Estas fieras de la revolución, no contentas con haber establecido la anarquía, la miseria y la guerra civil entre 17 millones de habitantes – felices y satisfechos bajo el dominio de la España, más felices con mucho que los habitantes de cualquier otra colonia de la Tierra – quisieron en la rabia de la revolución, en la esperanza del pillaje, envolver a españoles, franceses y holandeses, en una ruina común. Su objeto no es, Señor, la libertad, es el robo y la venganza, su objeto es soltar los esclavos contra sus amos y hacer a los pacíficos negros los instrumentos de sus horrendos vicios. ¡Que el cielo evite este golpe! ¡Que la sabiduría del gobierno de S.M interponga una mediación poderosa y oportuna!. Aún no es demasiado tarde, pero la dilación está llena de peligros. Si la chispa escondida llega a hacerse llama todas nuestras islas occidentales serán consumidas en el incendio general. Tal, Señor, es el estado de la efervescencia entre los individuos de color que si se agita la cuestión de la emancipación de cualquier modo ahora, llenará de peligros y convertirá a los pacíficos y contentos negros en enemigos implacables, haciendo a todas las Indias Occidentales un teatro de conmoción y derramamiento de sangre. Qué consecuencias espantosas no debemos de consiguiente temer de que se manden deliberadamente emisarios instruidos a Cuba y Puerto Rico, que contienen más de un millón de esclavos, con el objeto de reducirlos a la rebelión con promesas de libertad, los atractivos de la riqueza y la esperanza del rango y el poder…Desgraciadamente, Señor, en todas nuestras colonias, por ejemplo y contagio de la Independencia de América del Sur, un espíritu de subversión e innovación fundado en sistemas visionarios no aplicable a la vida real, se ha posesionado del espíritu público: sus efectos están escritos en (con)colores demasiado permanentes para que puedan borrarse con facilidad. La rabia de la reforma, los pleitos de partido, el conflicto de (en) los intereses y pasiones contradictorias, han producido una tempestad cuyas consecuencias están en nuestra vista”.

En cuarto lugar, la presencia de Colombia en el Caribe Occidental, en el Pacífico y en el istmo de Panamá, era un factor incómodo a las pretensiones inglesas de control sobre las comunicaciones entre o a través del istmo de Panamá hacia y desde el Lejano Oriente, y también sobre las comunicaciones entre el Río San Juan, el Lago de Nicaragua y el golfo de Fonseca. En quinto lugar, lugar la posición de la nueva República en el Caribe Occidental apuntaba también hacia el bastión estratégico de la Gran Bretaña en el Caribe desde el siglo XVII, Jamaica. En sexto lugar se trataba de un Estado protonacional republicano que casi rodeaba de norte a sur la Monarquía absolutista del Brasil, cuyas fronteras no trascendían del río Amazonas, por lo que era motivo de inquietud no sólo para la Corte de los Braganza, sino para el Procónsul británico en Río de Janeiro. En séptimo lugar, el delicado equilibrio de poder en la cuenca del sistema fluvial Río de La Plata, Uruguay, Paraguay y Paraná y la disputa secular entre la Argentina y el Imperio brasileño, manipulado en doble juego por la diplomacia británica, amenazaba de complicarse por la presencia del nuevo factor de poder estatal, no sólo diplomático sino militar. Colombia habría podido alterar la balanza de poder que garantizaba la hegemonía de Inglaterra en la región; por último, la hegemonía colombiana en el Perú y el mecanismo de las alianzas con la República de Centro América, México y Chile era una barrera, al menos potencial, también a la penetración británica en Centro América y en toda la costa occidental de la América Central y del sur y una posición estratégica o dominante en la segunda alternativa de tráfico marítimo en las rutas de la expansión británica en ciernes hacia el Lejano Oriente, el estrecho de Magallanes.

Este universo de peligros, barajado y analizado en Londres después de largo y detenido cocimiento, posiblemente generó la decisión de reconocer a Colombia y de celebrar con ella un Tratado de Amistad y Comercio en 1825 y de iniciar la labor de zapa subterránea, para disolverla en concierto o con la inteligencia benevolente de la diplomacia y la intriga norteamericana, para cuya clase dirigente (la aristocracia esclavista sureña), Colombia era también una entidad política en las proximidades del golfo de México, rival y activa en las costas del azúcar, del tabaco y el algodón desde New Orleáns hasta Charleston, donde la esclavitud vivía uno de sus capítulos más oprobioso.

La realización del designio británico se puso en práctica durante el reinado de Jorge IV, siendo Primer Ministro el Duque de Wellington y Secretario de Asuntos Exteriores Lord Aberdeen se inició formalmente el 7 de abril de 1829 con una visita a Caracas del Almirante Fleeming. Según José Manuel Restrepo, testigo de excepción de los acontecimientos y autor de “Historia de la Revolución de Colombia”

“…algunos dijeron entonces que había dado buenos consejos a Páez a favor de la Unión colombiana; pero lo cierto es que se declaró enemigo del Gobierno del Libertador; que desde Caracas fue a Valencia repetidas veces a verse con Páez, a quien diera consejos para que llevase a cabo su revolución; que ofreció premios y empleos en la isla de Trinidad a algunos de los mas atrevidos separacionistas; que dio plomo de la fragata inglesa que le había conducido, y ofreció a Páez elementos de guerra para sostenerse en el caso de ser atacado; que activó, en fin, por cuantos medios estuvieron a su alcance la separación de Venezuela.”

A su vez, Rafael María Baralt, también próximo a los acontecimientos y vivos aún muchos de los autores del drama. En su obra “Resumen de la Historia de Venezuela” expone que en diciembre de 1829,

“Se hallaba en Caracas el Vicealmirante inglés Sir Carlos Elphistone Fleeming con el designio de hacer un tratado relativo al tráfico de esclavos, según lo supieron personas instruidas en las cosas de Venezuela y que tuvieron con él amistad y trato frecuente. Obvias razones y muy particularmente su conducta desmienten semejante suposición. Sir Carlos no podía creer que le fuese posible concluir con Páez, Jefe del Distrito militar una negociación de tal especie, y que no estaba de viaje para Bogotá, asiento entonces del Gobierno general, lo prueba su misión de muchos meses en Venezuela; de donde regresó a Europa. El porte del Vicealmirante autoriza para decir que su viaje a Costa Firme sólo tuvo por objeto influir en los negocios de aquel país. Viósele allí acalorando los partidos y activando los manejos revolucionarios para derrocar a Bolívar. No de otro modo puede explicarse su contínua asistencia a reuniones públicas, su intimidad con los principales y más fogosos agentes de la revolución de Venezuela, la grande si bien poco costosa generosidad de promesas con que halagaba a muchos y animaba a los mas, sus frecuentes paseos a Valencia para verse con el Jefe Superior, el contínuo navegar de sus buques a las islas vecinas y a varios puntos del continente, buscando noticias o esparciéndolas, y en suma, los ofrecimientos de todo género que hizo a Páez para el caso probable de una guerra con el Libertador.”

De la recepción del Almirante Fleeming en Caracas ofrecida por Páez, Soublette y Vargas, da fe un impreso publicado por el compilador Blanco y Azpúrua y el propio José Rafael Revenga.

Fleeming regresa a Caracas el 29 de septiembre de 1829 acompañado del Gobernador de Trinidad, Lewis Grant. El 29 de noviembre escribe un informe al Conde de Abeerden, donde dice:

“...Un gobierno de Venezuela separado permitiría sin duda la libertad de religión: libertad de culto (en español en el texto); eliminaría el monopolio del tabaco y dejaría libre la exportación del ganado; estas dos medidas solas determinarían inmensa demanda de mercancías inglesas, porque las islas consumirían este artículo y el primero caería en manos de nuestros negociantes, de preferencia a cualesquiera otros.”

Comenta Caracciolo Parra Pérez prestigioso historiador contemporáneo venezolano respecto a los documentos anexos al Informe de Fleeming que:

“...Vese en segundo lugar que Fleeming, temiendo la monarquía orleanista, aboga porque Venezuela se constituya en república separada independiente, lo cual, por otra parte, considera convenir mucho a los intereses comerciales de Inglaterra....”

Por último la participación activa del Almirante en el movimiento separatista promovida por la naciente oligarquía venezolana se infiere directamente de una comunicación dirigida al General Pedro Briceño Méndez el 25 de noviembre de 1829 donde le dice:

“...Ha sido en este momento acordado por la Junta del Convento de San Francisco que Venezuela se separa de hecho de la Nueva Granada y que este pronunciamiento se transmita a S. E. El General Páez, para que convocando los Colegios Electorales, se constituya un congreso. Por este acontecimiento que cambia la existencia política de Colombia en su territorio, es consiguiente que influya en que se suspenda la marcha de los Diputados que se habían nombrado al Congreso Constituyente, y por tanto creo que es de mi deber ponerlo en su conocimiento para lo que convenga en su proyectada marcha. Quedo de Vd. Atento servidor y amigo. C.E. Fleeming.” [el subrayado es nuestro].

Independientemente de estos testimonios y pruebas directas e indirectas convincentes, Cónsules y Agentes consulares extranjeros acreditados en Venezuela así como autoridades de Curazao, corroboran la existencia y magnitud de la conspiración inglesa contra Colombia. En la obra que contiene el resultado de la investigación dirigida por Alberto Filippi, en los archivos europeos sobre “Bolívar y Europa, Vol. I, Siglo XIX” se citan textualmente documentos emanados del Comandante de la Guarnición de Curazao, del Vicecónsul de Holanda en Caracas, del Embajador holandés en Londres, documentos numerados en la Sección Neerlandesa con los números 317a, 317b, 318, 324, 325, 329 y 331 donde los funcionarios respectivos refieren a sus respectivos gobiernos sobre la pública y notoria intromisión de Fleeming en la destrucción de Colombia. Mas tarde el Coronel Belford Hinton Wilson, Encargado de Negocios de S.M.B. en Caracas, informó en 1846 al Foreign Office:

“La conducta del Almirante (en 1830) puede interpretarse en el sentido de que fomentó y alentó activamente la revolución... La creencia de que el Almirante Fleeming siguió entonces las instrucciones de su Gobierno es universal en Venezuela”

El Foreign Office, por su parte en forma elusiva confirmó también en 1846 los hechos al expresar:

“No parece necesario ni prudente entrar ahora en una controversia concerniente a lo que sucedió hace diez y seis años.

Al terminar quisiera simplemente recordar que el Libertador, en el ápice de su lucidez escribió a José Manuel Restrepo desde Lima el 7 de marzo de 1825:

“El mal de que adolece Colombia, mi querido amigo, no depende de usted ni de mí, ni de nadie, sino de un poder extraño y muy grande de la Inglaterra, si viene a ser nuestra aliada.”

Concluyamos con Francisco Tosta García, conocido hombre público y escritor venezolano de finales del Siglo XIX, quien en 1910, nos narra acontecimientos sucedidos entre los años 1829 y 1831 poniendo en boca de uno de sus personajes novelescos lo que sigue:

“Colombia, señores, no es un delirio chimborázico, ni un mito, ni una quimera; la unión de estas nacientes Republiquetas de la América del Sur para formar una Entidad respetable, es una necesidad y el único medio de conservar nuestra soberanía, a través de los tiempos, no por temor a España, ni a ninguna otra nación europea, sino por salvarnos de caer en el porvenir, en las poderosas garras del águila del norte, en manos de los Estados Unidos de esa nación poderosa y colosal, que será siempre una amenaza para estos países débiles de aquende el Atlántico y el Pacífico”.

Con la muerte del Libertador desaparece casi de inmediato la obra magna del líder y su pueblo: la República de Colombia. A partir de este decisivo, aciago y traumático episodio se abre un prolongado ciclo histórico de retrocesos para los pueblos de Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá, en que paso a paso se impone la presencia en los antiguos territorios de la República extinta de una Oligarquía vernácula, variopinta y circunstancial de mentalidad eurocéntrica antibolivariana, anticolombiana y neocolonial. En los antiguos territorios de la región oriental de la Gran Colombia ella colmará el vacío de una élite política venezolana, dirigente del proceso de autodeterminación, prácticamente devorada en su segmento civil por los estragos de la guerra emancipadora. Este grupo de poder se implanta por casi dos siglos como clase explotadora hegemónica, y como élite política que desarrolla una cultura, una conciencia social y una ideología contrarrevolucionarias, necesarias para mantenerse en el poder y someter al pueblo a la ignorancia, la miseria y la exclusión política por cuenta de los intereses imperiales de la Gran Bretaña, primero y del imperio anglosajón, norteamericano, que asumió el relevo de aquel, a partir de 1908.

No obstante, a Simón Bolívar le sobrevivien sus más allegados pares militares de la revolución libertadora: Rafael Urdaneta, Santiago Mariño, Pedro Briceño Méndez, Mariano Montilla, Diego Ibarra, Lino de Clemente. José Laurencio Silva, José de la Cruz Paredes, Bartolomé Salom, José Francisco Bermúdez, Manuel Valdéz, José Tadeo Monagas y José Gregorio Monagas, entre otros, que rinden su vida, sucesivamente, en el transcurso del siglo. Estos, próceres exilados en 1830, de regreso a la patria en 1834, después de haber sido desterrados por los autores del magnicidio de Colombia, como una sola voluntad enarbolan la bandera del restablecimiento de la República de Colombia es su unidad Suramericana. En esta decisión se enfrentan, en combates sucesivos a la Oligarquía recién instalada en el poder de la recién nacida República de Venezuela, en el propósito de reanudar el camino de la Revolución política abortada. La Revolución de Reformas en 1835, los sucesos del 24 de enero de 1848, en el Congreso, son los momentos luminosos iniciales de esta lucha, falsificados por relatores y tinterillos de la Oligarquía, como pronunciamientos de militares ambiciosos estigmatizados y satanizados como enemigos de la paz social y de las instituciones republicanas, como todo, pretexto para reducirlos al ostracismo político. Desaparecida la generación militar de nuestros Libertadores, sus vástagos bolivarianos han sobrevivido, en sucesivas generaciones a pesar de los efectos paralizantes del culto a Bolívar y otros mitos políticos componentes de una ideología reaccionaria, en espera de un nuevo amanecer, que ha comenzado a despuntar con la Revolución Bolivariana iniciada en 1999.

Fermín Toro Jiménez es el  Embajador Representante Permanente de la República Bolivariana de Venezuela ante Naciones Unidas (ONU)



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