La mafias políticas

Inicio estas notas con citas concatenadas con nuestra realidad: “La enmienda de ideas y de conducta sólo es censurable cuando se realiza con precio.” ( Mario Briceño Iragorry ) “Política es el oficio de llevar el poder al pueblo; todo otro fin es delincuencia y los políticos delincuentes deben ser ridiculizados.”B.Brecht.

 El camino histórico venezolano siempre desemboca en la tragedia. Las clases gobernantes zurcen sobre los agobiados hombros del pueblo el fardo de la desgracia. Si se conciben los partidos políticos como instituciones representativas de la superestructura ideológica, dirigidos a coadyuvar con el Estado (superestructura jurídico-política) en el logro del bien común, en Venezuela han devenido en asociaciones con fines de lucro, destinadas al beneficio de sus creadores y dirigentes, conocidos como cúpulas o cogollos, en detrimento de la seguridad vital del colectivo; en mafias, pues. El partido es, en Venezuela, un negocio muy rentable, para no decir redondo. Esto explica la endemia del pluripartidismo. Los mismos hacedores de la Constitución del 61 le atribuían a estas organizaciones la función de orientar la política nacional. En su artículo 114 decía la derogada Carta: “Todos los venezolanos aptos para el voto tienen el derecho de asociarse en partidos políticos para participar, por medios democráticos, en la orientación de la política nacional.” Los mismísimos capos enterraron ese objetivo y lo hicieron centro de una estructura delictiva de cuello blanco o white collar, como ellos prefieren decir. Las consecuencias de la conversión mafiosa de de las agrupaciones políticas en esta tierra, nos las ha dibujado nuestro Arturo Uslar Pietri, en términos desoladores: “…el hecho cierto es que ni las instituciones democráticas, desde el congreso hasta los partidos, ni las funciones del gobierno, desde la política exterior hasta los servicios públicos, ni el imperdonable crecimiento de la pobreza y de la marginalidad frente a un Estado cada vez más rico, son compatibles o admisibles dentro de un régimen que pretende ser democrático, sin mencionar la creciente presencia de la corrupción, en todas sus formas, en todas las gestiones del Estado.” 

Esas mafias, generadoras de la desolación que nos esboza Uslar y del caos total que agobiaba al pueblo, no podían, por ejemplo, propiciar un sistema educativo que al iluminar los cerebros populares, pudiera conducir a las masas y a sus reales conductores, a desalojarlos del poder, es decir, del nicho de la ilicitud. No. Los delincuentes no se suicidan. Sin embargo, un imperativo casi hermano de la fatalidad histórica, fue diseñando el desmoronamiento de esas organizaciones, precisamente cuando éstas habían alcanzado un grado máximo de corrupción y abyección,  rebasando todas las metas. Continuas escisiones de sus adherentes, en pugna por el poder y descontentos con el reparto de los beneficios (botín), los fueron desinflando. Y como ha afirmado, Maurice Hauriou), constitucionalista contemporáneo, “Un partido que acepte ver como los disidentes se apartan de él, sobre todo cuando son numerosos, es un partido que ya no ofrece confianza y, desde entonces, está abocado a la desaparición.”  Únase a ello la insurgencia revolucionaria de las masas populares, nítidamente esculpida en los sucesos de febrero de 1989. Consecuencialmente, el siglo XXI venezolano nos recibe con la caquexia y necrosis de los partidos tradicionales (Ad-COPEI) y sus derivaciones, y también con el aborto de grupúsculos peligrosamente unidos al renacer del agresivo fascismo europeo; reflexionemos sobre el patético caso de Primero Justicia que emerge como un retoño abortivo del fenecido Copei, pero que se alimenta ideológicamente de las sobras del nacionalsocialismo fascista que han arrojado sobre mentes juveniles algunos ensotanados de la Compañía de Jesús, como el oloroso Padre Ugalde o el dudoso Mikel de Viana, confeccionados todos en las retortas del Opus Dei, en su desviación más funesta como son los Legionarios de Cristo, hechura aquél del santo falangista Josemaría Escrivá de Balaguer; y éstos del anciano cardenal mexicano Marcial Maciel Degollado, hoy en situación de retiro impuesta por el Vaticano en razón de su ostensible pederastia, virtud ésta que también se le ha atribuido a Josemaría. Legionarios de Cristo, pero en la categoría laica conocida como Asociación Regnum Christi, son Rajoy y Asnar, joyas falangistas españolas de intensa peligrosidad; Asnar es la pila bautismal en la que se santigua el dirigente de Primero Justicia Julio Cochino Borges. Tanto los legionarios como su brazo civil son expertos en desestabilizar democracias e imponer la hegemonía del capitalismo internacional; con esa finalidad enviaron recientemente a nuestro país a uno de sus más duros beligerantes, el padre Pedro Bajarón, técnico del llamado golpe suave, al que están adscritos tanto Borges como el joven activista y terrorista nacionalsocialista Leopoldo López, el Príncipe de Chacao, en goce pleno de un extraño derecho a la impunidad. Las otras tenduchas con pujos de partidos (La Causa R, Alianza Bravo Pueblo (idea comercial del Tuerto Ledezma) y algunos guilindajos más, no son otra cosa que aparatos para succionar dinero, aquí y en el exterior, para proveer a la sobrevivencia de sus miembros. La presencia de esos grupúsculos inestables, ayunos de ideas, de vocación panglosiana, y la del derruido bipartidismo mercantil, nos ubica en la infrahistoria del proceso político venezolano. Ya lo decía Duverger: “Un país donde la opinión se divide en grupos numerosos, pero inestables, efímeros, fluidos, no corresponde a la noción verdadera del multipartidismo, se sitúa en la prehistoria de los partidos; se coloca en una fase de evolución general en la que de la distinción del bipartidismo y multipartidismo no se aplica todavía, porque no hay aún partidos verdaderos.” 

 Aquéllos que fueron partidos del status, estructurados todos a la manera de las organizaciones totalitarias, sobre el esquema del centralismo leninista, dominados por férreas cúpulas con secuaces inconmovibles y corruptos, logran penetrar y adueñarse de la totalidad de las actividades institucionales del país, tanto públicas como privadas; sin descuidar, ni la intimidad de ciertas individualidades, a quienes, en sus casos, someterán a fuerza de chantajes. Se introducen en el seno de la estructura educativa, ya rota y deformada, no con fines doctrinarios ni ideológicos, sino de cultivo del clientelismo, puesto que se trata de una militancia apensante, sin sustento cultural o intelectual. Llevan a sus clientes a dirigir instituciones docentes y reparten, incluso entre personas inidóneas, las funciones de maestros y profesores, a todos los niveles, con la única finalidad de darle manutención a sus cuadros y de asegurar los triunfos electorales. De allí que a partir de 1958, con la excepción de Rafael Pizani, no sentaron en el Ministerio de Educación a nadie de idoneidad cierta, de formación pedagógica seria, de personalidad sociopolítica definida y de cultura universal. Verdaderos pordioseros de la educación vivieron y actuaron para pronunciar diariamente el Dios se lo pague o el Gracias por los favores recibidos dirigidos a las cúpulas o al siempre corrupto Presidente de turno. Es sinceramente penoso recordar a nuestros Ministros de Educación; muchos revestidos de hábitos no sólo abominables, sino absolutamente contrarios a la función que debieron cumplir. Uno, cuya única virtud era la embriaguez consuetudinaria, al extremo que el alias obsequiado era el de Felipe II, extraído del rebaño socialcristero, paseó por las aulas del Instituto Pedagógico de Caracas exhibiendo como instrumento didáctico una larga pistola, que a veces colocaba sobre la cátedra, en el aula. No fue extraña, en otros, piénsese en Leandro Mora,  la metamorfosis de Ministro de Policía a Ministro de Educación.

 Se incrustaron, asimismo, en las organizaciones sindicales y manejaron el movimiento obrero con estudiadas técnicas de corrupción, de amedrentamiento y, en muchísimos casos, mediante la violencia asesina. La sólida estructura militar fue cínicamente abordada; se ufanaban en repetir la tríada del apóstata Rómulo Betancourt para resolver lo que el contradictorio y macartista político guatireño llamaba el problema militar: una botella de whisky, una puta y un billete de a cien. El gobierno nacional, estadal o municipal, frente a los administrados, se comportaba siempre en función de los más bastardos intereses políticos y lucrativos; el término “matraca” adquirió carta de nacionalidad lingüística, como voz connotativa de una de los formas más comunes de corrupción: el soborno y la concusión. Hasta la presentación de un recién nacido ante la autoridad civil estaba revestida de corruptelas diversas. Ninguna actividad, por sencilla y rutinaria que fuere, quedó fuera del alcance de la depravación, de la extorsión, de la estafa, del cohecho. Si hasta penetraron las iglesias de todos los credos. Compraron con jugosos y abultados cheques a destacados miembros de la dirigencia clerical; a los mismos que hoy satanizan los cambios en acción, por haber perdido prebendas y privilegios, los que les obstaculiza el ejercicio de uno de sus divertimientos predilectos: la pederastia. ¡Oh, qué bien se respiraba frente a las amantes de los Presidentes! ¿En qué se diferenciaba el puntofijismo de los sistemas de partido único?.

 Somos una nación asaltada por fenómenos exclusivos. Hasta profesionales obsesivos del ajetreo candidatural y presidencial hemos disfrutado. La manía presidencial de Caldera, además de emblemática, es un caso inaudito. La magia popular lo ha eternizado en estas rimas:

CALDERA CANDIDATO

Candidato al nacer era Caldera,

untado en el cogote con gomina.

Y en el pálido rostro vaselina

Para pulir la boca rezandera.

 

Candidato con docta posadera.

Enemiga del rancho y la letrina,

Cultivado con leche de sifrina

Y educado en afán de recadera.

 

De niño, estupendo bocadillo,

En púlpito sentado recitaba,

Con eco de entusiasta monaguillo.

 

Juntas la manos, su sermón cantaba;

Buscando la moneda en el platillo

El joven sarampión ya se orinaba.

 

 Y frente a esa actividad sucia de los partidos del esquema puntofijista fascista, sólo el pueblo, en su más hondo significado de masa combatiente, protestó y fue masacrado; recordemos el 27 de febrero de 1989. Nadie más se rebeló. El silencio cómplice del empresariado, comandado por Fedecámaras, reducto de la más pútrida derecha, fue sepulcral; la aquiescencia de los dignatarios de la iglesia, el alto clero antipopular y troglodítico, se vistió con báquicas sotanas de complicidad; los que se autodenominan, con esa abultada propensión a la hipérbole característica de la burguesía explotadora, los teóricos excelsos de la economía, nada dijeron. Los colegios profesionales callaron casi con beneplácito. Esa cosa pútrida que ahora nos venden como sociedad civil no se barruntaba en su actual connotación; recordemos que el Libertador concebía la sociedad civil como la depositaria de la cultura política y las tradiciones sociales, o, en términos de Augusto Mijares, en su Interpretación Pesimista de la Sociología Hispanoamericana, se identificaba con la tradición republicana y legalista, antinómica del caudillismo. Hoy es apenas un nauseabundo desprendimiento de algún triste espectáculo farandulero; una desvaída caterva que alaba sumisamente los intereses de la clase dominante, del superestrato. Todos, como decía Nietsche se convirtieron en dispépticos. Aclaremos con una cita: “El silencio es algo objetable, tragarse las cosas produce inexorablemente mal carácter y hasta daño al estómago. Todos los que se callan son unos dispépticos.” Sólo la voz del pueblo agitó las campanas de la rebeldía y, posteriormente, el grito angustiado de varios jóvenes militares.

 Hoy vivimos una crisis. Entendiendo que ésta históricamente se concibe como un proceso de transformación, de cambio estructural de un sistema político neocolonial hacia el mundo donde los sueños y esperanzas de los desposeídos encuentre cauces de realización.

 Pero las fuerzas retrógradas visten esa crisis con uniformes de gravedad. Los desplazados, los beneficiarios del hamponato puntofijista, se han agrupado en organizaciones de corte fascista. Hacia ellas emigran, incluso, personas que antaño le hicieron carantoñas y mimos a la izquierda. Están atrapados por las telarañas ideológicas del fascismo.

 Dicha postura se revela sin dificultad en conductas precisas:

 6.1.- Aspiraciones excluyentes y autoritarias, para cuya justificación promueven, contradictoriamente, el miedo a los pobres y el temor de perder el dominio sobre esa misma pobrecía.

 6.2.- Rechazo violento, por cualquier vía, de todo signo de cambio que roce, aún superficialmente, los privilegios eternos disfrutados por las élites económicas, políticas y sociales. Destáquese que en Venezuela las élites desalojadas del poder transitan por los atajos del terrorismo.

 6.3.- Reinstalación del racismo y de otras formas discriminatorias más asquerosas, como el sojuzgamiento medieval de la mujer.

 6.4.- Negación de la alteridad. Frente a mí no hay, no puede haber, otro con iguales derechos.

 6.5.- La idea de pueblo se diluye en la de sociedad civil, concibiendo a ésta como la cúpula dominante del superestrato y excluyendo al resto de los sectores sociales. A la pobrecía se le estigmatiza con cinismo inconcebible. Les endilgan apelativos denigrantes: huestes borrachas, banda de facinerosos, desechos humanos más abyectos de la historia, pandilla ebria y gente de mal vivir, es la cadena de epítetos mas nulificantes que utiliza una antañona intelectual galaicomarabina para definir al pueblo caraqueño. Obsérvese que el lenguaje soez y atormentado que utiliza la educadora y comunicadora Marta Colomina es revelador de odio y de una delirante insania mental.

 6.6.- Valores universales como la libertad, la seguridad y el bienestar social dependen de la eliminación, física y política, de los otros sectores. (Hítler elevó este carácter a extremos increíbles: muerte, genocidio, perversión sofisticada de lo humano, barbarie refinada…)

 6.7.- Prédica del mito de la eliminación de la lucha de clases. Los difusores de tal mentira se consideran a sí mismo como la clase óptima de la sociedad: los elegidos, los conductores. Dentro de ellos se incluyen las cúpulas eclesiásticas; en Venezuela, fundamentalmente la Conferencia Episcopal.

 6.8.- Exaltación hiperbólica de los atributos de los dirigentes, a quienes se considera infalibles. “Creer, obedecer y combatir”, es la consigna dirigida a los jóvenes fascistas. Piénsese en el aspecto robotizado que esgrimen los púberes que realizan las ceremonias de las “manos blancas”.

 6.9.- Como mecanismos para acceder al poder implementan, hasta la saciedad, desfiles y concentraciones mecanizadas, capaces de imponerse por la violencia; también maquinarias publicitarias que utilizan la prensa, la radio, la televisión, el cine y un complejo sistema de terror y espionaje. Recordemos al controvertido y dudoso alcalde metropolitano Alfredo Peña, eficaz periodista de la extrema derecha, víctima de una cruel enfermedad, conocida como adiposis eunucoide prepuberal, y al tiernamente sospechoso gobernador del Estado Miranda Enrique Mendoza, como figuras paradigmáticas del odio y la mentira asesinos.



salvacampos35@hotmail.com


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