Los oposicionistas, unos y otros

Las próximas elecciones de Gobernadores y Alcaldes parece que para los oposicionistas serán reñidísimas. En la mente de todos está la violencia y poco escrúpulo en la lucha que está por venir, los medios nada dignos a que por una y otra parte se sucederán, y nadie podrá olvidar aquellas antiguas y famosas sesiones de escrutinio entre adecos y copeyanos, en que se pusieron al descubierto la podredumbre toda de esa brutal sociedad burguesa y el cinismo con que se llevaron a cabo y se defendieron crímenes por los que pretenden regenerar la patria.

En esa lucha, tan preñada de enseñanzas, tan fecunda en materia de reflexiones, no pelearán adecos, contra copeyanos, ni los justicieros, contra los nuevos adecos, ni los de podemos, contra los fascistas. El que crea tal cosa, o es corto de vista, o no se fía en las cosas pasadas.

Lo que allí luchará será unos grupos contra otros; el grupo de caciques del pasado con el grupo de caciques del presente; lo que allí se disputará será el caciquismo. Lucharán de una parte los elementos que compusieron un día el núcleo de la vieja forma de hacer política, aliados a otros al parecer muy diferentes, en realidad análogos, y de otra parte elementos que dicen ser nuevos; lucharan el espíritu de los antiguos puntofijistas con los nuevos pitiyanquis; el de los viejos adecos y copeyanos de abolengo, con los que quieren ser los amos hoy. Es una fase de una lucha por la que ha pasado la burguesía en épocas anteriores, se trata de quién habrá de caciquear, y en ser más servil, o entreguista de la Patria al imperialismo yanqui, para debilitar la Revolución que está en marcha. Y así que lo importante no es tanto sacar un gobernador o alcalde cuanto hacer recuento de fuerzas lanzando cada cual a la pelea su ejército de pretorianos, gendarmes, criados, paniagudos, lacayos y siervos de todas clases.

Hasta en los más mínimos detalles se descubre el carácter de la pelea. Las gentes de espíritu conservador, apegadas a lo tradicional y viejo, están por Allup; los que sienten impulsos hacia cosas que creen nuevas, están por el filosofo Rosales, o los que están por el que dice ser justiciero manuelito Borges.

Es en el fondo la lucha de los adecos y copeyanos viejos, el de los viejos caciques, del cuanto hay pa’eso, contra los de los nuevos tiempos secesionistas y los que dicen ser justicieros y querer implantar en Venezuela una sucursal de la Falange española.

Como sus linderos no están ni podían estar bien definidos, y en multitud de casos circunstancias personales hacen que el otro se incline a una u otra parte, de tal modo que parece contradecir lo que afirmamos, muchos creerán que lo que decimos es pura fantasía. Hay también quienes, en realidad, aun combatiendo en esa lucha, no se aliaran a ninguno de los dos grupos, sino que combatirán a uno, peleando contra él por creerle el más peligroso y más fuerte.

A sus seguidores se le arrastrará con dinero gringo, ya a una, ya a otra parte, sin que baste a retenerla los trabajos de los socialistas, que sólo, en medio del tráfago de los combatientes, asistiremos a la tremenda embestida.

Por una y otra parte se esforzarán los dos grupos de la burguesía en convencer al pueblo que en el espíritu de los socialistas tiene el mayor enemigo y que se abolirá toda libertad. En realidad es una forma de una lucha nacional, la de la burguesía pitiyanqui, compuesta en su núcleo de grandes propietarios, de ricos de ayer y mañana, de gentes de fortuna en formación que pretenden entregar la Patria al mejor postor.

Arranca la campaña Electoral, los puntofijistas se devoran los unos a los otros y la oligarquía con ellos, paz a sus restos, los acompañan en su entierro los obispos de la Conferencia Episcopal.

Los unos y los otros dicen “demuestran” tener mayor interés por el pueblo y tienen más en la boca la “moralidad”. Es natural, el que está gozando de lo que robó su padre o abuelo, o de lo que recibe del robo ajeno, se presenta siempre más “moralista” que el que está robando más o menos claramente; el usurero es más “moderado” que el estafador.

Los que ven claro la iniquidad de la explotación industrial, no suelen ver la de la renta. Los que conocen la enorme injusticia de algunas leyes, que parecen redactadas por una comisión cuyo fin fuera promover el saqueo y el robo, no se fijan en la gran injusticia de la propiedad rural y urbana del terreno; el que se manchó las manos negociando en demasía se las lava comprando propiedades. Es decir, se las lava a los ojos de los cortos de vista. Mientras todo el mundo habla aquí de las viviendas insalubres, tales propietarios redondean sus heredades robando a sus inquilinos lo que éstos han ganado con el sudor de su frente.

Unos y otros, los fariseos de las industrias y de la renta y los cínicos latifundistas, son igualmente dañinos para el progreso social, unos y otros entorpecen la marcha sana de la producción, unos y otros aspiran a vivir del trabajo ajeno, y unos y otros representan del mismo modo intereses contrarios a los de la clase trabajadora y a los de las clases desposeídas todas, porque el ideal por el que pelea el socialismo es el que ha de emancipar no a los desposeídos sólo, sino a los mismos ricos, a sus hijos sobre todo, porque ellos están encallecidos y, con tal de no trabajar, prefieren ser amos entre esclavos que hombres y mujeres libres entre hombres y mujeres libres.

Esto y no otra cosa es lo que pasa en la sociedad burguesa. Al que sólo posee su propia fuerza y actividad, apenas se le da para vivir.

Si no estuvieran acaparados los medios de la producción, y para mantener esa expoliación no se malgastaran y derrocharan miles de millones al año, y la riqueza se repartiera conforme a las diferencias naturales, habría diferencias, es cierto, pero, créanos el burgués, serían muy pequeñas, en realidad no habría ricos y pobres, y, sobre todo, se establecería por si mismo un mecanismo que tendiera a ir borrando esas diferencias, así como el actual tiende a marcarlas más y más.

La repartición de la riqueza, que arranca de una serie no interrumpida de robos y expoliaciones, tiende además a ir ahondando las diferencias mediante la desigual educación que reciben pobres y ricos. Lo repetimos; con una educación racional y verdaderamente social y provechosa recibida por todos, las diferencias naturales tenderían a ir haciéndose menores y serían de poca importancia.

Diferencias en cantidad, entiéndase bien, que en calidad es otra cosa. Siempre sería diferente la aptitud para hacer bicicletas que la necesaria para tejer telas; pero los burgueses han establecido que sean de más valor precisamente los trabajos de menos utilidad, y mientras por hacer pan se cobra un salario minino, se ve en los escaparates cualquier baratija con una tarjetita en que se fija su precio en miles de bolívares F. Y luego vienen a hablar del arte, de la inspiración y de otras mentiras.

Tiene mucha gracia que hable de que los hombres y mujeres no son iguales tal capitalista, imbécil de toda imbecilidad, que tiene una carrera como puede tener un carro de lujo, que ha viajado como las maletas, y que si no hubiera heredado una fortuna no conseguiría tal vez aprender ni lo más rudimentario de un oficio artesano.

Salud camaradas.

Hasta la Victoria Siempre.

Patria. Socialismo o Muerte.

¡Venceremos!

manueltaibo@cantv.net


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Manuel Taibo


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