Oposición y religión

Que la política no es asunto de vírgenes – no habiendo conocido jamás la primera, a diferencia de las segundas, qué cosa es la pureza y la inocencia – es algo que no debe sorprender a nadie. Si acaso, la política tiene mayor semejanza con los mercaderes, más acostumbrados en eso de negociar y convenir. Esto último no hace de la política – de la política real y no de cómo ha sido concebida por los idealistas de todo tipo – un dechado de virtudes, pero garantiza la necesaria pericia en la conducción del Estado.

Sin embargo, entre la clase media venezolana, la política involucra a las vírgenes. ¡Así como se oye! Cómo se puede comprometer a las vírgenes en semejante ajetreo, es lo que voy a tratar de comprender y explicar en esta entrega de un discurso, siempre múltiple y polifacético como un pequeño diablillo (por “par condicio” – igualdad de condiciones – no podía no invitar aunque fuese a un “pequeño diablo”, puesto que hay “vírgenes” de por medio).

La virgen es un símbolo religioso. Es la madre compasiva por excelencia. La que intercede, media, tercia, reconcilia. La clase media la ha tomado para sí, a tal punto que en la Plaza Francia (Altamira), tras la ida de los “generales”, ha aparecido una representación (artísticamente muy dudosa) de la virgen. Se le reza para que la política cambie el actual curso.

Hubo también una “guerra de las vírgenes”, pues, en particular “la virgen de Altamira” fue en parte dañada por un grupo de simpatizantes de la Revolución Bolivariana Posteriormente fue “restaurada”, sin que – hay que ser precisos sobre este punto – llegara a ser derrocada. ¿Cómo puede derrocarse a la virgen?

La “aparición” de la virgen en la vida de la “polis” es sin lugar a dudas una característica de cómo la clase media del país concibe a la política, y no sólo a la actual: como una desgracia que sólo una fe sin resquicio alguno puede librarnos de ella o, en todo caso, volverla – según el punto de vista en que uno se ubique – “razonable”.

Obviamente, la política sigue un curso que la religión – que apunta a la trascendencia absoluta – desconoce, o que, debería desconocer. En realidad, el uso de la religión que hace la clase media venezolana es un uso “mágico”. Cree que la “divina providencia”, Dios en persona, y más allá de ella (recordemos el misterio de la santísima trinidad, según el cual Dios es uno y trino), intervenga, merced la intercesión de la virgen, para alterar el actual curso de la política. En pocas palabras, la virgen contra la revolución.

Esta “virgen contrarrevolucionaria” es buena prueba de que la religión es también política. Así lo ha entendido buena parte del “alto clero” venezolano en sus sectores más reaccionarios. Desde luego, tratándose de clérigos – esto es, de los políticos más refinados que la cultura occidental ha parido – niegan que lo sea: es la política de los “no-políticos”, de los “pastores” interesados sólo en la salud anímica de sus amados “rebaños”.

Los “rebaños” en política son fundamentales. Son mansos y constituyen una “masa numerosa”, y los números, en política, no son precisamente parte de la matemática, sino del poder. Son el sueño del poder absoluto: poder mandar sobre “masas mansas”. Son su “gloria en lo alto del cielo”.

Esta intervención virginal de la religión en la política muestra también la pasividad con la que la oposición se toma a la política. En todo caso “esa cosa” (la política) no es asunto suyo: es asunto de “Dios” y de sus representantes en la tierra, ese “valle de lágrimas” que hoy en día no quiere llorar lo que debe.

Porque en el fondo – hablo desde el punto de vista “virginal” - el actual curso de la política, bien podría ser interpretado por un buen creyente como una penitencia por los pecados pasados. Y miren que estos pecados y pecadillos son tantos que la sociedad católica venezolana todavía no ha logrado confesarlos todos.

La “aparición” de las vírgenes en política (se le reza a más de una, de Coromoto, de Chiquinquirá, del Valle, etc.) señala también, en tanto fenómeno religioso, la introducción de una “palabra que es más que palabra”. Las religiones - en particular las monoteístas - tienen la presunción de poseer la verdad absoluta, revelada por algún Mesías. Hay quien ya lo tuvo, y hay quien todavía lo espera: siempre de unos “ungidos” se trata.


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