Nuestra burguesía no tiene un ideal

Es frecuenten que vayan al negocio, al "business", por el negocio mismo, por buscar en él emociones, por instinto estético. En embarcan para Miami, se van a las tiendas o se meten en un café o donde tienen un buen helado. Buscan en la caza, no, como nosotros, la pieza, sino el placer de la caza misma, y aplican a la especulación industrial o financiera lo que Lessing dijo de la especulación filosófica. Con frecuencia no es para ellos el dinero más que un medio para comprar cosas lujosas, así como la corrupción y el saqueo para ellos, casi siempre, es un medio de hacer dinero. En cambio el millonario gringo sigue metido en Negocios, Bancos, grandes Empresas, y a la vez funda Universidades, Bibliotecas, Museos, y aspira a dejar su nombre en obras de cultura.

Y, en cambio, ahí están los grandes rapaces de la Historia americana: los Mendoza, Carlos Andrés Pérez, Jaime Lusinchi y Blanca Ibáñez, etc.: ¿qué hicieron con el fruto de sus rapiñas? Ir a gastarlo a Miami o a cualquier otra parte. No eran grandes ambiciosos, no eran hombres sedientos de gloria; eran codiciosos, sedientos de goces. Hay quien busca el dinero para proporcionarse con él nuevas emociones, y, sobre todo, la suprema: la de arriesgarlo en una grande obra; los hay que sólo lo buscan para asegurarse una existencia tranquila, para evitarse emociones. Y, a lo sumo, para jugarlo estúpidamente. El juego, el juego sobre el tapete verde, es la mayor plaga de nuestra América y sospecho que de España. Y el juego es un fruto de nuestra pobreza imaginativa. Se dedica al tresillo el incapaz de imaginar combinaciones industriales. Es muy exacto lo de Schopenhauer: los tontos, como no tenían ideas que cambiar, inventaron unos cartoncillos. El tresillo es el síntoma de la pereza mental, de la penuria imaginativa, de la estupidez de nuestra américa. Conozco grandes jugadores de tresillo que son los mayores majaderos con que he tropezado en mi vida, y los hombres más incurablemente rutinarios.

Es falta de idealidad, es materialismo lo que tiene postrados a los pueblos de nuestra América, incluso el español. Aquí es materialista todo, incluso lo que llamamos nuestro espiritualismo; aquí es materialista la religión misma. Pedimos es todo eso que llamamos afirmaciones concretas, fórmulas, pruebas, señales –señales, como los judíos, este pueblo profundamente materialista–, señales; no nos basta que nos demuestren lógicamente la existencia de Dios –aunque no quede demostrada–: necesitamos tragárnoslo. Eso que se llama idealismo latino no suele ser sino materialismo, necesidad de hacer de bulto incluso las cosa más ideales. Y luego nos burlamos de las nebulosidades porque necesitamos tierra, tierra material, tierra grosera, tierra que se coja con las dos manos.

El carácter de nuestra burguesía, frívolo, vanidoso, enamorado de las exterioridades, de lo superficial, es un carácter muy enamoradizo. Y así estamos: de un lado, la barbarie tradicionalista y humanista; de otro, la barbarie progresista y cientificista (no científica, pues los que más hablan de ciencia suelen ser los que menos la sienten), y por debajo, una sola barbarie, que tiene su nombre. Y no lo estampo aquí porque ese nombre tiene un sentido vulgar y corriente, algo distinto del sentido íntimo, y no queremos herir sentimientos que nos parecen respetables siempre.

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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