Encarnar la “Venezolanidad”

Desde el Tratado de Tordesillas del 7 de junio de 1494, hasta hoy, Venezuela, tristemente, no ha podido deslastrarse de la categoría “colonia”; quienes se acercan a nuestras costas lo hacen con halagos, máscaras y zalamerías para despojarnos vilmente de nuestros bienes y recursos. Así es el amor capitalista, diría uno. Abrazar con pasión y perfume de Don Juan Tenorio y dejar a las incautas con los crespos enredados en suspiros, devaneos y lágrimas. Partidos como Primero Justicia, encabezado por Julio Borges, sólo les hacen el juego a los conquistadores, piratas posmodernos de corbata y maletín; simples y despreciables proxenetas, que fungen estelarmente como Celestinas. ¿Cuál es el interés patriótico de la llamada Mesa de la Unidad Democrática (MUD)? Devolver a la nación a su antigua condición de “colonia” y ellos, a la de satélites y cipayos de los corsarios. La oposición venezolano no representa una avanzada con propuestas nacionales cuya meta u objetivos sean construir soberanía y autodeterminación, conceptos que devienen tras un largo y sangriento proceso de luchas colectivas.

Durante la invasión sangrienta del Siglo XV, España, Portugal e Inglaterra, desgarraron nuestros montes y extrajeron el oro y la plata vírgenes, que teñidas con la sangre de los aborígenes y africanos, iban a las bóvedas insaciables de los reyes de Europa. La devastación de pueblos milenarios, ricos en cultura, como la azteca, maya, chibcha, inca, fueron registrados por la Historia de los conquistadores como pueblos salvajes, y degradados, al equiparárseles con una especie intermedia entre el hombre y el animal.

No obstante, la Conquista trae consigo, como en una ruleta, genes y componentes de un carácter. Son simples hombres cuyas obras los encubran sobre sus congéneres. Lo que Venezuela representa en el concierto de las naciones hoy, y que fulguró con esplendor en Ayacucho y en el Genio de Simón Bolívar con sus proyectos integracionistas: como la Gran Colombia, es un producto histórico; en él, nombres como el de Simón “El Viejo” (1532-1612) son necesarios rescatar del olvido, por su trascendencia formadora de un carácter y un destino: este ilustre vizcaíno se caracterizó por ser buen administrador y excelente calígrafo. Se desempeñó como escribano público del cabildo y secretario de la Real Audiencia de Indias por 30 años; llegó a Venezuela en 1588 contratado como secretario y luego designado Procurador de la Provincia; logró por primera vez que Venezuela exportara mercancías a España en forma legal; obtuvo permiso de España para que se instalara en 1589 por primera vez en Venezuela el Seminario Tridentino de Santa Rosa, núcleo de la Real y Pontificia Universidad de Caracas, fundada por el rey Felipe V el 22 de diciembre de 1721; recinto que más tarde, el 24 de junio de 1827 por disposición del Libertador Bolívar, se denominó Universidad Central de Venezuela, teniendo como primer Rector al sabio Dr. José María Vargas. Igualmente, logró que Caracas fuera la capital de la Provincia de Venezuela.  Simón de Bolívar, El Viejo, hombre de voluntad y talento, tipifica a ese ciudadano imprescindible, necesario, que llega a dar de sí para construir de la nada “nacionalidad”; por consiguiente se constituye en fundador de un carácter, esencia que permea a la sociedad donde vive y trabaja con esperanza de consolidar el deseo que palpita en su ser con ánimo de trascendencia: allí está el germen de la Libertad que habría de encarnar en el mugriento y despreciable populacho en tiempos de Luis XVI, en la conocida operación la Toma de la Bastilla, el martes 14 de julio de 1789, y que preludia la Revolución Francesa. Un descendiente de Simón de Bolívar, el Viejo, había nacido en Caracas seis años atrás y dejaría un legado de desprendimiento, amor y pasión por la Libertad e independencia, tan vital para el destino de Venezuela. 

Gracias a Juan Vicente González (1810-1866) la historia conserva el recuerdo de Alonso Andrea de Ledesma, historia recogida magistralmente por Mario Briceño Iragorry en El Caballo de Ledesma (1951). Así sigue combatiendo y participando en varias batallas hasta que en mayo de 1595 el pirata inglés Amías Preston con seis barcos artillados toma por asalto el puerto de Guaicamacuto, localizado a media legua de la Guaira.

Preston fue conducido por caminos secretos hacia Caracas a través del cerro el Ávila por un traidor, que luego recibió como pago ser degollado por los mismos piratas.

Llegaron entonces los piratas hasta Santiago de León de Caracas, y los habitantes de la ciudad huyeron despavoridos,  solo un anciano tomó las armas, un anciano que como el centenario Abraham de la Biblia, daría origen a una descendencia amiga de Dios; la nuestra será aquella de corazón magnánimo, desprendida de los deleites temporales que ofrece la riqueza y que trabaja y se esfuerza por mantener viva la llama sagrada de la Libertad.

Con armadura vieja en su caballo, con su lanza y ninguna otra fortaleza que su valor, enfrentará a los piratas.

Admirado de ver que el enemigo se limitaba a una sola persona, el pirata Preston da la orden de capturarlo vivo. Sin embargo, este caballero solitario, que prefiguraba al Quijote de Cervantes (1605), comienza a causar tantas bajas entre los piratas, que Preston se ve en la necesidad de ordenar que le den baja. Repiquetean los arcabuces y el caballero cae a tierra exánime.

Al sacarle la armadura, Preston se estremece al confirmar que el intrépido y feroz jinete es un anciano alto, delgado de barba ya blanca. Misteriosamente, o tal vez como parte de un ritual corsario, manda limpiar el cadáver, lo ponen sobre un escudo, lo cubren con una capa y disparan sus armas al aire en señal de homenaje y respeto.

¿Cómo pueden algunos venezolanos apoyar a Julio Borges, María Corina Machado, a Leopoldo López, a Enrique Capriles, a AD y a los proxenetas de la MUD, que para ellos la “venezolanidad” encarnada en Alonso Andrea de Ledesma, Bolívar, Mario Briceño Iragorry, Luis Beltrán Pietro Figueroa, Uslar Pietri, entre otros, sólo es un estorbo para sus planes ladinos, traicioneros, entreguistas y colonialistas? Para la oposición Venezuela, tristemente, tiene aspecto de torta y festín. Saquear, manipular y despojar de la dignidad venezolana es el Gran Proyecto de País que tiene estos apátridas.

 

VENEZUELA SOBREVIVIÓ A LOS CORSARIOS

Durante el Siglo XVI y XVII, Inglaterra y Portugal, con el breve Tratado de los Paños y los Vinos (Tratado de Methuen), suscrito en Lisboa en 1703 (Galeano: Las Venas Abiertas), que básicamente protegía su comercialización de paños y vinos, impondrá restricciones a las economías sudamericanas, que se verían afectadas por el poderío legal y militar: quemaban telares y hilanderías en Brasil y destinaban su oro para pagar deudas a Inglaterra. La piratería es secuela de estos privilegios, que también Venezuela sufre durante estos siglos. El pirata británico Christopher Myngs saqueó Cumana, Puerto Cabello y Coro en 1659 en el contexto de la Guerra anglo-española (1655-1660).

Maracaibo es visitada por los piratas Miguel El Vascongado, Albert van Eyck, Henry Morgan y Michel de Grandmont, este último se internó hasta Trujillo en los Andes. En 1669 Michel de Grandmont volvió a atacar las costas de Venezuela - en esta oportunidad el Puerto Cabello y Henry Morgan atacó nuevamente a Maracaibo. Charles François d'Angennes, marqués de Maintenon, atacó la isla de Margarita y la ciudad de Cumaná. Piratas franceses saquearon Valencia en 1677.

Con la Real Compañía Guipuzcoana, sociedad mercantil constituida el 25 de septiembre de 1728, por Real cédula del rey Felipe V, y que operó en Venezuela desde 1730 hasta 1785, España se arrogaba todos los privilegios en la comercialización de los rubros agrícolas del país, por supuesto, en calidad de dominador.

Para Uslar Pietri la Guipuzcoana le dio fisonomía al país en el sentido que creó una identidad entre el poblador y la tierra en la relación de productor y el demandante; pero al mismo tiempo provocaría reacciones de desacuerdo, como las rebeliones de Andresote (1730-1732); el motín de San Felipe (1741); la rebelión de Juan Francisco de León (1749); la sublevación de El Tocuyo (1744); todo ello dando perfil a una nación que para 1777 logra que se decrete la creación de la Capitanía General de Venezuela, como lógico reconocimiento legal a una realidad socio-política que será la base de nuestra nacionalidad.

Eventos sucesivos, como las rebeliones de Manuel Gual y José María España a mediados de 1797 y que finalizó el 8 de mayo de 1799, marcarán el destino de la futura nación: no darse el lujo de callarse o estarse quieta ante las injusticias y las falsedades.

Allí se decantó el alma venezolana que en Miranda y Bolívar alcanzan su más elevada dignidad. Aspirar a la “venezolanidad”, por tanto, demanda encarnar los ideales que esculpieron con sus vidas estos hombres. Amor al suelo patrio; fidelidad a nuestra esencia; desprendimiento de los bienes temporales; luchar incansablemente hasta que triunfe el bien sobre el mal; cesen los caínes y gobiernen los abeles (Abel).



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