Binóculo N° 462

Necrofilia mediática

Al final de la Segunda Guerra Mundial, el Big Brother comprendió el valor real de los medios de comunicación. Cuando salieron con las tablas en la cabeza de Vietnam, entendió que más que un valor, era un arma cuyo poder de alcance era ilimitado. El imperio echaba mano de algunas teorías de la comunicación que venían en desarrollo y que explicaban el comportamiento tanto individual como colectivo de la gente. Esos medios de comunicación que Althuser terminó definiendo, junto a otros componentes de la sociedad, como Aparatos Ideológicos del Estado.

Entre ellos estaba la teoría de la fijación de la agenda, también conocida como teoría de la Agenda Setting, la cual postula que los medios de comunicación de masas tienen una gran influencia sobre el público al determinar qué asuntos poseen interés informativo y cuánto espacio e importancia se les da.

Otra teoría no menos importante, es la teoría de la Hipodérmica, es el trabajo de Harold Dwight Lasswell, quien como investigador y publicista se proyectó con fuerza hacia el análisis de la propaganda, en un período marcado por las tensiones mundiales de entreguerras y la preocupación por los efectos de las mediaciones periodísticas en la formación de la opinión pública.

Y, además, entre tantas otras, se utilizó la teoría de los efectos limitados, que sirvió como corrección de la teoría hipodérmica. Surgió durante la década de los 40 del siglo XX, cuando en ambientes intelectuales de EEUU, se empezó a difundir la idea de que el efecto de los medios de comunicación en la sociedad no era tan grande. Siguiendo fundamentalmente las aseveraciones hechas por Harold Lasswell, la mayoría de estudios anteriores habían concedido un poder ilimitado a la propaganda. Los medios y la propaganda habían sido dotados de un poder que, en realidad, no poseían. Ese es el principal aporte de esta teoría. Está claro que estaba errada.

Ya en la Guerra de Corea, en 1950, se utilizaron medios poderosos del momento como la propaganda, que para entonces eran afiches, vallas y pintas, articulistas tarifados que influyen en la opinión pública, noticias que no alcanzaban la verdad, y la muy poderosa radio que tenía un alcance poderoso, pues llegaba a las ciudades más importantes del país, y, además, porque reunía a toda la familia, que cenaba alrededor de los pocos programadas que existían, con personajes de un alto nivel de credibilidad, sobre los aconteceres del mundo. Ciertamente ya la televisión existía, pues había nacido a finales de los 20 del siglo pasado, pero aún era incipiente, era muy costosa y sus creadores no sabían muy bien qué hacer con aquel aparato que transmitía imágenes. Había que ponerle guión y personas que hablaran. Aún no era el monstruo sagrado del siglo XX que fue después, y que aún es.

Fue la guerra de Vietnam y sus consecuencias, la que sentó a los analistas del Departamento de Estado, a desarrollar todo un andamiaje para sacarle el mejor de los provechos a los medios de comunicación. Ya tenían asesores y planificadores que marcaron no solo el valor de los medios, sino su utilización sacando el mayor provecho. Los presidentes tenían asesores que le decían al oído las cosas que debían o podían hacerse, y las que no. Había mentes maquiavélicas como Edward Bernays, quien fue publicista, periodista e inventor de la teoría de la propaganda y las relaciones públicas. Judío de nacionalidad austríaca, fue sobrino de Sigmund Freud, y utilizó ideas relacionadas con el inconsciente en Estados Unidos para la persuasión del self en el ámbito publicitario masivo. Propaganda, su libro más célebre, se publicó en 1928. Él escribió cosas como estas: "la manipulación inteligente de las masas es un gobierno invisible, que es el verdadero poder gobernante en nuestro país".

Con la guerra de Vietnam, el Big Brother aprendió que no debía publicitar imágenes y fotografías de soldados gringos y vietnamitas muertos o torturados, o imágenes de masacres, porque afectaba la sensibilidad de la opinión pública.

Durante la guerra de Panamá, en diciembre del 89, aprendieron a demonizar al enemigo, que, sumado a la utilización de todos los escenarios para la guerra, la siembra del terror y el ocultamiento de las matanzas, siempre inclinaban la balanza para calificar la intervención como un acto de justicia necesario.

La guerra de Irak fue la última guerra de los medios de comunicación que no se inclinaban a favor de los bandos en pugna, y contra los periodistas que fijaban posiciones en contra de las acciones militares. Aún retumba en mi cabeza de reportero, aquel cañonazo que dispararon marines contra el edificio donde se alojaban los reporteros de todo el mundo, que estaban transmitiendo la guerra. Mataron a ocho reporteros, y a decir de Rubén Blades, "nunca se supo el criminal quién fue". Las investigaciones quedaron en nada. En esta guerra, solo se transmitió lo que el Departamento de Estado quiso que se transmite.

En las nuevas guerras, no solo interviene un nuevo miembro de la comunicación, con más poder y más capacidad destructiva, sino que los conflictos se dan primero a través de ellas, y ellas determinan quién es el héroe y quién es el villano.

Si la televisión es el monstruo sagrado del siglo XX, las redes sociales son el monstruo sagrado del siglo XXI. Tiene una enorme capacidad destructiva, y no tienen ningún control, ni es posible controlarlas. Mejor aún, no hay forma de controlarlas. Son ellas las que ahora determinan quién es el monstruo y quién es el bueno, lo que se debe hacer y lo que no, quién sirve y quién no. Su control sobre los hechos, no tiene parangón en la historia de la humanidad. Tiene una impresionante capacidad para desvirtuar todo, y en un 90%, todo lo que dice es mentira, o una verdad a medias.

Ese es el nuevo enemigo, de todo y de todos, Lo peor de todo es que no se puede vencer, no solo por su rapidez y su capacidad de esconderse, sino porque es invisible. Es como Dios: está en todas partes.

Caminito de hormigas…

Filtros Wix cerró sus puertas y despidió a 500 trabajadores. Se fue a Brasil. A nadie del gobierno le interesó el problema. Ahora hay dos mil bocas sin ingresos… De repente despidieron a un personaje, dicen que, apoyado del partido, quien era coordinador de un edificio tricolor en Valencia. Las 500 personas que iban al gimnasio le pagan 12 dólares cada una. Ganaba más que el gobernador: 6 mil dólares al mes… Nicolás acaba de volver a decir que las bolsas Clap deben entregarse cada 15 días. Pero las comunidades ya llevan más dos meses sin que las estén vendiendo



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Rafael Rodríguez Olmos

Periodista, analista político, profesor universitario y articulista. Desde hace nueve años mantiene su programa de radio ¿Aquí no es así?, que se transmite en Valencia por Tecnológica 93.7 FM.

 rafaelolmos101@gmail.com      @aureliano2327

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