Washington, en crisis, pero rechazan admitirlo republicanos y demócratas

The New Yorker equipara a Bush con Nerón; la situación, como Roma en llamas

George Casey, comandante de las tropas estadunidenses en Irak, y Robert Gates, jefe del Pentágono, en la base aérea de Talil, en el país invadido

George Casey, comandante de las tropas estadunidenses en Irak, y Robert Gates, jefe del Pentágono, en la base aérea de Talil, en el país invadido

Nueva York, 19 de enero. La portada de la revista The New Yorker lo dice todo: una imagen de Nerón tocando el arpa en un podio con micrófonos y con el emblema oficial "Sello del Presidente de Estados Unidos" y el rostro de George W. Bush. El dibujo de Anita Kunz se titula "Mientras arde Roma".

Washington-Roma está en crisis pero casi ningún político está dispuesto a confesarlo. Los abusos de poder del Ejecutivo han dañado la Constitución y varios fundamentos del sistema legal estadunidense (por ejemplo, la anulación del habeas corpus y el espionaje a ciudadanos sin previa autorización judicial), violado la Carta de Naciones Unidas y la Convención de Ginebra, entre otras normas legales internacionales, y se han cometido graves violaciones de derechos humanos con impunidad (tortura, desapariciones, arrestos arbitrarios y más). Todo aprobado, o por lo menos aceptado, por la legislatura.

Ahora, con los demócratas en poder del Congreso, se prometen investigaciones a fondo de algunas de estas prácticas y violaciones, y se promete revertir algunos abusos, pero nadie está llamando a los bomberos, sino por ahora los políticos sólo buscan controlar las llamas.

Esto queda claro en el caso de Irak; los demócratas y cada vez más republicanos repiten su rechazo del plan del presidente, pero no logran llegar a un consenso sobre una contrapropuesta real, ni están dispuestos, por el momento, a detener a la Casa Blanca en su intención de enviar a otros 21 mil 500 soldados a una guerra que, ya todos reconocen, no puede ser ganada.

Generales, ex generales, tropas y veteranos, figuras políticas de gran perfil de ambos partidos y la opinión pública en general han intensificado el volumen de su oposición a la estrategia bélica del gobierno de Bush, pero los políticos ­con sus excepciones­ proceden muy cautelosamente.

Y es que el enfoque sobre Irak tiene dos vertientes: una es lo que ocurre en los campos de batalla al otro lado del mundo; la otra es la lucha política que provoca dentro de Estados Unidos y sus consecuencias para la competencia por el poder entre la cúpula del país.

De hecho, algunos sospechan que, ya que Irak está perdido, Bush y sus estrategas están alargando el conflicto sólo para trasladar los costos y el fin poco glorioso de ese desastre a los demócratas.

O sea, según esa interpretación, el juego es cómo maniobrar para que cuando se acabe la música, se le pueda echar la culpa a Teté. Eso explica por qué los demócratas podrían no desear ofrecer una contrapropuesta, ya que sería responsabilizarse del desastre y serían ellos los culpados de "perder" Irak y la guerra contra el terrorismo.

Los militares también se encuentran arrastrados a este juego. Antes de fin de año, los dos comandantes supremos de la guerra habían indicado que ni un solo jefe militar estadunidense en Irak consideraba que un incremento de tropas podría solucionar la crisis. The Washington Post reportó en diciembre que el mando máximo de las fuerzas armadas, la junta de jefes militares en el Pentágono, se oponía de manera unánime a enviar 15 mil elementos más a Irak.

Pero por ahora, el comandante en jefe ha dado las órdenes y, al parecer, todos cumplirán con su deber (aunque nada indica que hayan abandonado sus dudas).

Mientras, los nuevos comandantes designados por Bush para implementar su estrategia en Irak ofrecen promesas relativamente optimistas, pero sus pronósticos anteriores ofrecen mucho para la duda sobre sus talentos como adivinadores del futuro. El general George Casey sorprendió hoy a reporteros en Irak cuando comentó ­con su jefe, el secretario de Defensa, Robert Gates, en su segunda visita en un mes al país invadido­ que había la posibilidad de que algunas tropas pudieran ser retiradas para este verano.

Sin embargo, durante los últimos dos años, Casey también había pronosticado una reducción del nivel de violencia justo antes de llegar a sus peores niveles, y en otra ocasión habló de posibilidades de un inicio de retiro de tropas durante 2006.

El nuevo encargado de implementar el plan de Bush sobre el terreno, el teniente general Raymond Odierno, tampoco ha sido muy acertado. A mediados de 2003 consideró que el enemigo tenía poca voluntad en enfrentarse militarmente con Estados Unidos; seis meses después consideró que la insurgencia era "una amenaza fracturada y esporádica" y aseguró que las cosas "mejoraban constantemente".

Y el presidente no ha logrado convencer a nadie aquí sobre los méritos de su "nuevo" plan. Como señala Steve Coll en The New Yorker: "es difícil rescatar una guerra construida sobre distorsiones e ilusiones, porque para proteger las falsedades ofrecidas a los votantes en el pasado, un presidente y sus asesores podrían estar tentados de fabricar aun más de ellas".

Las consecuencias de ese desastre para el partido del presidente son cada vez más marcadas y se expresa cierta alarma por el futuro político de los republicanos. El propio presidente del partido, Ken Mehlman, advirtió en su discurso de despedida del cargo esta semana que el instituto político sufriría mayores derrotas en las elecciones nacionales en dos años si no hace algo ahora para resucitar y cambiar de curso.

Aún más notable es que poco más de un año después de que Bush fue relecto y los republicanos estaban consolidando su proyecto de monopolizar el poder político nacional a largo plazo, de repente se encuentran al borde del abismo.

Por suerte, tienen como contrincantes al Partido Demócrata, que siempre se ha lucido por su falta de coherencia, espina vertebral y audacia. Mucho depende de si los demócratas logran traducir el desencanto popular con el gobierno de Bush en algo más que cambios superficiales.

Pero no ayudan mucho cosas como buscar otros enemigos. Hoy el senador Ken Salazar ofreció una presentación a reporteros sobre la posición del Partido Demócrata antes del informe presidencial con la novedad de que por primera vez se hizo en español. Al repetir varios de los puntos prioritarios del liderazgo demócrata en el Congreso, afirmó que Bush había ignorado los intereses estadunidenses en América Latina. Señaló que, por distraerse exclusivamente en asuntos de seguridad nacional y el conflicto en Medio Oriente, Bush "ha creado un vacío en Latinoamérica que ha sido llenado por (Hugo) Chávez".

Los republicanos también están hablando español. Eligieron al senador cubanoestadunidense Mel Martínez como presidente del Comité Nacional Republicano. O sea, con un desastre en Irak, con Bush tocando el arpa mientras arde su presidencia, tal vez la salvación de Washington sea hablar otro idioma.



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