Apologistas de la muerte

La defensa incondicional del capitalismo en que viene empeñado Glenn Beck (un republicano de NY que tiene un programa de opinión en la cadena Fox), es una oportunidad para examinar ese sistema económico, caracterizado por el consumismo y causante (como sus émulos del llamado “socialismo o comunismo real”), del irreparable daño ambiental y de la extinción criminal de especies.

Sin duda, la crisis de ese ‘modo de producción’, de esa forma económica específica de producir riquezas y bienestar (o iniquidad y confort), exige extraer lecciones.

El futuro de la especie humana está en juego, de modo que nos toca a todos ejercer nuestra mayoría de edad, identificar nuestros intereses verdaderos, ser honestos con nosotros mismos y con la sociedad.

Es hora de zafarnos del dominio mental de los demagogos que distorsionan la realidad hasta convertir en sus más fanatizados y radicales defensores a quienes siempre han sido sus víctimas, su soporte social: las clases medias ilusionadas con el “sueño americano”.

Ahora, ellas se ven privadas de sus casas y de sus ahorros pensionales por las maniobras criminales de los potentados, exacerbadas durante el imperio del destructivo “neoliberalismo”.

Éste constituye el mayor enemigo de la especie, de los derechos civiles, de la dignidad humana, del delicado equilibrio ambiental...

Los defensores del sistema imperante (aunque en agonía, no entienden ni admiten el papel fundamental que el medio ambiente cumple para la conservación y el fomento de la vida, de esa sagrada vida que el capitalismo desprecia y le amarga a las mayorías, pues sólo considera dignos de disfrutarla a los potentados inmunes al castigo y dolorosamente impunes y endiosados.

Para los demás, el futuro es oscuro, incierto, azaroso, si seguimos defendiendo los privilegios de los potentados contra los derechos de las mayorías, tan dignas como cualquiera, aunque Glenn Beck no lo crea.

El capitalismo considera que el poder personal de los potentados y las condiciones que les garantizan una ganancias crecientes, que aumentan sus fortunas hasta cifras siderales, son metas superiores y mucho más deseables que destinar la riqueza social a satisfacer las necesidades de los millones de miserables famélicos que el capitalismo “produce” por todas partes.

Para sus víctimas, el derecho a la propiedad no existe. Ni tiene porqué existir, pues, en tal caso, no habría diferencias entre pobres y ricos. Todos caeríamos en una condición de igualdad que los potentados detestan.

Ese es el status quo que el wasp Glenn Beck defiende, emulando a otros desesperados –como Rush Limbaugh, también un showman de TV conservador que se le adelantó en su campaña reaccionaria contra Obama- porque les van a cobrar los platos que rompieron y no quieren pagarlos.

Aspiran a que todos los apoyemos en su “heroica” campaña, que incluye apologías al fronterizo criminal mitómano que precedió a Obama. Un hijo del ex jefe de la CIA, su homónimo y también ex presidente, George W. Bush, aún impune.

La criminal y mentirosa administración de esa lacra humana, ha constituido el más claro escenario de las vilezas del sistema que representó.

Lo llevó a los límites de su desmesura antidemocrática, asesina, pérfida, capaz de las peores canalladas a nombre de “la libertad, la igualdad y la fraternidad”, siempre pisoteadas y negadas para las mayorías por el capitalismo.

Se las expropió a los ciudadanos para garantizárselas a unos potentados desalmados que no merecen sino castigo pero pretenden seguir conservando los más abusivos privilegios.

Mientras con la paranoia terrorista que alimentó con el temor a los atentados, potenciado por los del 11 de septiembre, pudo restringir el ejercicio de las libertades civiles; con la sed de venganza que fomentó pudo justificar sus aleves ataques a Afganistán e Irak.

Para el último, la mentira fue persistente; la calumnia, permanente; el engaño, constante.

Y aunque la humanidad no le creyó y rechazó la invasión –que no era más que un saqueo inmisericorde-, los Dick Cheney, los Donald Rumsfield, los capitanes del neoliberalismo irrumpieron para robarse el petróleo iraquí y apoderarse de todos los contratos para la reconstrucción del país que arrasaron, y para el sostenimiento de los invasores.

Era la manera más expedita de garantizarles a los potentados del neoliberalismo, rápidas y abundantes fuentes de enriquecimiento...

Ese es el sistema que Glenn Beck sostiene que hay que defender a toda costa, antes de que Obama termine distribuyendo entre los pobres lo que los ricos consideran exclusivamente suyo, como los fondos públicos que, tan generosamente y sin exigirles garantías, les cedió Bush para ayudarlos a ocultar la crisis e impedir que los golpeara personalmente.

Por eso, Beck reputa de abominación que los servicio de salud se sustraigan de la esfera de la competencia privada para reasignárselos al Estado como una obligación elemental con los ciudadanos, independientemente de su poder adquisitivo personal.

Eso de apoyar al ciudadano común y corriente, le parece una aberración; pero considera de la esencia del sistema, parte de sus fundamentos, sostener a los “capitanes de industria”, a los cínicos ladrones de “cuello blanco” que nos han llevado al abismo.

¿Será que merece el apoyo de la humanidad su causa suicida? ¿No será más saludable denunciarlo como un desalmado wasp convencido de que los demás somos inferiores, ciudadanos de tercera o cuarta categorías?

¿Será envidia de quienes no ocupan un lugar tan destacado en esta “sociedad de las oportunidades”?

La naturaleza, que no es clasista, parece darnos la razón y exigirnos que denunciemos a los criminales que siempre han abusado de las mayorías y gozan poniéndolas a enfrentarse mientras ellos disfrutan su viaje a este mundo.

Pero lo hacen destruyendo la madre común, la Pacha Mama. ¿Serán fantasías? ¿Será que la noble vieja se queja sin razón? ¿Será que también es una pobre envidiosa y resentida?

dario-botero@hotmail.com




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