Orígenes de la maldición sobre Colombia

Durante el gobierno de Santander se impusieron las más severas leyes contra los conspiradores. Decía el artículo 26 de estas leyes, establecidas el 3 de junio de 1833: "A los que por medio de tumultos o facciones tomen las armas para destruir las autoridades constituidas o cambiar las formas de gobierno; a los que tengan comunicación con el enemigo, tumulto o facción; a los que aconsejen, auxilien o fomenten la rebelión, traición o conspiración, serán condenados al último suplicio".

Desde este momento se inicia el verdadero origen de la inestabilidad y del crimen organizado de Colombia. Álvaro Uribe es el más perfecto hijo que sembró la mafia política de Santander. A partir de esta fecha de 1833, Colombia se convierte en un hervidero de asesinatos políticos incontrolables. Anoche hablaba con Gustavo Moncayo, el profesor caminante, y le referí algunos hechos que tienen relación con el tenebroso pasado de los liberales y de la monstruosa ultra-derecha colombiana. Veamos lo que le pasó al general Sardá, a quien Santander mató de una manera horrorosa:

El general José Sardá, era un español de Navarra que había servido en las fuerzas de Napoleón en Italia. Cuando José Bonaparte fue proclamado rey de España, Sardá regresó a su país para enfrentar a los franceses. Estuvo preso en Francia, participó más tarde en la campaña napoleónica en Rusia, y caído en desgracia el famoso corso, se refugió en Inglaterra. Aburrido de una vida sin destino decidió venir al Nuevo Mundo; se unió a una expedición, junto con otros españoles para luchar por la independencia de México. Esta última decisión la considera la historiadora granadina Pilar Moreno de Angel de una felonía. Dice que Sardá traicionó así su patria, tal como lo haría años más tarde con el régimen constitucional que gobernaba la Nueva Granada"(234).

De modo pues, que luchar contra la tiranía española, por ser él español, era traición a la patria. Qué modo de entender la historia, cuando más bien deberíamos estar altamente agradecidos de los servicios prestados a nuestra causa por el general Sardá. Si Sardá era traidor por ser español, ¿por qué entonces Santander permitió que fuera un militar activo de alto rango en las luchas por la Independencia donde por otro lado este general jamás dio la menor prueba de mala fe, de ineptitud, de querer perjudicar nuestra causa?

La verdad era que el país había quedado golpeado por haberse suprimido desde 1831 el escalafón militar a oficiales de alto rango. Como Márquez, o por su conducto, reincorporaron a ciertos oficiales que fueron "borrados" por Obando, Sardá quien trabajaba en una ferretería de la capital, decidió elevar un memorial al gobierno donde presentaba su derecho a disfrutar de los beneficios que como ciudadano y miembro del antiguo ejército libertador merecía. Esta solicitud que llegó a manos del presidente y del secretario de Guerra, el general Antonio Obando, fue negada con el argumento de que no se conocía si Sardá hubiere cooperado de modo notorio y eficaz en favor del restablecimiento del legitimo gobierno.

Es posible que Sardá, como buen español, ante esta contundente respuesta lanzara algunas imprecaciones, maldiciendo el día en que había venido a perder su tiempo en Colombia De inmediato (al igual que el caso del viejo Malpica asesinado en 1819), sus hirientes quejas fueron llevadas al bufete del Hombre de las Leyes.

A Santander le encantaba escuchar los chismes que se hacían sobre su gobierno; desde 1819 constituía su mejor pasatiempo. En ocasiones, la necesidad de tener que rebatir en regla a sus críticos, le llevaba a visitar iglesias, se metía en las reuniones de plazas y mercados, y le gustaba rebatir, sosteniendo el bastón de su alto mando, las críticas que se le hicieren al poder ejecutivo. A veces hasta disfrazado se paseaba por el pueblo para escuchar directamente cuanto sobre él se decía.

No creemos como se ha difundido tan grotescamente, que Sardá hubiere intentado derrocar al gobierno de Santander, porque esto entonces requería de grandes fuerzas militares; una inmensa opinión pública a su favor y un apoyo decidido entre los hombres más preparados de la nación; nada de esto, evidentemente, poseía el pobre Sardá, quien era apenas un dependiente de la Ferretería Pacho, en la capital.

Había, pese a cuanto hizo el presidente para castigar a estos "conspiradores", un sentimiento de honda frustración. Sardá se había burlado de las medidas para aprehenderle. Sobrevivió casi un año de persecuciones, requisas (de detenciones a sospechosos), sin resultados "positivos". El gobierno ordenaba imprimir avisos donde se ofrecían premios de mil pesos fuertes a quienes lo denunciasen, dos mil pesos al que lo aprehendiese y lo entregara a la justicia, prometiendo guardar en reserva el nombre de quien lo hiciere; no hubo cosa que no imaginara el gobierno para estimular a todo el mundo para buscarle, para aprehenderle como si se tratase de un monstruo. Se enviaron a Tunja y a Antioquia pelotones de soldados, armados hasta los dientes, especialmente entrenados para esta clase de búsquedas, desposeídos de todo escrúpulo y ciegamente fieles a Santander.

En octubre fue asesinado Sardá, y el mismo día por la tarde salió Santander satisfecho a pasear en coche; lo hizo con el capitán José Manuel Calle, el hombre que luego de haber sido herido París le descerrajó un trabucazo en la cabeza. Aquello llamó la atención, pues al parecer Santander sentíase tranquilo y seguro al lado de monstruos como este; se le notó sereno y parecía estar celebrando un triunfo, pues raramente se le veía pasear en coche.

El 1º de noviembre de 1834, Pedro Ortiz, el asesino de Sardá, fue ascendido a Alférez Primero.



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(234) Santander, Pilar Moreno de Angel; Edit. Planeta, Tercera Edición, 1990, pág. 585.

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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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