La España inmadura

Esos insensatos políticos españoles, herederos de los vencedores de la guerra civil y del franquismo siguen asilvestrados. No se han civilizado. Haberlos haberlos condenado primero la justicia y oponerse ahora con todo el ruido y la aparatosidad posible, y oponerse después al indulto y a una ley de amnistía para liberar a varios políticos la os catalanes que hicieron o consintieron un simulacro de consulta popular vía referéndum al fin y al cabo prevista en la Constitución española, en su artículo 149º-32º (consultas que los sucesivos gobiernos catalanes desde 1978 vienen solicitando al gobierno central, sin obtener nunca respuesta alguna), no sólo es una infamia sino una insensatez, tanto la condena por parte de la justicia como la tenaz oposición ahora a la amnistía. En cualquier otro país europeo la escenificación de aquel referéndum o consulta, con sus urnas, hubiera sido considerada una broma, una parodia, pues la independencia técnicamente considerada no era posible por el farragoso procedimiento por el que semejante decisión hubiera debido tramitarse. Pero no hubiera estado nada mal conocer el porcentaje de catalanes que deseaban y desean su independencia… De todos modos ¿impedirían y encarcelarían esos insensatos a un miembro de su familia que se considerase autosuficiente y necesitado de independizarse, que se plantease marcharse de casa?

Y digo que todo esto es una insensatez propia de una nación pese a haber pasado tantas cosas y estar vinculada a la Comunidad Europea, a la OTAN y a tantos otros compromisos internacionales, porque estar esa parte de españoles no sólo en contra de un deseo y de un pensamiento político sino persistir en la idea de que deben ser objeto de penalidad, es decir, de castigo, es una muestra de la miserable calaña de una parte de la sociedad española anclada en ideas mostrencas y en el ánimo de confrontación permanente buscando al enemigo siempre por dentro de España. Su actitud equivale a la de la Inquisición española que duró 600 años cuando condenaba a la hoguera a ateos, descreídos y herejes. No hay más diferencia de fondo. Condenan los "deseos", las "aspiraciones" pese a que ellos y ellas, en buen número tan católicos, saben bien porque se lo han oído decir millones de veces a sus mentores religiosos, que se odia al pecado pero no al pecador…

En resumen, los catalanes tienen tanto derecho a desear su independencia, como ellos a adueñarse de todas las riquezas del mundo. Aquella pantomima de consulta popular, en un país normalmente civilizado no hubiera pasado de una anécdota y el gobierno y las instituciones no hubiesen hecho caso alguno a un proceso que en la realidad, de haberse consentido oficialmente, sería muy complejo…



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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