La locura, en estos tiempos

Según Foucault, en la Alta Edad Media "la denuncia de la locura llega a ser la forma general de la crítica. En las farsas y soties, el personaje del Loco, del Necio, del Bobo, adquiere mucha importancia. No está ya simplemente al margen, silueta ridícula y familiar: ocupa el centro del teatro, como poseedor de la verdad, representando el papel complementario e inverso del que representa la locura en los cuentos y en las sátiras. Si la locura arrastra a los hombres a una ceguera que los pierde, el loco, al contrario, recuerda a cada uno su verdad; en la comedia, donde cada personaje engaña a los otros y se engaña a sí mismo, el loco representa la comedia de segundo grado, el engaño del engaño; dice, con su lenguaje de necio, sin aire de razón, las palabras razonables que dan un desenlace cómico a la obra. Explica el amor a los enamorados, la verdad de la vida a los jóvenes, la mediocre realidad de las cosas a los orgullosos, a los insolentes y a los mentirosos. Hasta las viejas fiestas de locos, tan apreciadas en Flandes y en el norte de Europa, ocupan su sitio en el teatro y transforman en crítica social y moral lo que hubo en ellos de parodia religiosa espontánea".

Pero la locura tiene también sus juegos académicos; es objeto de discursos, ella misma los pronuncia; cuando se la denuncia, se defiende, y reivindica una posición más cercana a la felicidad y a la verdad que la razón, más cercana a la razón que la misma razón. Desde el siglo XV, el rostro de la locura ha perseguido la imaginación del hombre occidental. Es el ascenso de la locura, su sorda invasión, la que indica que el mundo está próximo a su última catástrofe, que la demencia humana llama y hace necesaria.

A partir del siglo XIX el loco pasa a ser protagonista de la disidencia en cualquier materia. Esta circunstancia ha durado prácticamente hasta ayer. Sin embargo hay numerosas señales de que el loco como objeto psiquiátrico ha desaparecido. Hay incluso una variedad, la del "opni", objeto psiquiátrico no identificado. Sólo cuando causa un daño cuantificable o físico y reiterado en otra persona se tiene en cuenta la posibilidad de mediar locura, generalmente para beneficiarse de la exculpación o la atenuación jurídicas de la condena. Pero en todo caso, ha pasado a ser de protagonista de una parte de la sociedad, a desaparecer como tal loco. Pero es muy complicado. Por eso hemos de ser prudentes pues el fenómeno de la locura se ha invertido. Ahora somos los ciudadanos comunes quienes estamos cuerdos. Somos quienes detectamos fácilmente la locura en quienes se han encaramado en la dirección de las naciones y del espacio ése que llaman globalizado. Ellos son los locos. Locos que no hacen ruido ni se alborotan. Locos auto controlados que son quienes tienen nuestro destino en sus manos siendo así que están siendo manejados como títeres por otros titiriteros a miles de kilómetros de distancia. Titiriteros éstos que a su vez son manejados desde las sombras por otros y otras imposibles de identificar. En esta imposibilidad radica su fuerza y el éxito de sus propósitos…

Un don nadie, como yo, Peter Melian, dice en RT: "soy nonagenario y en mis noventa años de mi existencia jamás he conocido un bípedo que no le patine el coco. Simbólicamente nos imaginamos a los dementes como pobres diablos alborotándose la melena, rasgándose las vestiduras, arrancándose la pendejera, arrojando flores por la boca acompañándose con lenguaje físico provocativo e insinuante para enfatizar su delirio. No del todo. Los más locos y arrebatados poseen grados universitarios, no visten mal, no alteran sus voces, no usan vocabulario ofensivo, muchos de ellos inclusive ¡hasta son jefes de estado! ¡figuras eclesiásticas destacadas ! ¡ganadores de premios por sus facultades histriónicas! ¿Quienes los premian? ¡Otros locos desquiciados y esquizofrénicos como ellos! ¡El atolondrado y arrebatado corona al loco y los dementes aplauden!"

Es exactamente así, como dice este nonagenario. Los locos están entre la clase dirigente y sus intenciones y discrepancias agravan su locura al vérselas con otros, pues no todos están locos…

En materia de salud pública, por ejemplo, un gobierno compuesto por más de una docena de ministros y ministras no puede oponerse, ni siquiera responder, a un ministro u otro miembro del staff que "decide" basado en una declaración "universal" de pandemia, formulada por un organismo prácticamente en manos privadas, como es la OMS. Pero es que lo mismo sucede a un gobierno, a todos los gobiernos, que no pueden oponerse ni siquiera responder a expertos informáticos incluso de "toda" la confianza de quienes componen el gobierno incluidos, por supuesto, el presidente, el primer ministro, el jefe de estado o el rey…



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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