Es difícil encontrar en la política internacional un inicio de mandato
democrático tan turbulento como el que tuvo el presidente Lula. La
democracia pendía de un hilo y se salvó (por ahora) gracias a una
combinación contingente de factores excepcionales: el talento del
presidente como estadista, la acción correcta en el momento correcto de un
ministro en el lugar correcto, Flavio Dino, pronto respaldado por el apoyo
activo del Supremo Tribunal Federal. Las instituciones específicamente
encargadas de defender la paz y el orden público estuvieron ausentes, y
algunas de ellas incluso se confabularon con la asonada depredadora de
bienes públicos. Cuando una democracia prevalece en estas condiciones, es
tanto una afirmación de fuerza como de debilidad.
Muestra que tiene más ánimo para sobrevivir que para florecer.
Lo cierto es que, a la larga, solo sobrevivirá si florece. Y para ello
se necesitan políticas con lógicas diferentes, susceptibles de generar
conflictos entre sí. Y todo tiene que hacerse bajo presión.
Es decir, el futuro llegó rápido y con prisas. Brasil no volverá a ser lo
que era antes de Bolsonaro, al menos durante algunos años.
Brasil tiene dos heridas históricas mal curadas: elcolonialismo portugués
y la dictadura. La herida del colonialismo estaba mal curada porque ni la
cuestión de la tierra ni la del racismo antinegro, antiindígena y antigitano
(las dos herencias malditas) fueron solucionadas.
La última solo empezó a ser enfrentada con el primer gobierno de Lula
(acciones afirmativas, etc.). La herida de la dictadura estaba mal curada
debido al pacto con los militares antidemocráticos en la transición
democrática, de la que resultó la impunidad de los crímenes cometidos por
los militares. Estas dos heridas estallaron con toda la purulencia en la figura
de Bolsonaro. El pus se mezcló en la sangre de las relaciones sociales a
través de las redes sociales y allí permanecerá por mucho tiempo por la
acción de un lumpen capitalismo legal e ilegal, racial y machista, que
persiste en la base de la economía, una base resentida en relación con la
cúspide de la pirámide, el capital financiero, debido a su usura. Esta herida
mal curada y ahora más expuesta envenenará toda la política democrática
en los próximos años. La convivencia democrática tendrá que convivir
paralelamente con una pulsión antidemocrática bajo la forma de un golpe
de Estado continuado, ora latente, ora activo. Así será por lo menos hasta el
2024, fecha de las elecciones estadounidenses, debido al pacto de sangre
entre la extrema derecha brasileña y la estadounidense.
El intento de golpe del 8 de enero alteró profundamente las
prioridades del presidente Lula. Ante el agravamiento de la crisis social, la
agenda del presidente electo estaba destinada a privilegiar el área social. De
repente, la política de seguridad se impuso con total urgencia. Preveo que
seguirá ocupando la atención del presidente mientras la clandestinidad
golpista muestre que tiene aliados en las Fuerzas Armadas, en las fuerzas
de seguridad y en el capital antiamazónico. Este capital está comprometido
con la destrucción de la Amazonia y la solución final para los pueblos
indígenas. Las fotos de los yanomamis que circularon por el mundo solo
tienen parangón con las fotos de las víctimas del holocausto nazi en la
década de 1940. ¿Cómo podría yo haber imaginado, ocho años después de
recibir a los líderes indígenas de Roraima en la Universidad de Coímbra
(una delegación en la que estaba la ahora ministra Sonia Guajajara) y
recibir de ellos el tocado y el palo de lluvia –un gran honor para mí–, que
asistiría a la conversión de su territorio, por cuya demarcación luchamos,
en un campo de concentración, un Auschwitz tropical? Brasil necesita la
cooperación internacional para obtener la condena internacional por
genocidio del expresidente Bolsonaro y algunos de sus ministros, a saber,
Sérgio Moro y Damares Alves.
Cuando el futuro llega rápidamente hace exigencias que a menudo se
superponen. El drama mediático provocado por el intento de golpe exige
mucha atención y vigilancia por parte de los dirigentes. Sin embargo, dadas
las poblaciones marginadas que viven en las inmensas periferias, el drama
golpista es mucho menor que no poder alimentar a tus hijos, ser asesinado
por la policía o las milicias, ser violada por el patrón o asesinada por tu
pareja, ver tu casa siendo arrastrada por la próxima inundación, sentir los
tumores creciendo en el cuerpo debido a la exposición excesiva a
insecticidas y pesticidas (prohibidos en todo el mundo pero de libre uso en
Brasil), ver el agua del río donde siempre se buscó el alimento contaminada
hasta el punto de que los peces son veneno vivo, saber que tu joven hijo
negro será encarcelado indefinidamente a pesar de que nunca fue
condenado, en fin, temer que tu asentamiento sea destrozado mañana por
delincuentes escoltados por la policía.
Esos son algunos de los dramas de las poblaciones que, en un futuro
próximo, responderán a las encuestas sobre el índice de aprobación del
presidente Lula y su gobierno. Cuanto más bajo sea este índice, más
champán consumirán los golpistas y los líderes fascistas nacionales y
extranjeros. Confiemos en el genio político del presidente Lula, que
siempre ha vivido intensamente estos dramas de la población vulnerable,
para gobernar con mano dura a fin de contener y castigar a los golpistas
presentes y futuros; y con mano solidaria, para amparar y devolver la
esperanza a su pueblo de siempre.
*Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez