Técnicas avanzadas de interrogación policial

—"Naomi Klein demuestra que el capitalismo emplea constantemente la violencia, el terrorismo contra el individuo y la sociedad. Lejos de ser el camino hacia la libertad, se aprovecha de las crisis para introducir impopulares medidas de choque económico, a menudo acompañadas de otras formas de shock no tan metafóricas: el golpe de la porra de los policías, las torturas con electroshock o la picana en las celdas de las cárceles. De Chile a Sudáfrica, de Argentina a Brasil, de Colombia a Siria, los ejemplos, y sus escalofriantes consecuencias, abundan".

El 11 de septiembre de 2001, ese sempiterno esfuerzo por negar plausiblemente la realidad se esfumó. El ataque terrorista contra las Torres Gemelas y el Pentágono era un shock distinto de los que habían imaginado los autores de "Kubark", pero sus efectos fueron notablemente similares: profunda desorientación, miedo y ansiedad agudas, y una regresión colectiva. Como el interrogador que adopta la "figura paternas", la administración Bush se apresuró a jugar con ese miedo para desempeñar el papel del padre protector, dispuesto a defender "la patria" y su pueblo vulnerable por todos los medios que fueran necesarios. El cambio en la política de Estados Unidos, que se resume en la desgraciadamente conocida declaración del vicepresidente Dick Cheney acerca de trabajar "el lado oscuro", no significó que esta administración abrazara tácticas que habrían repelido a sus antecesores, más compasivos y humanos (como demasiados demócratas han afirmado, invocando lo que el historiador Garry Wills llama el especial mito americano de la "pureza original"). Más bien, la revolución es que anteriormente estas operaciones se llevaban a cabo a distancia suficiente como para negar todo conocimiento de las mismas. Ahora, se realizarían directamente y la administración las defendería abiertamente.

A pesar de todo el debate acerca de la tortura "privatizada", en manos de proveedores externos, la verdadera innovación de la administración Bush es que la ha internalizado, torturando a prisioneros en instalaciones estadounidenses, con sesiones de tortura dirigidas o gestionadas por norteamericanos. Los presos llegan a las instalaciones mediante "extraditaciones extraordinarias" desde terceros países, transportados por aviones norteamericanos. Ésa es la diferencia del régimen de Bush: después de los ataques del 11 de septiembre, se atrevió a pedir el derecho a torturar sin vergüenza alguna. Eso ponía a la administración en una posición delicada, pues podía ser objeto de una investigación criminal, problema, que soslayó cambiando la legislación. La cadena de acontecimientos es de todos conocida; el entonces secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, siguiendo órdenes de George W, Bush, decretó que los presos capturados en Afganistán no entraban en el marco de la Convención de Ginebra porque eran "combatientes enemigos", no prisioneros de guerra, un punto de vista corroborado por la Oficina Legal de la Casa Blanca y su director, Alberto Gonzales (más tarde ascendido a fiscal general del Estado). Luego, Rumsfeld aprobó una serie de técnicas de interrogación especiales para la guerra contra el terror. Incluían los métodos descritos por los manuales de la CIA: "celdas de aislamiento durante un máximo de treinta días; privación sensorial de luz y estímulos auditivos"; "puede cubrirse la cabeza del detenido con una capucha durante su desplazamiento e interrogatorio"; "permiso para retirarle la ropa" y "explotar las fobias individuales de los detenidos (como el miedo a los perros) para causarle estrés", Según la Casa Blanca, la tortura seguía estando prohibida, pero para que ahora se considerase tortura, el dolor infligido debía ser "equivalente en intensidad al dolor que provoca una herida física de gravedad, como un fallo o insuficiencia de los órganos". Según estas nuevas regulaciones, el gobierno estadounidense era libre de emplear los métodos desarrollados durante los años cincuenta en innumerables operaciones encubiertas, secretismos y desmentidos, sólo que ahora podía utilizarlas a plena luz del día, sin miedo a la persecución legal. Así, en febrero de 2006, el Comité de Inteligencia Científica, un brazo consultor de la CIA, publicó un informe escrito por un veterano interrogador del Departamento de Defensa. Declaraba abiertamente que era imprescindible una "cuidadosa lectura del manual Kubark para cualquier participante en un interrogatorio".

Una de las primeras personas que tuvo que hacer frente a este nuevo orden fue el ciudadano estadounidense, y antiguo miembro de una pandilla urbana, José Padilla. Fue arrestado en mayo de 2002 en el aeropuerto O’Hare de Chicago, acusado de intentar construir una "bomba sucia". Padilla pasó 1.307 días en esas condiciones, sin acceso a ningún contacto humano excepto el de sus interrogadores. Durante las sesiones de interrogación, éstos bombardeaban los abotargados sentidos de Padilla con una descarga de luces y sonidos martilleantes. Según el testimonio de los expertos, las técnicas de regresión modeladas por Cameron habían tenido un rotundo éxito, y habían destruido el adulto en él, precisamente el objetivo para el que fueron diseñadas. "La tortura intensiva que ha sufrido el señor Padilla le ha dañado física y mentalmente", afirmó su abogado. "El trato del gobierno hacia el señor Padilla le ha privado de su ser personal, de su más íntima identidad." Un psiquiatra que lo entrevistó llego a la conclusión de que el acusado carece de la capacidad de colaborar en su propia defensa". Sin embargo, el juez del tribunal, nombrado por la administración Bush, insistió en que Padilla estaba capacitado para someterse a juicio. El hecho de que se llevara a cabo ese juicio, en público, convierte al caso Padilla en algo extraordinario. Miles de prisioneros detenidos en prisiones a cargo del gobierno estadounidense —y que a diferencia de Padilla no eran ciudadanos norteamericanos— han sufrido el mismo régimen de tortura, sin la posibilidad de un juicio público en los tribunales civiles.

Muchos languidecen en Guantánamo. Mamduh Habib, un australiano encarcelado allí, declara que "Guantánamo es un experimento y el lavado de cerebro es el objetivo de ese experimento". Ciertamente, de los testimonios, informes y fotografías que se han filtrado de Guantánamo, se desprende la sensación de que el Allan Memorial Institute de los años cincuenta se ha teletransportado a Cuba. Al ingresar en la cárcel, se leds coloca una capucha a los detenidos, anteojos oscuros y pesados cascos que les privan de escuchar sonidos, ver imágenes o conservar nociones espacio-temporales. Les dejan aislados en sus celdas durante meses, y sólo salen para recibir un bombardeo de ruidos, como ladridos de perros, luces centelleantes y grabaciones sin pausa de bebés llorando, música a toda potencia y maullidos de gatos.

Una carta desclasificada del FBI al Pentágono describe a un prisionero de alto valor estratégico que fue "sometido a aislamiento intenso durante más de tres meses" y que "empezaba a dar muestras de un comportamiento propio del trauma psicológico agudo (habla con gente imaginaria, afirma haber oído voces, y se encorva en la celda cubriéndose con la sábana durante horas y horas)".

Hay motivos para creer que el uso de torturas con descargas eléctricas en prisioneros del gobierno estadounidense no es un caso aislado, hecho que suelen soslayarse en casi todos los debates que tratan de dirimir si Estados Unidos está practicando torturas o si es mera "creatividad interrogadora". Cameron estaba seguro de que si borraba los hábitos, costumbres, pautas y recuerdos de sus pacientes, lograría algún día alcanzare el prístino estado mental de la tabla rasa. Pero a pesar de lo mucho que se esforzó, drogando, desorientando y aplicando tratamientos de choque a sus pacientes, jamás lo consiguió. Resulto ser vedad lo contrario; cuanto más insistía, más destrozaba a los sujetos de sus estudios. Sus mentes no estaban "limpias"; más bien quedaban en ruinas, su memoria fracturada y su confianza traicionada. Los capitalistas del desastre comparten la misma incapacidad de distinguir entre destrucción y creación, entre dolor y recuperación. Pero no hubo ninguna tabla rasa. Sólo escombros y gente furiosa y destrozada, que al resistirse a la invasión recibió aún más descargas, shocks y ataques, algunos de ellos basados en los experimentos que sufrieron. Somos muy buenos cuando se trata de romper las cosas. Pero el día que pase más tiempo reconstruyéndolas en lugar de combatiendo, será un buen día, declaró el general Peter W. Chiarelli, comandante de la Primera División de Caballería en el ejército de los Estados Unidos, un año y medio después del final oficial de la guerra. Ese día jamás llegó. Como Cameron, los doctores del shock son capaces de destrozar, pero no parece que sepan reconstruir nada.

—"Estos días han sido testigos de que una gran obra se hunde en la politiquería mezquina, de cómo sacrifican los intereses de su propio pueblo, de sus aliados, y de la seguridad internacional, en su conjunto, en aras de los fabricantes de armas".

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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