Eran tiempos difíciles en Argentina

Cuando la anterior Junta Militar argentina prohibió el peronismo y estranguló la democracia, Walsh decidió unirse a los montoneros como su experto en inteligencia. Eso le convirtió en el hombre más buscado por los generales, y cada nueva desaparición conlleva el temor de que la información que éstos obtenían a través de la picana llevara a la policía al piso franco que compartía con su pareja, Lilia Ferreyra en un pequeño pueblo a las afueras de Buenos Aires.

A través de su gran red de contactos, Walsh se dedicó a rastrear los muchos crímenes de la Junta. Compiló listados de los muertos y desaparecidos, así como de la localización de las fosas comunes y de los centros de tortura secretos. Se enorgullecía de conocer a su enemigo, pero hasta él quedó conmocionado en 1977 por la cruel brutalidad que la Junta argentina desencadenó contra su propio pueblo. Durante el primer año de gobierno militar docenas de sus amigos íntimos y de sus colegas desaparecieron en los campos de concentración y su hija de veintiséis años, Vicky, falleció también, lo que hizo que Walsh enloqueciera de dolor.

Pero con los Ford Falcon patrullando constantemente la calle, Walsh no podía contar con una vida dedicada al luto por su pérdida. Sabiendo que no contaba con mucho tiempo, tomó una decisión sobre cómo señalaría el venidero primer aniversario del gobierno juntísta; mientras los periódicos del régimen se deshacían en elogios hacia los generales por haber salvado a la nación, él escribiría su propia versión, sin censuras, de la depravación en la que su país había caído. Se titularía "Carta abierta de un escritor a la Junta Militar" y estaba escrita con la caracteriscas valerosa claridad de Walsh. La escribió "sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumir hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles".

La carta serías una decidida condena tanto de los métodos del terrorismo de Estado como el sistema económico al cual servían. Walsh planeaba distribuir su "Carta abierta" del mismo modo que había distribuido sus anteriores comunicados clandestinos; haciendo diez copias y luego enviándolas desde diez buzones distintos dirigidas a diez contactos cuidadosamente escogidos que se encargarían de seguir distribuyéndolas. "Quiero que esos cabrones sepan que todavía estoy aquí, vivo y escribiendo", le dijo Lilia al sentarse frente a su máquina de escribir Olympia.

La carta empieza con una descripción de la campaña terrorista de los generales, mencionando su utilización de la "tortura absoluta, intemporal, metafísica", así como la participación de la CIA en la formación de la policía argentina. Después de enumerar los métodos de tortura y las fosas de forma dolorosamente detallada, Walsh cambia súbitamente de marcha: "Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación der sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada. Basta andar unas horas por el Gran Buenos Aires para comprobar la rapidez con que semejante política la convirtió en una villa miseria de diez millones de habitantes".

El sistema que describía Walsh era el neoliberalismo de la Escuela de Chicago, el modelo económico que se iba a hacer con el mundo. Conforme sus raíces se adentraran en la sociedad argentina durante las décadas siguientes, acabaría por empujar a más de la mitad de la población bajo el umbral de la pobreza. Walsh no creía que se tratara de un resultado accidental, sino de la cuidadosa ejecución de un plan, una "miseria planificada".

Firmó la carta el 24 de marzo de 1977, exactamente un año después del golpe. A la mañana siguiente, Walsh y Lilia Ferreyra viajaron a Buenos Aires. Se repartieron las diez copias de la careta y las dejaron en buzones de diversos puntos de la ciudad. Unas pocas horas después Walsh asistió a una reunión que había organizado con la familia de un colega desaparecido. Era una trampa; alguien había hablado bajo tortura y diez hombres armados con órdenes de capturarle esperaban fuera de la casa para tenderle una emboscada. "Traedme a ese bastardo vivo: es mío", se dice que ordenó a los soldados el almirante Massera, uno de los tres líderes de la Junta. Walsh, cuya era "no es un crimen hablar; el crimen es ser arrestados", desenfundó su pistola al instante y empezó a disparar. Hirió a uno de los soldados, que respondieron a su fuego. Para cuando llegó a la Escuela Mecánica de la Armada estaba muerto. Quemaron su cadáver y lo arrojaron a un río.

Las juntas del Cono Sur no ocultaron sus ambiciones revolucionarias de cambiar sus respectivas sociedades, pero fueron lo bastante astutas como paras negar aquello de lo que Walsh les acusaba públicamente; usar la violencia masiva para conseguir objetivos económicos que, sin un sistema que mantuviera al pueblo aterrorizado y eliminara todos los demás obstáculos, con certeza habrían provocado una revuelta popular.

En el grado en el que se admitían asesinatos de Estado, las juntas los justificaban con el argumento de que estaban librando una guerra contra peligroso terroristas marxistas financiados y contralados por el KGB. Si las juntas utilizaban tácticas "sucias" era porque su enemigo era monstruoso. Con un lenguaje que hoy nos suena inquietantemente familiar, el almirante Massera calificó la situación de "una guerra por la libertad y contra la tiranía, una guerra contra aquellos que están a favor de la muerte librada por aquellos que estamos a favor de la vida. Combatimos contra nihilistas, contra agentes de la destrucción cuyo único objetivo es la destrucción misma, aunque lo quieran ocultar bajo la máscara de cruzadas sociales".

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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