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**** Es una manipulación semántica, para favorecer la tesis neoliberal, el confundir nacionalización con reparto de un bien entre los nacionales en un momento dado de la historia.

Alberto Quiroz C., en un conocido programa de opinión, al debatir sobre la nacionalización de los hidrocarburos en Bolivia, introdujo una diferenciación entre la idea de estatizar con la de nacionalizar. No es nueva esta tentativa que relativiza el significado de las palabras, cuando ellas se usan en el marco preciso de un léxico. El afirmar que un determinado bien o servicio nacionalizado es propiedad de todos y cada uno de los integrantes de una comunidad política, en un momento de su historia, es un error semántico. No corresponde a la idea de nacionalizar, cuyo significado esta asociado a la transferencia de la propiedad de ese bien o servicio, de uso común (propiedad de la humanidad en su conjunto) o privado (propiedad de las personas naturales o jurídicas), al agregado social identificado como nación en su totalidad. Un sujeto de naturaleza histórica, jurídicamente personalizado por el Estado, que trasciende la vida de los individuos que la integran en un momento dado. Se trata de un patrimonio colectivo, cuya administración le corresponde a las instituciones de gobierno del Estado, para diferenciarlo de otros dominios, también de carácter colectivo, como el municipal, el comunal, el cooperativo e, incluso, el corporativo (las sociedades por accionistas).

Esa concepción de la nacionalización no es otra cosa que un eufemismo para disfrazar una nueva privatización de una propiedad colectiva. Implica un despojo para las generaciones futuras del patrimonio propio de una nación, cuya existencia trasciende la de quienes en un momento dado lo constituyen. Si esa noción se aplicase así, los “accionistas” momentáneos tendrían la potestad de vender sus activos, y la fortuna podría caer en manos de personas naturales o jurídicas, cuyos intereses sean contradictorios con los del pueblo como formación histórica.
Obviamente, en esa manipulación del término, subyace la concepción neoliberal que pretende eliminar la política como instrumento de redistribución de la riqueza, para substituirla por un mercado globalizado, sin límites temporales ni espaciales. Un ámbito donde por el efecto de “goteo”, los más prósperos beneficiarían a los desafortunados. Como sucedió con “la reforma agraria” del “puntofijismo”, la tierra distribuida a los campesinos fue comprada por los pudientes, sin que esos pisatarios, por efecto del “derrame”, superaran su condición de peones o conuqueros. En este caso, los hombres comunes que recibiesen sus acciones petroleras, también las venderían a los acaudalados, quienes transnacionalizados como están, destruirían el colectivo, para convertirlo en esa masa informe que llaman “consumidores”. Desaparecería la idea de ciudadanía, que coloca al hombre como sujeto de derechos y deberes, para ubicarlo en la situación animal de ajustar su conducta a la “oferta”, que oscila con la “sequía”, y la “demanda” que crece con la población. En la aridez morirían los débiles.

Alberto_muller2003@yahoo.com


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Alberto Müller Rojas*


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