Muchas cosas malas están pasando en Cúcuta

Cúcuta, la ciudad que hace tres décadas era la ‘meca’ comercial de Colombia, vive una de las horas más bajas de su historia por cuenta del desempleo, la informalidad, la pobreza, la inseguridad, la falta de gobierno y una crisis social y económica sin precedentes.

La capital de Norte de Santander ha sido una de las ciudades con el desempleo más alto del país en los últimos cinco años. Para el mes de junio, se ubicó segunda con 14 %, casi 6 puntos porcentuales por encima de la media nacional, que fue de 8,2 %. Por si fuera poco, también es la primera en cuanto a informalidad, con cifras que rondan 70 %.

La falta de empleo, la informalidad y el contrabando que todavía llega desde Venezuela se refleja claramente en la falta de poder adquisitivo y la tasa de inflación, que en el primer semestre de este año registró la cifra más baja del país con un 2,48 %.

La dependencia comercial con Venezuela ha hecho que históricamente la ciudad no se haya preocupado por producir sino por vender, la industria representa solo el 7,6 % del PIB de Norte de Santander, una de las más bajas del país. Por si fuera poco, la poca industria como la del calzado y las cerámicas, que representaban 90 % de las exportaciones del departamento en el 2010, ahora solo son 30 %. Según las cifras de las entidades de la ciudad, las ventas al vecino país han disminuido en promedio 60 por ciento en prendas de vestir, tejidos de punto, polainas y botines desde el año 2012.
Además, los ingresos del sector comercial desde 2009 disminuyeron desde los 800.000 millones de pesos hasta los 300.000 en 2013.

La crisis se profundizó cuando el gobierno venezolano eliminó el sistema de remesas el año pasado, el cual se había convertido en un negocio y le ingresaban a la ciudad alrededor de 400.000 millones de pesos anuales. Así mismo los fuertes controles al contrabando ocasionaron que las miles de personas que se dedicaban a pasar pequeñas cantidades de productos ya no tengan esa fuente de ingresos. Ahora solo pasan contrabando las grandes mafias, en complicidad con las autoridades venezolanas, dispuestas a venderse por cualquier moneda.

Y mientras la pobreza disminuye en el país, en Cúcuta aumentó en el último año, ocupando el puesto 15 entre las 23 ciudades principales del país, con 33,1 % para el 2014.

Para agravar la crisis, la situación política, social y económica venezolana ha ocasionado que muchos ciudadanos de ese país busquen empleo en la ciudad, en un gana-gana para ambas partes. Para el empleador porque con un salario mínimo, o incluso menos, consiguen un empleado, y para el trabajador venezolano porque ese sueldo corresponde casi a 15 salarios mínimos al otro lado de la frontera.

Pero lo peor de todo es que a pesar del desolador panorama, las autoridades de la ciudad parecen vivir en otro mundo. ‘Muchas cosas buenas están pasando en Cúcuta’, reza por todas partes el eslogan del alcalde de Cúcuta, Donamaris Ramírez, en vallas, prensa y radio. Pareciera que el primer mandatario de la ciudad tuviera los ojos cerrados a la realidad de la urbe, con sus calles llenas de huecos, vendedores ambulantes, productos de contrabando, semáforos dañados, el desorden en el tráfico y una inseguridad rampante. Con promesas incumplidas, desde las de la campaña hasta las que hace a diario y con una improvisación que se da la mano con Gustavo Petro en Bogotá.

Y para mostrar lo poco que ha hecho por la ciudad, muy orgullosamente toma como propias las ayudas del gobierno nacional a la región, como las casas de interés social, creación de empleos y préstamos a las pymes.

Siendo justos, hay que hacer la salvedad que los males de la región no son de ahora, son producto de una dirigencia y una elite social, económica y política miope y facilista, que históricamente lo único que ha hecho es buscar su bienestar y el aumento de su riqueza personal, y que ha mirado a Venezuela como la única fuente de negocios.

Porque el vecino país ha regido los destinos de la región: sus bonanzas y sus pobrezas, mientras los dirigentes piensan y piensan y hablan y hablan por horas y días sobre cómo cambiar la dinámica y atraer, por ejemplo, industria a la región. Con propuestas que solo se quedan en eso, esperando finalmente que el Gobierno Nacional les solucione los problemas.

Y como en gran parte del país, la corrupción hace el resto, empobreciendo aún más a los pobres y enriqueciendo a los políticos de turno, que sacan tajada de lo habido y por haber. Porque la falta de dirigentes decentes es tal en la ciudad, que uno de los personajes más populares y añorados es el exalcalde Ramiro Suárez Corzo, quien fue sentenciado a 27 años de cárcel e inhabilitado para ejercer cargos públicos por 20 años, por ser determinador en un asesinato y alianzas con paramilitares, y quien ejerce tal influencia que en cada elección pone un candidato.

Tan falta de dirigentes decentes está Cúcuta que de los males el menor: mejor un alcalde asesino y no uno ladrón, dicen los muchos cucuteños que lo defienden.

Pedro Miguel Vargas es Periodista y especialista en resolución de conflictos.

Tomado de: Revista Semana



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