Elecciones en Perú

Revés de la izquierda y nuevo escenario político

Como resultado de las elecciones del nueve de abril se ha configurado un nuevo escenario político en el país, no obstante que aun existe incertidumbre sobre quién disputará a Ollanta Humala la presidencia de la república en segunda vuelta. Nuevos actores han irrumpido en el escenario y se han colocado también nuevos temas en la agenda política de los próximos años


Ollanta Humala en pocos meses logró posicionarse en el escenario, afirmar su liderazgo canalizando las aspiraciones al cambio de vastos sectores del electorado y salir como triunfador en la primera vuelta, en tanto que Alan García, del APRA, y Lourdes Flores, de Unidad Nacional, se disputan palmo a palmo su pase a la segunda vuelta. Cualquiera sean los resultados, la situación parece complicada para Ollanta Humala, no solamente porque su votación, contrariamente a sus expectativas, no logró superar el tercio del electorado, sino también debido a su dificultad para construir alianzas que le aseguren la victoria.


Contrariamente, tanto Lourdes Flores, como Alan garcía, han anunciado su disposición de trabajar por una “alianza democrática” juntamente con el Frente de Centro del ex Presidente Valentín Paniagua, las fuerzas del fujimorismo agrupadas en Alianza para el Futuro y el sector Evangélico que se agrupó tras la candidatura de Humberto Lay y su partido Reconstrucción Nacional. De este modo piensan cerrarle el paso al salto al vacío que consideran sería un gobierno de Ollanta Humala.


La izquierda peruana, que se presentó dividida (MNI, PS y Concertación Descentralista) apenas supera el 1% de alrededor de 16 millones de votantes. Ninguna de estas organizaciones superó el 4% ni obtuvo la elección como mínimo de cinco representantes al Congreso, requisitos para superar la valla electoral y por tanto mantener su inscripción en el Registro de Organizaciones Políticas. Se trata pues de un serio revés que las coloca al borde de la marginalidad política.


Existen muchas razones que explican este fracaso. El hecho que se presentaran divididas avizoraba un costo político en una porción del electorado susceptible de respaldar a la izquierda, pero traumado por la permanente división. Lo cierto es que la izquierda peruana no ha logrado remontar la crisis que sobrevino al derrumbe de Izquierda Unida y que se afianzó en los 90s con la ofensiva ideológica del neoliberalismo. Su incapacidad para construir niveles sólidos de unidad, la permanencia de prácticas sectarias y burocráticas, las dificultades para procesar las exigencias de una renovación profunda y ponerse a tono con los cambios de la actualidad han mellado su capacidad de influencia política. Ciertamente la izquierda mantiene todavía una presencia importante en el movimiento de masas y en la conducción gremial y sindical, pero se equivocan quienes piensan que esto es suficiente para otorgarle representación política.


Uno de los rasgos principales de la población que acudió a las urnas es su aspiración al cambio. Es sobre este sentimiento que se levantó la candidatura de Ollanta Humala, quien, con un discurso radical, con un lenguaje directo, con banderas programáticas tomadas de la izquierda y con el recuerdo en la mente de la gente de su levantamiento en Locumba en las postrimerías del fujimorismo y la asonada que protagonizó su hermano Antauro en Andahuaylas, construyó una imagen del caudillo que el pueblo reclamaba: de alguien que sea el portavoz de los sectores excluidos y que ponga orden en el mercado persa en que se ha convertido la política peruana en los últimos años.


Ollanta Humala fue construyendo sobre la marcha sus propuestas de gobierno. Cuando se decidió a incursionar en la política, luego de su pase a retiro como oficial del ejército, no tenía del todo claro lo que iba a hacer. Primero marcó distancias con el discurso racista de su hermano Antauro, luego tentó aproximaciones con la izquierda, con quienes llegó a compromisos de participación electoral, dejando claro que no compartía la tesis de nueva constitución, ni nueva república, ni cambio del modelo neoliberal, ni menos los postulados socialistas, proponiendo en cambio el retorno a la constitución del 79 y la puesta en marcha de medidas nacionalistas. Luego, cuando las encuestas empezaron a favorecerlo, declaró que una alianza con la izquierda en lugar de sumar, le restaba votos y se decidió a una alianza con la UPP al no haber logrado legalizar a su propio partido. En el camino, obligado a definiciones, fue tomando las banderas programáticas de la izquierda para darle coherencia a su discurso. Los candidatos de la derecha, asustados por el crecimiento de las simpatías hacia Ollanta Humala, fueron reajustando sus estrategias y a su vez radicalizando su mensaje. Hasta la derecha más desvergonzada tuvo vergüenza de defender los postulados neoliberales. De pronto todos empezaron a hablar del rol del Estado, de defender la jornada de las 8 horas de trabajo, de generan empleo y combatir la pobreza, todos empezaron a debatir la conveniencia o no de una nueva constitución, los contratos con las empresas extranjeras, etc.


Pero los ofrecimientos electorales seguramente quedarán como demagogia para ganar votos y las grandes demandas de la población quedarán nuevamente postergadas. Ni en el proyecto de Lourdes Flores, ni en de Alan García se proponen cambios de fondo; además, el no contar con mayoría en el Congreso los obligará a concertar y negociar haciendo concesiones para garantizar un mínimo de estabilidad. Algo similar ocurrirá en el supuesto que Ollanta Humala gane en la segunda vuelta. Tampoco tiene mayoría parlamentaria, ni la fuerza necesaria para implementar sus propuestas. A ello se suman las deficiencias de su estructura partidaria que no cuenta con la solidez ideológica, política ni programática y que hoy día encuentra soporte en un núcleo de empresarios y militares cuyos antecedentes no son del todo claros. Todo lo cual abre una interrogante sobre el rumbo definitivo que tomará su futuro gobierno.


Más allá de la votación alcanzada, el mérito de la izquierda en el presente proceso electoral ha consistido en colocar los temas que han marcado el debate y que se convertirán en la agenda política de los próximos años. El proyecto de la izquierda no se inicia, ni termina en el presente proceso electoral. Su existencia está marcada por el proyecto histórico que encarna, pues es solo desde este ámbito y del socialismo que el Perú logrará salir del hoyo en que se encuentra. La izquierda tiene pues un enorme reto por delante. O bien continúa atrapada en el círculo vicioso del sectarismo y la estrechez de miras, con lo cual pasará a la marginalidad absoluta, o bien asume un proceso de renovación profunda en todos los campos de su accionar y se transforma en portadora de una nueva cultura política, de una real alternativa para el país, de los cambios verdaderos que reclaman millones de peruanos.



* Manuel Guerra Velásquez es responsable de propaganda del Partido Comunista del Perú – Patria Roja




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