Fútbol: ¿Pasión, mito o negocio?

“La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí.”

Eduardo Galeano

En estos momentos el fútbol embriaga de pasión a millones de hombres y mujeres en el mundo, haciéndoles olvidar sus problemas y quehacer cotidiano. La razón de este fenómeno la podemos interpretar desde dos perspectivas distintas: La de los espectadores por un lado y la de los jugadores por el otro.

Se trata de un planteamiento vinculado directamente a la sociología y psicología de masas. Aunque tengamos muy poca la literatura sobre este enfoque, existe una amplia “documentación empírica” en lo concerniente a los estadios de fútbol y el comportamiento de fanáticos e hinchas. También disponemos de una vasta documentación sobre la crítica ideológica del fútbol como fenómeno de masas.

La estructura se modifica (y con ello la estrategia y la respuesta de los espectadores) de partido a partido. La transición del ser individual al “ser de la masa” describe una conducta social dentro de una situación específica, es decir, un estado excepcional. El espectador se convierte en partícula de la masa. Muchos estudiosos coinciden en señalar que el “ser de la masa” pierde su identidad individual y pasa a un estado de enajenación. Aunque algunos llegan a conclusiones pesimistas, Marx concibe que por esta vía puede desarrollarse la rebelión de las masas y la superación de la enajenación del hombre; claro está, en el fútbol la “rebelión de los espectadores” solo ha causado tragedias de carácter colectivo.

En el marco de estas consideraciones es necesario señalar que el fútbol es un deporte que fascina por la claridad de sus reglas y porque resulta posible abarcar con la vista y comprender el conjunto del juego. Transmite una sensación de transparencia que no tiene comparación con el mundo laboral, político o religioso. Cautiva porque su lenguaje reducido a pocos símbolos es un vehículo ideal de comunicación. Por la nitidez del juego y lo sencillo que resulta comentarlo que a cualquiera lo hace sentir experto. Porque esa condición de “experto” facilita la comunicación entre distintos estratos sociales. Porque el individuo se confunde con la masa por un lapso de tiempo y puede drenar sus angustias. Porque precisa de la comunicación de los jugadores en la grama y los espectadores en las gradas (o frente a la televisión) con sus cantos, arengas y vestuarios. Porque facilita la evasión de la monotonía del trabajo y la vacuidad del tiempo libre.

El fútbol fascina porque es simplemente hermoso, siempre tiene lugar para lo imprevisible, lo sorpresivo y lo sensacional. Predispone tanto a la euforia como a la melancolía. Fascina porque, en ocasiones, destierra la lógica como lo expresara Alejandro Sabella a propósito de la goleada histórica de Alemania sobre Brasil en las semifinales del mundial de 2014. En definitiva el fútbol fascina porque parece ser un mito y cualquier mito puede “abolir la complejidad de las acciones humanas, confiriéndoles la elementalidad de las esencias” (Barthes, Roland. “Mitos cotidianos” 1970)

El fútbol moderno encontró un gran aliado en la tecnología de la información y la comunicación. Con la “revolución digital” su difusión se redimensionó para ratificar su proyección como el mayor fenómeno de masas de sociedad moderna con una impresionante carga de programas informáticos que garantizan el manejo de estadísticas y facilitan análisis e interpretación de resultados.

Por otro lado, el fútbol se ha convertido en una política de Estado. Cada país dispone apoyo financiero, estimulo social, promoción y atención a sus delegaciones y/o equipos que lo representan. Las delegaciones nacionales son recibidas con honores de ciudadanos de Estado. En ocasiones muy particulares los Jefes de Gobierno y Estado intervienen directamente para apoyar o rechazar decisiones como ocurrió con la sanción al jugador uruguayo, Luis Suárez, y la categórica respuesta del Presidente Pepe Mújica. Es oportuno señalar el caso de Nigeria cuyo gobierno destituyó a las autoridades deportivas nacionales y a la directiva de la Asociación de Fútbol que dirigió la selección nacional que fue eliminada en el primer tramo del mundial. Inmediatamente la FIFA sancionó las nuevas autoridades y prohibió su participación en cualquier competencia internacional, erigiéndose por encima de un Estado Nacional.

Más allá de la pasión y su carácter mítico, el fútbol expresa unas relaciones sociales muy particulares en la cancha, donde destaca la figura del árbitro como prototipo del orden y la autoridad. A estos señores (que en un tiempo solo se vestían de negro) corresponde un papel determinante y hasta siniestro. En el campo de juego representa la autoridad absoluta y no la funcional. Sus decisiones se convierten siempre en hechos. No es posible protestar la decisión de un árbitro, su autoridad es tan extrema que degrada al jugador a simple recibidor de órdenes. Quien comete una infracción recibe una tarjeta amarilla. Si persiste o manifiesta desagrado le corresponde una tarjeta roja y la expulsión del juego. Este poder de los árbitros resulta un tanto grotesco por el simple hecho de que el jugador tiene que atacar, duramente, a su contrario y comprender que para los árbitros su deber no es impedir que los jugadores se lesionen, más bien consiste en tomar las medidas necesarias para sancionarlos. Más grotesco aún resulta el papel de la FIFA que se erige como autoridad inapelable para decidir sanciones contra jugadores, equipos y/o selección de cualquier país. La FIFA actúa como instancia superior donde se tejen negocios, se roba el encanto del fútbol y se acumula capital como en cualquier empresa transnacional. Para la FIFA cada equipo o selección es sólo una empresa donde el jugador representa un medio de producción que se contrata, intercambia, negocia y se entrega como fabrica “llave en mano”, dejando a un lado su condición humana y social.

El fútbol profesional en la actualidad acusa rasgos de “gran show mundial”. En este sentido es superior al puro espectáculo, a la diversión popular que se despliega en plan exacto, varias veces ensayado. Si nada se pusiera en juego el fútbol como juego perdería su sentido. Los elementos del espectáculo, del negocio y del trabajo que también forman parte del deporte futbolístico corresponden a una realidad económica propia del sistema capitalista, pero los elementos lúdicos, de lucha, de competencia, etc. son parte del mito. El espectáculo como negocio es una expresión de la división del trabajo en nuestra época.

El fútbol ocupa, en estos momentos, una función comparable a la que tuvo el teatro. Es un juego de papeles repartidos con una función social equiparable al teatro de la antigüedad. Aunque se diferencia por la fusión del individuo en una masa por cierto tiempo y la comunicación que opera entre los elementos constituyentes de dicha masa, espectadores y jugadores. A pesar de que el público se halla fuera, participa activamente y no es pasivo como en el teatro. Fanáticos e hinchas saben despertar el fuego en las venas de los jugadores, en el teatro eso no es posible.

Mientras tanto, el balón sigue rodando. Se desatan las pasiones y el mundo se prepara para vivir intensamente la batalla entre Argentina y Alemania con la certeza de que ahora más que nunca es necesario “darle de zurda” para recuperar el encanto del fútbol…



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Darío Morandy


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