Habemus Papa, nada para festejar

El humo blanco le anunció al mundo que la más alta jerarquía de la Iglesia Católica había logrado el consenso suficiente como para designar al sucesor del papa Benedicto XVI, que renunció frente a su impotencia para controlar la lucha de tendencias que corroe a la cúpula romana. Enfrentamientos de jerarcas que esta vez adquirieron estado público, pese al hermetismo tradicional y la verticalidad a ultranza que el Vaticano impone a sus asuntos internos.

Por primera vez en la historia de la iglesia la designación recayó en un latinoamericano, el cardenal argentino Bergoglio. Sin duda que en el juego de alianzas internas del principado eclesiástico que permitió su elección habrá pesado su capacidad para restablecer el equilibrio institucional e invisibilizar las fracturas interiores que cruzan a la curia romana y al estrecho círculo de poder espiritual y económico que la rodea. Esa será su misión prioritaria, porque la iglesia necesita recuperar la credibilidad de millones de creyentes en sus cúpulas y en sus pastores, como una condición indispensable y urgente para detener la fuga de creyentes que se vienen alejando de ella en los últimos años, en múltiples direcciones, socavando las bases materiales de su poder milenario.

Para frenar esa sangría, en su estilo conservador, el nuevo papa estará obligado a imponer algunos cambios en la conducta de sus miembros, en la vida interna de sus estructuras y en la forma de abordar el impacto que la crisis capitalista tiene en la subjetividad humana, para que no sea tan notoria como en los mandatos de sus últimos antecesores la contradicción entre la prédica oficial de la iglesia y el hacer de la iglesia como institución, más allá de las posiciones de algunos de sus sacerdotes y laicos.

Pero desde la época feudal, en que la Iglesia Romana devino en un poder casi absoluto en occidente, que se prolongó bajo la hegemonía burguesa, aunque mucho más limitado, y se proyecta aún hasta estos tiempos de declinación capitalista, en la elección de un papa la dimensión política siempre está en el centro de las decisiones del cónclave de cardenales. Aunque no aparezca con la crudeza como cuando los Borgia compraron el papado u oscurecida por disputas teológicas o no siempre sea la más publicitada, como ocurrió en este caso.

En aquel pasado feudal y en este presente capitalista, el papel de la iglesia como soporte ideológico para justificar la persistencia de las sociedades clasistas ha sido decisivo. Por eso su institucionalidad es garantía para las clases explotadoras, más allá de ocasionales encontronazos con algunos gobiernos.

Así ocurrió con el nuevo papa, que como integrante de las altas esferas de la iglesia argentina, guardó un silencio funesto y cómplice cuando la última dictadura, la de Videla y compañía, torturaba y desaparecía miles de ciudadanos, incluso muchos católicos profesantes, en algunos casos para acallar rebeldías y en otros por simple inercia del terrorismo de Estado. Como parte de esa jerarquía el entonces obispo se aferró al peso de una tradición histórica y ante el dilema de defender la sobrevivencia del sistema o la vida humana, no titubeó en contribuir a resguardar la primera.

La masividad e influencia de la fe católica en América Latina no es reciente. Sin embargo el acceso al papado de un representante de su iglesia recién se produce ahora. Seguramente diversas causas influyeron para eso y muchas nunca serán conocidas. Pero hay una lectura política de esta elección que es inocultable.

Es en América latina donde está ahora el epicentro de los cambios sociales que pueden sacudir el futuro de un capitalismo que no termina de recomponerse de una de su crisis más grave y que navega en una incierta deriva entre aplicar más neoliberalismo o un improbable regreso al capitalismo regulado de la posguerra. Es en América latina donde el horizonte socialista empieza a ser visualizado más allá de las vanguardias, por amplios sectores del pueblo. Es en América latina donde los ecos de las luchas sociales y políticas revolucionarias de los años sesenta nunca pudieron ser silenciados del todo y reaparecen en múltiples rebeldías. Es en América latina donde crece el antiimperialismo que tiene hondas raíces. Es en América latina donde las luchas sociales no se ven enturbiadas por luchas sectarias en el seno del pueblo. Es en América latina donde ha reaparecido la necesidad de la unidad de los pueblos y hay pasos importantes dados, como el ALBA, UNASUR, CELAC. En fin, es en América latina donde crecen liderazgos capaces de fortalecer la unidad de las amplias masas, aunque queda un largo camino por recorrer y muchas líneas del pensamiento y la acción revolucionaria por despejar y afianzar.

El entusiasmo que despertará en millones de creyentes de la región esta designación de un papa latinoamericano, como supuesto reconocimiento a una parte postergada de la cristiandad, en verdad tiene el definido objetivo de ser un contrapeso significativo para oponerse a los vientos de cambio que soplan en este continente. Es decir, una vez más, la iglesia institucional como garante del capitalismo, como factor decisivo de la contrarrevolución mundial. Una vez más la utilización de los sentimientos de religiosidad popular para transformarlos en una atadura ideológica de las amplias masas a los valores que sustentan y justifican la supervivencia de las clases explotadoras.

En realidad esta estrategia política del Vaticano no es novedosa. Su más reciente antecedente puede encontrarse en la designación del polaco Wojtyla cuando era necesario acelerar la embestida de las fuerzas del capitalismo mundial contra el comunismo burocrático del este europeo, que ya mostraba serias fisuras internas, para acelerar su derrumbe. Como papa, Juan Pablo II cumplió a cabalidad su misión política contrarrevolucionaria, no sólo en el este europeo, sino en América latina, expulsando o aislando dentro de la iglesia a todos los sectores de la misma que, haciéndose eco de las necesidades de sus pueblos, se habían incorporado a las luchas por las transformaciones sociales y contra la explotación.

Adicionalmente, el nuevo papa viene de la tradición jesuita, que como es conocido es el sector de la iglesia que tiene mayor cultura social y mayor perspectiva estratégica para cumplir los fines para los cuales fue designado.

No es osado vaticinar que a corto plazo veremos en nuestras tierras americanas, atrás de las misiones pastorales, una fuerte ofensiva para encausar los procesos políticos, que, como el bolivariano, confrontan seriamente con los poderes tradicionales, hacia posiciones de “paz social”, es decir complacientes con los históricos enemigos locales e internacionales de los pueblos.

Sólo queda preparase con mayor firmeza para este combate que viene, ahora sin Chávez al frente.


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